sábado, 19 de julio de 2014

Mientras te espero…

Te oigo llegar… mi corazón se acelera mientras tus pasos se oyen lentos, cansados de trabajar.  

No imaginas que estoy aquí… pero sí, he venido por ti y en tanto te espero, impaciente, me acomodo en el sofá, busco una pose sensual, subo mi corta falda hasta ahí, hasta ese lugar que al mirar te provoque tocar… 

Imagino que entras, me miras con esos ojos ardientes que solo deseo para mí y siento como destilo humedad… Busco calmarme, ajusto el encaje de las medias de seda negra que adornan mis muslos y compruebo que arden como arde cada centímetro de mí... 

Siento tus pasos que se acercan incautos a mí y me estremezco de ansiedad… abro botón más de mi blusa, dejo visible la piel de mis senos que erguidos y duros esperan por tus caricias… De pronto, te detienes tras la puerta que nos separa,  ruego en silencio que no demores más, ansiosa cierro los ojos, te imagino amándome… mi respiración se entrecorta… mis latidos se aceleran… mi piel se eriza…  

Abres la puerta, tu mirada de asombro se transforma en deseo, te acercas sonriente y yo me afano por provocarte más, me besas con pasión… me acaricias con desenfreno y cierro los ojos para perderme totalmente en ti…


