domingo, 9 de febrero de 2014
sábado, 8 de febrero de 2014
miércoles, 5 de febrero de 2014
Osadía
Texto adaptado de "Desde Ella"
Siempre he
sido una mujer que ha disfrutado con plenitud el sexo pero aun así, algunos
meses atrás Manuel, mi esposo, decidió cambiarme por otra mujer. Al irse
también dejó conmigo una cuantiosa deuda por nuestra casa y los gastos de los
niños, yo había iniciado un juicio por alimentos pero llevaría tiempo y eso
era lo que me faltaba. Estaba muy
preocupada, pasaba días enteros haciendo cuentas para tratar de que mi sueldo pudiera cubrir tantas necesidades pero era imposible. «¡Necesito
un ingreso adicional!» repetía mentalmente mientras no hallaba la forma de obtenerlo.
Una tarde,
estando en mi casa, recibí la inesperada llamada de Jaime, un amigo que
trabajaba en el Municipio con el cual yo había tenido algunos encuentros
furtivos en el pasado incluso mientras Manuel aún era mi esposo. Me saludó con efusividad y después de
mencionar algunas banalidades, me propuso algo sorprendente: Acompañar una
noche en su hotel a un empresario extranjero y adinerado que estaba de paso por
la ciudad y a cambio recibiría una “bonificación interesante por el tiempo
invertido”.
Después de
escucharlo incrédula, me negué ofendida; sin embargo, tras cortar el teléfono,
la duda se sembró en mi cerebro y no me dejaba olvidar lo necesitada que estaba
de lo que me ofrecía: sexo y
dinero. Hice algunos cálculos y con el
pago que me ofrecía podía arreglar unos días mi desesperante situación
económica pero ¿y el sexo sin ningún afecto? Recordé entonces, aquella novela
de un conocido autor brasilero en la que protagonista se vendía por dinero con
mucho éxito pues, no solo calmaba el cuerpo de sus clientes sino también su
alma y su mente, sentí un raro escalofrío a la vez que imaginaba cómo sería
tener sexo con un desconocido. Al contrario a lo que en forma inicial supuse, la
idea me iba resultando poco a poco más atractiva y excitante llegando inclusive
a humedecer mis entrañas. Entonces decidí no pensarlo más ¡lo haría! Tomé el
teléfono, llamé a Jaime, le exigí confidencialidad y acepté.
El día fijado
había llegado, estaba ansiosa y tenía temor por haber cometido tremenda osadía
pero aún faltaban algunas horas para el encuentro que aproveché para tomar un
baño de tina, exfoliar y perfumar mi cuerpo.
Mientras me arreglaba no dejaba de pensar en ese hombre
desconocido. Me había comprado un
vestido color rojo muy corto y ceñido, con un precioso escote en V en la
espalda que sobrepasaba mi cintura. No
podía llevar corpiño así que debajo solo pude colocarme un pequeño calzón negro
“hilo dental” para que no marque mis glúteos dejándolos ver de forma natural. Completaba mi atuendo con medias oscuras de nylon
que terminaban en encaje de licra a medio muslo, esas que a los hombres les
encantan y zapatos de charol negro de taco aguja muy alto. Para cubrirme usé
un abrigo negro que sólo dejaba ver mis pies, como complemento final un fino pero atrevido perfume que me
hacía sentir perversa y esa sensación me gustaba.
Llegó el taxi
y nos dirigimos al hotel más lujoso de la ciudad, me recibió un hombre que me anunció
a través del intercomunicador:
―Señor, ha llegado su visita. ―Colgó y
mientras me miraba lascivamente, me dijo―: señora
por ese ascensor hasta el décimo piso, habitación 1003, toque la puerta y el
señor la recibirá.
Me di vuelta
para esperar el ascensor, sentía la mirada del recepcionista clavada en mi
cuerpo, tratando de atravesar el abrigo.
Al entrar volteé a verlo y él nervioso bajó la mirada. Llegué al piso 10, caminé por un largo y
elegante pasillo, ubiqué la habitación 1003, mi respiración era rápida y mi
corazón se aceleraba, la incógnita estaba por develarse, en unos segundos
tendría a mi furtivo amante frente a mí.
