sábado, 19 de octubre de 2013

Los Primeros Pecadillos

En ese tiempo mi hermana ya estaba casada y no vivía en casa, por lo que yo además de servir la comida a mi hermano, tenía que asear su habitación. Un día arreglando sus libros universitarios hallé unas revistas con pornografía, no pude contenerme y las revisé una a una con una voracidad que desconocía. Decidí que a partir de ese momento mi quehacer más importante era limpiar esa habitación. Miré tanto y tantas veces esas revistas que logré aprender cada una de las escenas prácticamente de memoria. Cada vez estaba más excitada y deseaba poner en práctica las cosas aprendidas en mis horas de lectura pero el problema era que no tenía con quien. Gonzalo, mi novio, además de estar lejos, era muy católico, discrepaba con el aborto, la eutanasia y estaba totalmente convencido de que las mujeres debíamos permanecer vírgenes hasta el matrimonio. Por mi parte, tras algún tiempo de tener mis “encuentros íntimos”, estaba aburrida y deseaba conocer a un hombre de verdad. En su última visita, traté de provocarlo sutilmente en diversas ocasiones pero era imposible, a pesar de mis besos apasionados, Gonzalo se mantenía firme en sus convicciones y me daba temor insistir.

Así que una noche, sola en mi cuarto, ideé la manera de que ambos estuviéramos satisfechos con nuestros deseos y necesidades. Tomé la decisión de complacerme y buscar a alguien para ello. Hice un recuento de mis amistades masculinas, Jaime, Rodrigo… no ninguno, quizá Pablo o Ramiro, tampoco, todos son peligrosos, además los hombres no son confiables y podían mencionar algo a Gonzalo o deslizar malos comentarios en grupo con lo que mi reputación se vería afectada y mis planes futuros se vendrían abajo. Ni hablar, debía buscar a alguien que sea totalmente ajeno a los grupos que yo frecuentaba y que pudiera guardar la discreción. ¿Quizá un vecino casado? ¿Y si tiento al cartero?, ajj, muy viejo….no sé, lo pensaría tranquilamente.

Una tarde de sábado, sonó el timbre de mi casa, abrí la puerta y apareció frente a mí un muchacho moreno pero guapo, algo robusto para mi gusto pero aceptable. A pesar de su vestimenta futbolera se le veía atractivo. Me miró y me dijo: “Hola, soy Juanjo y vengo a buscar a tu hermano para una pichanguita.”. Así descubrí quien sería el elegido para saciar mis curiosidades.

Al siguiente sábado me arreglé provocativamente, me puse un pequeño short y un apretado polo que estaba desgastado, me recogí el pelo descuidadamente y cuando le abrí la puerta le dije: “disculpa, estaba limpiando, por eso me encuentras en estas fachas”. Pude ver su mirada libidinosa y me alegré. Yo tenía tiempo por delante pues Gonzalo no vendría sino hasta el verano y para eso faltaban varios meses aún, no debía precipitarme si quería que las cosas salgan bien. Tenía un plan cuidadosamente elaborado pero uno de
esos sábados, sucedió algo inesperado, mi hermano no iría a la pichanguita sabatina, tenía otros planes y me pidió que se lo informara a Juanjo cuando viniera, yo casi no podía contener mi excitación. 

Mi madre como todos los sábados había ido a visitar a una tía enferma y mi padre salía con sus amigos, así que tenía la casa para mí y mis intenciones. Llegó Juanjo, le informé lo sucedido y lo invité a pasar para tomar un refresco, accedió mientras me miraba con ojos pecaminosos. A propósito, había cambiado mi short de todos los sábados por una pequeña falda de algodón, además había omitido deliberadamente ponerme brassier y mis pezones se veían sugestivamente a través del polo que de por sí era bastante escotado. Tenía que asegurarme de obtener lo que buscaba y no quería perder más tiempo.

Al entrar a la casa, Juanjo se frotó los ojos, cosa que me causó gracia. Como lo había planificado momentos antes, lo ubiqué en un sillón de la sala que miraba a la puerta de la cocina, lo miré fijamente y le dije: “siéntate que ya vengo”. Dí vuelta rápidamente con lo que el vuelo de mi falda dejó ver mis muslos desnudos y al ir hacia la cocina me agaché frente a él para recoger un arete que “casualmente” se me había caído, imaginé su cara, sonreí y seguí sin voltear hacia la cocina. Preparé rápidamente un refresco, se lo traje y me senté a su lado. Conversamos algunas trivialidades, me solté el pelo en forma sugerente y tomé la iniciativa diciéndole: "¿sabes qué quiero, no?" se acercó a mí, me besó en la boca y siguió con mi cuello, me encantó esa sensación y le pedí más. Levantó mi polo, acarició mi espalda y me tocó los senos mientras que yo jugaba con mi lengua en su oído, sentí que se estremecía pero cuando las cosas se ponían más interesantes escuché que la puerta principal se abría, era mi padre que había decidido volver a casa. Acomodé mi ropa rápidamente y me senté en el sillón del frente, Juanjo hizo lo propio pero había algo en su pantalón deportivo que lo delataba, le aventé un cojín para que se lo pusiera encima y disimular. Mi padre nos saludó al pasar por la sala, me dijo secamente, “ve a vestirte más decentemente”. Nos quedamos un momento más para bajar la temperatura, decidí aplicar mi plan original, y le dije ¿Juanjo, vamos el lunes al cine?, perfecto pasaría por mí a las 3 de la tarde justo antes de la matiné. No iría ese día a la universidad pero eso importaba muy poco en este momento. Lo importante era que en mis planes el cine debía tener palcos, así podíamos estar más cómodos y a solas, me hubiera gustado una película romántica pero tuve que resignarme con “La ProfecíaII”, no me importó mucho pues mi intención estaba muy lejos de dedicarme a ver esa película. Lo esperé bastante excitada pues pasé todo el domingo y el lunes en la mañana en compañía de “mis” revistas. Busqué un atuendo propicio que sea rápido de sacar y poner y que a la vez sea sexy pero no descarado. Cuando llegó, me dijo al oído: “Estás buenísima”. Sus palabras me excitaron más, pero tenía que estar ecuánime, no podía perder la cabeza y arruinar mi futuro con Gonzalo, así que tenía que ser cauta. 