                                                                    *******

domingo, 23 de marzo de 2014

Lorena

Había transcurrido dos años desde que mi mujer me dejó y yo había logrado superar mi soledad perdiéndome entre mi trabajo y miles de libros que durante años había postergado leer.
En aquellos tiempos era profesor en una academia que se dedicaba a formar enfermeras técnicas, tenía varios cursos a mi cargo, entre ellos Anatomía II en el último semestre de la carrera. Mi vida era tranquila y nada me hacía pensar que podría sucumbir a las tentaciones de Lorena.
Recuerdo el día que entré, como en cualquier ocasión, a mi clase con los exámenes parciales corregidos. Una a una iba llamando a las alumnas y entregándoles el examen pero cuando le tocó su turno, Lorena se acercó a mí lentamente y en vez de tomar su examen posó su mano sobre la mía por un instante. La miré sorprendido pero ella, lejos de avergonzarse fijó sus ojos en una forma que me sobresaltó, no de miedo, no de indignación sino de deseo.
Durante los siguientes días, traté de olvidar aquella mirada, traté de culpar a mi imaginación por estar suponiendo cosas, pero fue difícil, ansiaba que llegara el martes para volverla a ver.
Así me sorprendí acicalándome más de la cuenta, «estás loco» pensé y me coloqué el traje para dirigirme al instituto. En cuanto entré al salón, la vi, estaba sentada en primera fila, vestida de pantalones muy apretados y un par de botas negras taco aguja que resultaron muy sensuales. La fuerza de su mirada era impactante y no me daba tregua para zafarme de ella, de pronto nuestros ojos de cruzaron y me regaló un disimulado guiño de ojo, traté de fingir y continuar mi clase con normalidad pero cuando pensé que lo había superado instintivamente volví a mirarla y noté como mojaba sus labios rojos insinuantemente con la punta su lengua. Traté de controlar mi nerviosismo pero fue en vano, por lo que preferí terminar la clase con prontitud. Salí del salón sin mirarla, entré a la Sala de Profesores y tomando un vaso de agua pensé «¡tantos años enseñando y nunca me había pasado algo así!», con el transcurrir de los minutos y en aquella soledad de la habitación pude, con dificultad, recobrar la tranquilidad.
La siguiente clase fui más preparado, respiré profundamente y entré al salón, traté de no buscarla entre las alumnas pero se había sentado justamente frente a mi pupitre, puse mis libros sobre él y al levantar la vista la sorprendí mirándome fijamente, esquivé su mirada e inicié el dictado de mi clase en forma bastante normal. De pronto me sorprendió el sonido de la caída de un libro, instintivamente me agaché para recogerlo y mientras me levantaba pude ver sus perfectos pies en tacones aguja, sus hermosas pantorrillas envueltas en medias de seda negra y sus provocativos muslos que apenas se cubrían con una corta y ceñida falda. Nervioso coloqué el libro sobre su carpeta y ella sonriéndome pícaramente me dijo:
—Muchas gracias, profe. —Me ruboricé y evadiendo su intención traté de continuar con mi clase; sin embargo, las demás alumnas algo debieron notar pues pude escuchar murmullos y risillas inquietas alrededor.
Transcurrieron dos semanas y cada clase Lorena se encargaba de hacerme perder el hilo de mis pensamientos con sus gestos insinuantes, sus miradas provocativas y la forma como acariciaba o frotaba sus piernas mientras yo hablaba. Era común que saliera perturbado de aquel salón y en muchas oportunidades, en que no tenía clases con ella, me sorprendía buscándola por los pasillos y patios del instituto naciendo en mi interior una ansiedad incontrolable por volverla a ver.
Un día llegué a clases, miré su carpeta y no la encontré, me sobresalté y la busqué con la mirada por todo el salón « ¡no está!, ¡no ha venido!» pensé tratando de guardar la calma pues la atracción que sentía por ella era cada vez más intensa. Dicté una clase sin coherencia, no podía concentrarme en lo que estaba haciendo y mi mente se distraía repitiendo una y otra vez las actitudes de Lorena que ese día me hacían tanta falta. Cuando logré concluir la clase, me alejé presuroso de aquel lugar que me recordaba a ella y me sumergí en la soledad de la Sala de Profesores, tratando de controlar mis emociones.
Hacía calor, puse mi saco en el perchero, me senté frente a la mesa y abrí un libro tratando de concentrarme en su lectura. Había recuperado la calma cuando sentí que tocaban la puerta, levanté los ojos y ahí estaba Lorena mirándome lascivamente, no esperó a que la invitara a pasar, dio dos pasos adelante y me dijo sugestivamente:
—Profe, disculpe usted mi inasistencia el día de hoy pero creo que después de estas semanas convendría que me diera la sesión de hoy en forma personalizada.
—¿Personalizada? –pregunté titubeando.
Caminó lentamente hasta colocarse detrás de mí, puso sus manos sobre mis hombros y acariciándolos sutilmente continuó:
—Sí, profe. Yo no he logrado buenas calificaciones con la teoría y pienso que sería mejor que me enseñe usted en forma práctica alguna de sus interesantes clases de anatomía.
Pude ver sus delicadas manos, ataviadas de largas uñas rojas, deslizándose suavemente por mi pecho, al mismo tiempo que acercaba su boca a mi oído para susurrar:
—Enséñeme profe… hm… aproveche que hoy no traigo ropa interior.
Mientras yo trataba de ordenar mis pensamientos, ella se apartó de mí, abrió la puerta del baño y entró invitándome a seguirla. La adrenalina brotó con desmesura, entré a aquel baño y la tomé entre mis brazos mientras que ella me besaba apasionadamente. Acaricié su pelo ensortijado, me enardecía la forma como mis dedos se enredaban en él al mismo tiempo que ella recorría con sus labios mi cuello y mi pecho. La aparté un poco de mí, abrí los botones de su blusa, quité con pericia su corpiño, acaricié sus senos desnudos y mordí sus pezones mientras que ella liberaba mi virilidad que se endurecía aún más con el contacto de sus manos.
Aprisioné su pecho desnudo junto al mío y sin dejar de besarla hurgué debajo de su falda comprobando que no me había mentido ¡no traía ropa interior!, me excité aún más. La tomé por la cintura haciéndola girar para besar su nuca y recorrer con mis labios su espalda en tanto mis manos transitaban por su vientre hasta explorar su sexo humedecido. Su respiración era rápida, jadeaba pidiéndome más. Levanté su pequeña falda, palpé con fuerza sus redondeadas nalgas apenas cubiertas con un delicado portaligas negro, separé suavemente sus preciosas piernas vestidas de seda diciéndole:
—Prepárese señorita, porque estoy seguro que la clase de hoy ¡nunca la olvidará!– Y arremetí con fuerza dentro de ella que gemía de placer en tanto que yo me estremecía hasta perderme totalmente en su joven y maravilloso cuerpo.
Cuando todo terminó, ella con total naturalidad se colocó el corpiño, cerró uno a uno los botones de su blusa, se acomodó la falda, se miró al espejo pintándose los labios de rojo carmesí, arregló su magnífica cabellera y se acercó a mí diciéndome:
—Es usted un grandioso profesor ¡espero poder repetir esta clase en algún otro lugar! –Me guiñó un ojo, abrió la puerta y se marchó.
Yo me quedé absorto ¡no salía de mi sorpresa por lo que había pasado minutos antes!, tomé mi ropa y me vestí rápidamente. Al salir del baño encontré a Alicia, la profesora de Biología que sorprendida dijo:
—Hace un momento me topé con una alumna ¿Qué hacía ella aquí?
Posó sus ojos en mí, puso cara de desagrado y sin esperar mi respuesta tomó sus cosas, dio media vuelta y se marchó.
Cuando llegué a mi casa esa noche, me sentía desorientado, pensaba que todo había sucedido en mi imaginación como una respuesta a la inquietud que había sentido por no ver a Lorena en clase. Traté de tranquilizarme, me serví un trago, prendí el televisor y al quitarme la camisa grande fue mi sorpresa al observar que tenía manchas de colorete en el cuello. Entendí entonces la mirada de Alicia y sonreí comprobando que aquella tarde en brazos de Lorena ¡había sido realidad!

