miércoles, 5 de febrero de 2014

Osadía

Texto adaptado de "Desde Ella"
Siempre he sido una mujer que ha disfrutado con plenitud el sexo pero aun así, algunos meses atrás Manuel, mi esposo, decidió cambiarme por otra mujer. Al irse también dejó conmigo una cuantiosa deuda por nuestra casa y los gastos de los niños, yo había iniciado un juicio por alimentos pero llevaría tiempo y eso era lo que me faltaba.  Estaba muy preocupada, pasaba días enteros haciendo cuentas para tratar de que mi sueldo pudiera cubrir tantas necesidades pero era imposible. «¡Necesito un ingreso adicional!» repetía mentalmente mientras no hallaba la forma de obtenerlo.

Una tarde, estando en mi casa, recibí la inesperada llamada de Jaime, un amigo que trabajaba en el Municipio con el cual yo había tenido algunos encuentros furtivos en el pasado incluso mientras Manuel aún era mi esposo.  Me saludó con efusividad y después de mencionar algunas banalidades, me propuso algo sorprendente: Acompañar una noche en su hotel a un empresario extranjero y adinerado que estaba de paso por la ciudad y a cambio recibiría una “bonificación interesante por el tiempo invertido”.

Después de escucharlo incrédula, me negué ofendida; sin embargo, tras cortar el teléfono, la duda se sembró en mi cerebro y no me dejaba olvidar lo necesitada que estaba de lo que  me ofrecía: sexo y dinero.  Hice algunos cálculos y con el pago que me ofrecía podía arreglar unos días mi desesperante situación económica pero ¿y el sexo sin ningún afecto? Recordé entonces, aquella novela de un conocido autor brasilero en la que protagonista se vendía por dinero con mucho éxito pues, no solo calmaba el cuerpo de sus clientes sino también su alma y su mente, sentí un raro escalofrío a la vez que imaginaba cómo sería tener sexo con un desconocido. Al contrario a lo que en forma inicial supuse, la idea me iba resultando poco a poco más atractiva y excitante llegando inclusive a humedecer mis entrañas. Entonces decidí no pensarlo más ¡lo haría! Tomé el teléfono, llamé a Jaime, le exigí confidencialidad y acepté.

El día fijado había llegado, estaba ansiosa y tenía temor por haber cometido tremenda osadía pero aún faltaban algunas horas para el encuentro que aproveché para tomar un baño de tina, exfoliar y perfumar mi cuerpo.  Mientras me arreglaba no dejaba de pensar en ese hombre desconocido.  Me había comprado un vestido color rojo muy corto y ceñido, con un precioso escote en V en la espalda que sobrepasaba mi cintura.  No podía llevar corpiño así que debajo solo pude colocarme un pequeño calzón negro “hilo dental” para que no marque mis glúteos dejándolos ver de forma natural.  Completaba mi atuendo con medias oscuras de nylon que terminaban en encaje de licra a medio muslo, esas que a los hombres les encantan y zapatos de charol negro de taco aguja muy alto.  Para cubrirme usé un abrigo negro que sólo dejaba ver mis pies, como complemento final un fino pero atrevido perfume que me hacía sentir perversa y esa sensación me gustaba. 

Llegó el taxi y nos dirigimos al hotel más lujoso de la ciudad, me recibió un hombre que me anunció a través del intercomunicador:

―Señor, ha llegado su visita. Colgó y mientras me miraba lascivamente, me dijo―: señora por ese ascensor hasta el décimo piso, habitación 1003, toque la puerta y el señor la recibirá.   

Me di vuelta para esperar el ascensor, sentía la mirada del recepcionista clavada en mi cuerpo, tratando de atravesar el abrigo.  Al entrar volteé a verlo y él nervioso bajó la mirada.  Llegué al piso 10, caminé por un largo y elegante pasillo, ubiqué la habitación 1003, mi respiración era rápida y mi corazón se aceleraba, la incógnita estaba por develarse, en unos segundos tendría a mi furtivo amante frente a mí.  Toqué y sentí una voz varonil que decía:

Entra que está abierto―, abrí y a media luz divisé un hombre alto, en buena forma, esperándome, vestido con elegancia. 