Toqué y sentí una voz varonil que decía:
―Entra que está abierto―,
abrí y a media luz divisé un hombre alto, en buena forma, esperándome, vestido
con elegancia.
―Buenas noches ―respondí algo nerviosa.
Se acercó,
pude ver unos hermosos ojos azules, una cabellera canosa pero cuidada con
pulcritud, me tomó de una mano y me llevó hacia un pequeño salón que había en
la habitación diciendo en perfecto castellano:
―Sentémonos un rato acá para
conversar y conocernos mejor. ―Respiré en forma profunda para retomar el
control de lo que estaba por hacer.
―Hace calor ¿puedo quitarme
antes el abrigo?― Se acercó a mí, era muy alto y tenía unas manos grandes,
blancas y fuertes con las que me ayudó a sacarlo.
―Me gusta ―me dijo
mirándome desde los pies hasta la cabeza, sus palabras y su mirada lograron entusiasmarme.
―¡Me alegro! porque me he
esmerado para usted.
―Mucha formalidad, llámame
Michael ―dijo sonriendo, pensé en inventar un nombre ficticio para mí pero
no me dejó hablar y continuó ―para mí, tú
eres Rose, simplemente Rose ¿estás de acuerdo?― Asentí con la cabeza y lo seguí con la mirada
mientras él se dirigía hacia un florero repleto de rosas blancas, sacó una y me
la alcanzó diciendo―: una rosa para Rose.
Me sentí
halagada y feliz pues en ese momento me di cuenta que estaba frente a un hombre
que no me haría ningún daño y decidí disfrutar del momento. Me acomodé en el sofá mientras él abría una botella
de champagne y me alcanzaba una copa.
―Salud Rose, por este
encuentro y por los placeres que la vida
nos prepara en esta ocasión. ―Alcé mi copa y bebí
con lentitud para permitirme saborear la fina y delicada bebida.
Cuando ambos
terminamos, dejó las copas sobre la mesa y se sentó a mi lado.
―¿Estás cómoda Rose? Ten
por seguro que no te haré daño y espero que tú también quedes complacida con
este encuentro. Sé por mi contacto que
eres divorciada y que hace mucho tiempo no has tenido alguien que te atienda…
Acércate a mí y verás que ambos podremos llevarnos una buena impresión.
Instintivamente
acomodé mi falda y me acerqué a él, tomó mis hombros y me besó con pasión el
cuello mientras acariciaba mi espalda desnuda.
Era verdad, yo necesitaba alguien que me atienda y hacía un buen tiempo
que no lo tenía. Este hombre era algo
mayor pero tenía todas las condiciones para que yo disfrutara del encuentro, entonces
respondí besándolo con la misma pasión que él me demostraba. De pronto noté que sus manos en mis hombros
luchaban por despojarme del vestido, me acerque a su oído izquierdo y le di un
pequeño mordisco, susurrándole ―deja que
te ayude.
Me levanté
frente a él y moviendo las caderas cadenciosamente dejé que el vestido se
deslizara por mis muslos hasta caer al suelo, permanecí un momento de pie
permitiéndole contemplar, desde su sitio en el sofá, mis pechos desnudos y mi
cuerpo cubierto solo con lencería y medias de nylon. Iba a seguir desvistiéndome cuando me cogió
por la cintura y me dijo ―tranquila Rose,
soy de esa generación de hombres que les gusta tomar la iniciativa y manejar la
situación.
Tomé su cabeza
entre mis manos y acaricié su pelo, mis uñas rojas se mezclaban con su pelo
gris, mientras él besaba mi ombligo. Era
raro, pero por la forma como mi piel se erizaba con cada roce de sus manos y de
su lengua descubrí que no necesitaba recurrir a ningún sentimiento afectivo
como el amor para disfrutar del momento.