***

lunes, 3 de marzo de 2014

Curiosidad

A
l finalizar el verano del año 1975 yo era un muchacho de doce años que se debatía entre la nostalgia de dejar atrás la niñez y las complicaciones de la adolescencia.  Era tiempo también de regresar al colegio y con ello descubrir que esa sensación tan extraña no era ajena a mis amigos ya que Alex, Pablo, Jaime, Carlos y Sebastián también demostraban inquietudes algo distintas a las que habíamos disfrutado juntos tan sólo un año atrás pues los partidos de fútbol, que antes gozábamos simplemente corriendo de un lado a otro sin más preocupación que no perder de vista aquella pelota, se habían transformado en un juego bullicioso que tenía como principal fin el lograr que aquel grupo de chicas, a las que tanto habíamos odiado y tanto se habían esforzado en ridiculizarnos, nos miraran.
Los cambios al parecer no sólo se presentaban en nuestras almas, cuerpos y voces, sino también en nuestro entorno, nuestro colegio pueblerino había tomado la decisión que para lograr un mejor desempeño de sus alumnos en las universidades de la ciudad era de imperiosa necesidad el aprendizaje de inglés.
Es así que después de la formación del lunes todos los alumnos, como era costumbre, pasábamos a ocupar nuestros salones de clases. No habíamos terminado de acomodarnos en nuestros nuevos y relucientes pupitres cuando la  Sra. Amanda, la directora del colegio, entró y con voz ceremoniosa  nos dijo:
Distinguidos alumnos, este año tenemos una novedad que estoy segura será de su agrado. A partir del presente mes cada uno de ustedes se verá beneficiado con el aprendizaje de la lengua universal: el inglés. Tomó aire y con una sonrisa amplia continuó : Para ello queridos alumnos, nuestro colegio ha realizado grandes esfuerzos para que ustedes puedan contar, a partir de la fecha, con la participación de Miss Pamela Smith, profesora graduada en una de las más prestigiosas universidades de los Estados Unidos, para quien pido un fuerte aplauso.
Boquiabiertos vimos como aquella joven mujer entraba al salón llenando todo con su belleza. No era muy alta pero tenía los ojos más lindos que se hayan visto por ese lugar, azules como el cielo y una larga cabellera rubia y ensortijada que sujetaba hacia atrás.  Venía vestida de vaqueros y sandalias que dejaban ver sus preciosos pies adornados de uñas rojas. Cuando entró dijo en un castellano mal pronunciado:
Hola… soy Miss Pam.
Poco a poco, todo el alumnado masculino de aquel colegio estuvo pendiente de Miss Pam.  Alex y yo habíamos ideado una manera de tenerla cerca y sobre todo, una manera de poder admirar mejor su belleza pues mientras ella dictaba su clase de inglés nosotros constantemente la interrumpíamos levantando la mano para que se acerque a nuestro pupitre y, revisara si alguna palabra que se plasmaba en nuestro cuaderno estaba bien escrita y por supuesto, ella se agachaba mostrándonos, sin querer, aquel escote donde se iniciaban sus dos redondeados, voluminosos y rosados pechos que nos hacían soñar.  Lo hicimos tan evidente que una vez en el recreo Pablo, que a pesar de ser el menor era  el más alto y sabido de todos nosotros, nos dijo:
Par de pendejos, ¿no? ¿Creen que no nos hemos dado cuenta de cómo le miran las tetas a la gringa?
Todos los demás soltaron una estupenda carcajada en señal de aprobación, pero yo no me sentí alagado por el contrario sentí vergüenza de haber sido descubierto.   Sin embargo, lo que más me extrañaba era que a pesar de mis esfuerzos cada noche me era imposible dormir sin pensar en la sonrisa y en el cuerpo de aquella hermosa mujer.
Pasaron varios meses y con ellos el frío del invierno costero también apareció, haciendo que Miss Pam se abrigara más, dificultando mucho nuestras argucias para mirar aquella zona que tanto nos gustaba; pero en compensación lucía apretados jersey que nos mostraban su sugerente figura. 
Una mañana de sábado mi madre decidió que tan pronto termináramos de almorzar partamos junto a mi abuela a visitar a una vecina anciana y enferma.  La idea no me resultó atractiva; pero contrariamente a lo que mi madre pensaba, yo aquel día me sentía mal.  Me dolía muy fuerte la cabeza y no tenía ánimos ni para comer.   Mi abuela me tomó de la mano y me llevó con dulzura a mi cama, puso su mano sobre mi frente y dijo:
Rosaura, este muchacho está con fiebre ¡dejémoslo descansar!
Mi madre presurosa trajo el termómetro y me lo puso en la boca, al cabo de un momento lo revisó y me dio un jarabe diciéndome con ternura:  
Hijito, lo siento, no podrás acompañarnos.  Tendrás que quedarte solo porque Fabio ha salido, pero no temas volveremos tan pronto como podamos. 
Fabio era mi hermano mayor, tenía la suerte de haber terminado el colegio y de trabajar en la farmacia del pueblo, lo que le daba la independencia necesaria para no tener que acompañar a mi madre a cuanto sitio a ella le apetecía.
Cuando mi madre y mi abuela se marcharon, me sentí tan mareado que me acurruqué en mi cama hasta quedarme dormido pero una hora más tarde el sonido y las risas que se sentían en la sala de mi casa me despertaron.  Aún estaba mareado y mi cuerpo estaba sudoroso pero mi curiosidad por saber lo que pasaba me hizo levantarme de la cama y salir de mi habitación sin zapatos tratando de no hacer ningún ruido.
Me acerqué tanto como pude a la puerta de la sala que estaba entreabierta dejándome ver, sin ser descubierto, lo que ahí sucedía.  Miré sorprendido que Fabio bailaba con Miss Pam ¡No sabía que se conocían!  La música era alegre y ella bailaba levantando los brazos y moviendo sus caderas al compás a la vez que Fabio con torpeza seguía sus movimientos esforzándose por no perder el ritmo.  De pronto él extendió sus brazos tratando de atrapar aquellas voluptuosas caderas  y Miss Pam riendo coqueta se lanzó en una loca carrera por la sala simulando no querer dejarse atrapar.
Cuando la música se tornó más tranquila Miss Pam se quedó quieta y con un lenguaje de miradas que yo no comprendía hizo que Fabio se acercara a ella, la tomara por la cintura abrazándola muy fuerte, mientras que ella rodeaba con sus manos su cuello  y ambos acercaron sus bocas hasta fundirlas en un beso interminable moviendo sus caderas muy juntas al compás de la música.
En forma súbita Fabio, sin dejar de besarla, soltó su cintura e introdujo sus manos debajo del delgado polo que ella llevaba acariciándole la espalda. A ella parecía gustarle porque lo abrazaba y besaba aún con más fuerza; de pronto, se hizo hacia atrás y mirándolo sonriente tomó su camisa desabrochando uno a uno los botones hasta despojarlo de ella. Fabio, no lo dudó y en un movimiento rápido dejó descubiertos esos redondos y carnosos pechos que yo tantas veces había imaginado y que él ahora acariciaba y besaba con frenesí mientras ambos seguían  moviéndose al ritmo de la música.
Miss Pam tomó a mi hermano de la mano y sonriéndole lo llevó al sillón, se tumbó de espaldas con las piernas sugerentemente abiertas, Fabio sumergió una mano debajo de aquella diminuta falda, no alcanzaba a ver bien lo que hacía pero Miss Pam cerraba los ojos disfrutando de sus caricias. Yo, escondido, sentía como mi respiración se aceleraba, mi corazón latía con tanta fuerza que podía sentirlo en las sienes, tenía miedo de ser descubierto pero al mismo tiempo deseaba seguir mirando.
En un momento, Fabio sin dejar de acariciarla acomodó su cuerpo desnudo sobre ella haciendo movimientos ondulantes cada vez más rápidos, ella reaccionó arqueando el cuerpo hacia atrás, su respiración se tornó fuerte...rápida y la forma como sus blanquísimos pies de uñas rojas estrujaban el cobertor del sillón dejaba ver que se retorcía de placer, gimiendo y diciendo  en forma entrecortada:
Yes... yes… yes...
No recuerdo como terminó todo, debo haber vuelto semi-inconsciente a mi cama pues después de mucho rato, cuando ya era de noche, me despertó mi abuela con su mano en mi frente diciendo:
Estás con fiebre.
No quería saber más, cerré los ojos pero lo contemplado aquella tarde se repetía en mi cerebro por fragmentos, el beso apasionado de ambos, los senos desnudos de Miss Pam, sus uñas rojas, los movimientos ondulantes de mi hermano… y yo sólo quería que me dejen dormir.