―Buenas noches ―respondí algo nerviosa. 

Se acercó, pude ver unos hermosos ojos azules, una cabellera canosa pero cuidada con pulcritud, me tomó de una mano y me llevó hacia un pequeño salón que había en la habitación diciendo en perfecto castellano:

―Sentémonos un rato acá para conversar y conocernos mejor. ―Respiré en forma profunda para retomar el control de lo que estaba por hacer.

Hace calor ¿puedo quitarme antes el abrigo?― Se acercó a mí, era muy alto y tenía unas manos grandes, blancas y fuertes con las que me ayudó a sacarlo.
 
Me gusta ―me dijo mirándome desde los pies hasta la cabeza, sus palabras y su mirada lograron entusiasmarme.

¡Me alegro! porque me he esmerado para usted. 

Mucha formalidad, llámame Michael ―dijo sonriendo, pensé en inventar un nombre ficticio para mí pero no me dejó hablar y continuó ―para mí, tú eres Rose, simplemente Rose ¿estás de acuerdo?―  Asentí con la cabeza y lo seguí con la mirada mientras él se dirigía hacia un florero repleto de rosas blancas, sacó una y me la alcanzó diciendo―: una rosa para Rose

Me sentí halagada y feliz pues en ese momento me di cuenta que estaba frente a un hombre que no me haría ningún daño y decidí disfrutar del momento.  Me acomodé en el sofá mientras él abría una botella de champagne y me alcanzaba una copa.

―Salud Rose, por este encuentro  y por los placeres que la vida nos prepara en esta ocasión. ―Alcé mi copa y bebí con lentitud para permitirme saborear la fina y delicada bebida.

Cuando ambos terminamos, dejó las copas sobre la mesa y se sentó a mi lado.

―¿Estás cómoda Rose? Ten por seguro que no te haré daño y espero que tú también quedes complacida con este encuentro.  Sé por mi contacto que eres divorciada y que hace mucho tiempo no has tenido alguien que te atienda… Acércate a mí y verás que ambos podremos llevarnos una buena impresión.

Instintivamente acomodé mi falda y me acerqué a él, tomó mis hombros y me besó con pasión el cuello mientras acariciaba mi espalda desnuda.  Era verdad, yo necesitaba alguien que me atienda y hacía un buen tiempo que no lo tenía.  Este hombre era algo mayor pero tenía todas las condiciones para que yo disfrutara del encuentro, entonces respondí besándolo con la misma pasión que él me demostraba.  De pronto noté que sus manos en mis hombros luchaban por despojarme del vestido, me acerque a su oído izquierdo y le di un pequeño mordisco, susurrándole ―deja que te ayude. 

Me levanté frente a él y moviendo las caderas cadenciosamente dejé que el vestido se deslizara por mis muslos hasta caer al suelo, permanecí un momento de pie permitiéndole contemplar, desde su sitio en el sofá, mis pechos desnudos y mi cuerpo cubierto solo con lencería y medias de nylon.  Iba a seguir desvistiéndome cuando me cogió por la cintura y me dijo ―tranquila Rose, soy de esa generación de hombres que les gusta tomar la iniciativa y manejar la situación.

Tomé su cabeza entre mis manos y acaricié su pelo, mis uñas rojas se mezclaban con su pelo gris, mientras él besaba mi ombligo.  Era raro, pero por la forma como mi piel se erizaba con cada roce de sus manos y de su lengua descubrí que no necesitaba recurrir a ningún sentimiento afectivo como el amor para disfrutar del momento.  En ese punto, yo había logrado despojarlo de su camisa para acariciar sus hombros y besar su pecho desnudo cuando de pronto me alzó con suavidad y me llevó con un apasionado beso hasta la zona del dormitorio. Era un hombre estupendo y con un solo movimiento de sus manos mi cuerpo respondía de la forma que él deseaba, me acomodó boca abajo, arrodillada sobre las sábanas de seda de la cama y se colocó detrás de mí acariciando y besando mis nalgas, el espejo que estaba en frente me permitía ser también espectadora de lo que sucedía en aquella habitación, excitándome aún más.