En ese punto, yo había logrado despojarlo de su camisa para acariciar sus
hombros y besar su pecho desnudo cuando de pronto me alzó con suavidad y me
llevó con un apasionado beso hasta la zona del dormitorio. Era un hombre
estupendo y con un solo movimiento de sus manos mi cuerpo respondía de la forma
que él deseaba, me acomodó boca abajo, arrodillada sobre las sábanas de seda de
la cama y se colocó detrás de mí acariciando y besando mis nalgas, el espejo
que estaba en frente me permitía ser también espectadora de lo que sucedía en
aquella habitación, excitándome aún más.
En un momento,
se separó un poco de mí, abrió su pantalón y dejó escapar su endurecida
virilidad paseándola por el interior de mis muslos y mis nalgas sin llegar a
introducirla dentro de mí, era una sensación muy placentera. Al cabo de unos segundos, con un movimiento
ligero que más parecía una caricia me despojó de mi diminuto “hilo dental” y
separó mis piernas con cuidado haciéndome creer que el momento que tanto
esperaba había llegado; pero sin prisa y en movimientos constantes acarició el
punto más sensible de mi cuerpo a la vez que introducía algunos de sus dedos
dentro de mí, el placer era intenso, yo luchaba entre seguir disfrutando de sus
caricias y mi deseo por ser poseída por su sexo, parecía darse cuenta de mi
estado por lo que decidió alargar mi agonía volviendo a besar mi espalda,
acariciar mis nalgas y muslos sin dejar de disfrutar de mis reacciones a través
del espejo. Cuando sintió que era
suficiente, me tomó por el pelo sin lastimarme, buscó mi mirada en el espejo y con
una sonrisa llena de lujuria me penetró con fuerza una y otra vez haciendo que
mi cuerpo estalle en mil pedazos de placer en más de una vez.
Quedé tendida,
exhausta acariciando las sábanas de seda, cuando Michael me pidió que
volviéramos al sofá, iba a vestirme pero él no lo permitió pues deseaba verme solo
con medias de nylon y tacones.
―No solo eres hermosa Rose,
sino que eres fantástica a la hora de amar ¡salud por ti y espero que puedas
volver! ―sonreí en señal de aceptación mientras que él sacaba de su
billetera cuatro billetes de cien dólares que recibí avergonzada. ―No te sientas mal, Rose, tómalo como un
presente de mi parte ¡tú mereces eso y mucho más!
Sirvió dos
nuevas copas de champagne que bebí sin apresuramiento mientras él paseaba sus
dedos con sutileza por mi cuerpo desnudo sin dejar de mirarme. Era tarde, debía marcharme, me vestí frente a
él, lo hice lenta y sugerentemente disfrutando de sentirme deseada por un
hombre, que a pesar de sus años, no había perdido su varonil hermosura. Cuando estuve lista, me ayudó a colocarme el
abrigo le di un beso en la mejilla y salí de aquella habitación sin mirarlo y
en silencio.
Tomé el
ascensor y mientras descendía pude disfrutar de la tranquilidad que mi cuerpo satisfecho
me ofrecía. Al llegar al primer piso, el
recepcionista seguía ahí.
―Adiós― le dije en forma seca, mirándolo con desprecio.
―Hasta pronto señora, espero
que haya pasado un grato momento en nuestras instalaciones. ―Me reí ¡claro que había sido un grato momento!
El chofer del
taxi que me esperaba, abrió la puerta del vehículo, me invitó a subir y no me
dirigió ni una palabra durante el trayecto dejándome disfrutar de la dulce
sensación que experimentaba “¡qué relajante puede ser un buen momento de sexo!”
―pensé.
Al llegar a mi
casa, besé en la frente a mis hijos dormidos, guardé el dinero en la gaveta de
mi cómoda, tomé un breve baño y dormí pensando en que yo no necesitaba cobrar
para pasar momentos agradables con un hombre, en especial con uno que sepa
dónde y cómo tocar a una mujer, pero el dinero que había obtenido no me venía
mal. Reconozco haber vuelto a sentir algo de vergüenza pero al repasar
mentalmente cada una de las escenas que había observado en aquel espejo perdí cualquier
resto de pudor y me dije ¡desde ahora no me negaré a aceptar ninguna
oportunidad de prodigarme tanto placer! y así decidí que el discreto papel de
“Rose” era perfecto para mí.
***
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