Llegamos al cine, estaba ansiosa, él se había perfumado y acicalado, lo encontré más atractivo que en anteriores oportunidades. La luz se apagó y la película empezó, transcurrió un rato largo, sorprendentemente Juanjo no daba señales de querer tener algo conmigo. Lo poco que pude ver de la película era realmente aterrador, pero el miedo me excitó mucho más. Volteé y le dije: “qué calor”, me miró y aproveché para abrir un botón más de mi blusa y me levanté el pelo con una mano y con la otra acaricié mi cuello. Pasó su brazo por mi hombro y me acercó a él, el ruido de la película era ensordecedor lo que nos alejaba de ser percibidos por algún otro espectador. Era un palco para cuatro, Juanjo había comprado todos los asientos así que era improbable que alguien nos interrumpiera. Nos besamos apasionadamente y cuando decidí que debíamos avanzar empujé sutilmente su cara sobre mi pecho, los botones de mi blusa estaban suficientemente abiertos para que él pudiera hacer su trabajo. Pasó su lengua suavemente entre mis senos y con sus manos abrió totalmente mi blusa. Levanté su camisa y le acaricié la espalda, clavé mis uñas bruscamente en sus músculos fuertes y noté que le gustaba, me quitó la blusa y me dejó desnuda, mientras me besaba el pecho sentí su mano debajo de mi falda, me estremecí. Las sillas nos incomodaban así que entre besos y caricias ocupamos un rincón en el suelo. Le abrí el pantalón, estaba nerviosa, era la primera vez que vería un pene de verdad, que lo podría tocar, me excité más y dejé que Juanjo me recorriera con su boca. Más rápido de lo que esperaba había llegado el momento de contenerme, no podía dejar que las cosas vayan a más y le dije: “soy virgen”, no me hizo caso y siguió besándome, él estaba en aquel punto en que para los hombres ya no hay retorno, actuaba como su instinto le permitía. Respiré profundamente buscando la ecuanimidad, no podía dejar que me penetrara, así que apliqué algo de lo que había visto en las revistas, tomé su sexo entre mis manos, lo acaricié y acerqué mi lengua a él. Lo besé, jugué con él dentro de mi boca, no paré hasta que él hubiera terminado. Juanjo se quedó tendido en el suelo y me dijo: “eres fantástica”. Sentí satisfacción pero también desazón, yo no había podido disfrutar hasta el final así que me vestí y salí rumbo al baño, cerré la puerta y dí rienda suelta a mi mano mientras imaginaba una y otra vez la deliciosa sensación que había tenido hacía unos instantes. La electricidad no tardó mucho en estallar tan fuerte que tuve que esperar un buen rato para calmar mi jadeo y mis temblores. Me sentí complacida con esa tarde de placer y lo mejor era que mi virginidad seguía intacta, esperando por Gonzalo. Salí del baño, me lavé las manos, me arreglé la blusa y el pelo y antes de volver al palco compré dos chocolates. Juanjo me esperaba totalmente vestido, me senté a su lado, me abrazó y me quedé quieta absorta en lo que había pasado.

Al llegar a mi casa, me sentí insegura, me acordé de la universidad y te llamé por teléfono, me pusiste al día con nuestras obligaciones para la semana, y mencionaste que habías estado preocupada por mí. No quise darte mayor explicación así que te pregunté por tu fin de semana, habías ido a montar caballo junto a tu hermano. Antonio los había acompañado. Te escuché por un momento más y me despedí. Conversar contigo me dio la seguridad que necesitaba para tomar medidas en mi vida, decidí que hoy había jugado un juego peligroso que no debía repetir, no estaba segura de mi fortaleza para poner freno en el momento indicado y no quería arriesgar mi futuro mucho menos con alguien como Juanjo que no tenía nada de lo que yo buscaba, para ofrecerme.

Subí a mi habitación y encontré la carta diaria de Gonzalo, la abrí sin muchas ganas y leí que me extrañaba, contaba los días para volver a verme. Era la primera vez que yo no contestaría esa carta a tiempo. Sin pensar en más me quedé dormida vestida sobre mi cama.

Sillary Blank en "Desde Ella"

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