En un momento, se separó un poco de mí, abrió su pantalón y dejó escapar su endurecida virilidad paseándola por el interior de mis muslos y mis nalgas sin llegar a introducirla dentro de mí, era una sensación muy placentera.  Al cabo de unos segundos, con un movimiento ligero que más parecía una caricia me despojó de mi diminuto “hilo dental” y separó mis piernas con cuidado haciéndome creer que el momento que tanto esperaba había llegado; pero sin prisa y en movimientos constantes acarició el punto más sensible de mi cuerpo a la vez que introducía algunos de sus dedos dentro de mí, el placer era intenso, yo luchaba entre seguir disfrutando de sus caricias y mi deseo por ser poseída por su sexo, parecía darse cuenta de mi estado por lo que decidió alargar mi agonía volviendo a besar mi espalda, acariciar mis nalgas y muslos sin dejar de disfrutar de mis reacciones a través del espejo.  Cuando sintió que era suficiente, me tomó por el pelo sin lastimarme, buscó mi mirada en el espejo y con una sonrisa llena de lujuria me penetró con fuerza una y otra vez haciendo que mi cuerpo estalle en mil pedazos de placer en más de una vez.

Quedé tendida, exhausta acariciando las sábanas de seda, cuando Michael me pidió que volviéramos al sofá, iba a vestirme pero él no lo permitió pues deseaba verme solo con  medias de nylon y tacones.

No solo eres hermosa Rose, sino que eres fantástica a la hora de amar ¡salud por ti y espero que puedas volver! ―sonreí en señal de aceptación mientras que él sacaba de su billetera cuatro billetes de cien dólares que recibí avergonzada. ―No te sientas mal, Rose, tómalo como un presente de mi parte ¡tú mereces eso y mucho más!

Sirvió dos nuevas copas de champagne que bebí sin apresuramiento mientras él paseaba sus dedos con sutileza por mi cuerpo desnudo sin dejar de mirarme.  Era tarde, debía marcharme, me vestí frente a él, lo hice lenta y sugerentemente disfrutando de sentirme deseada por un hombre, que a pesar de sus años, no había perdido su varonil hermosura.  Cuando estuve lista, me ayudó a colocarme el abrigo le di un beso en la mejilla y salí de aquella habitación sin mirarlo y en silencio.

Tomé el ascensor y mientras descendía pude disfrutar de la tranquilidad que mi cuerpo satisfecho me ofrecía.  Al llegar al primer piso, el recepcionista seguía ahí. 

―Adiós― le dije en forma seca, mirándolo con desprecio.

―Hasta pronto señora, espero que haya pasado un grato momento en nuestras instalaciones. ―Me reí ¡claro que había sido un grato momento!

El chofer del taxi que me esperaba, abrió la puerta del vehículo, me invitó a subir y no me dirigió ni una palabra durante el trayecto dejándome disfrutar de la dulce sensación que experimentaba “¡qué relajante puede ser un buen momento de sexo!” ―pensé. 

Al llegar a mi casa, besé en la frente a mis hijos dormidos, guardé el dinero en la gaveta de mi cómoda, tomé un breve baño y dormí pensando en que yo no necesitaba cobrar para pasar momentos agradables con un hombre, en especial con uno que sepa dónde y cómo tocar a una mujer, pero el dinero que había obtenido no me venía mal. Reconozco haber vuelto a sentir algo de vergüenza pero al repasar mentalmente cada una de las escenas que había observado en aquel espejo perdí cualquier resto de pudor y me dije ¡desde ahora no me negaré a aceptar ninguna oportunidad de prodigarme tanto placer! y así decidí que el discreto papel de “Rose” era perfecto para mí.


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