***

miércoles, 5 de febrero de 2014

Osadía

Texto adaptado de "Desde Ella"
Siempre he sido una mujer que ha disfrutado con plenitud el sexo pero aun así, algunos meses atrás Manuel, mi esposo, decidió cambiarme por otra mujer. Al irse también dejó conmigo una cuantiosa deuda por nuestra casa y los gastos de los niños, yo había iniciado un juicio por alimentos pero llevaría tiempo y eso era lo que me faltaba.  Estaba muy preocupada, pasaba días enteros haciendo cuentas para tratar de que mi sueldo pudiera cubrir tantas necesidades pero era imposible. «¡Necesito un ingreso adicional!» repetía mentalmente mientras no hallaba la forma de obtenerlo.

Una tarde, estando en mi casa, recibí la inesperada llamada de Jaime, un amigo que trabajaba en el Municipio con el cual yo había tenido algunos encuentros furtivos en el pasado incluso mientras Manuel aún era mi esposo.  Me saludó con efusividad y después de mencionar algunas banalidades, me propuso algo sorprendente: Acompañar una noche en su hotel a un empresario extranjero y adinerado que estaba de paso por la ciudad y a cambio recibiría una “bonificación interesante por el tiempo invertido”.

Después de escucharlo incrédula, me negué ofendida; sin embargo, tras cortar el teléfono, la duda se sembró en mi cerebro y no me dejaba olvidar lo necesitada que estaba de lo que  me ofrecía: sexo y dinero.  Hice algunos cálculos y con el pago que me ofrecía podía arreglar unos días mi desesperante situación económica pero ¿y el sexo sin ningún afecto? Recordé entonces, aquella novela de un conocido autor brasilero en la que protagonista se vendía por dinero con mucho éxito pues, no solo calmaba el cuerpo de sus clientes sino también su alma y su mente, sentí un raro escalofrío a la vez que imaginaba cómo sería tener sexo con un desconocido. Al contrario a lo que en forma inicial supuse, la idea me iba resultando poco a poco más atractiva y excitante llegando inclusive a humedecer mis entrañas. Entonces decidí no pensarlo más ¡lo haría! Tomé el teléfono, llamé a Jaime, le exigí confidencialidad y acepté.

El día fijado había llegado, estaba ansiosa y tenía temor por haber cometido tremenda osadía pero aún faltaban algunas horas para el encuentro que aproveché para tomar un baño de tina, exfoliar y perfumar mi cuerpo.  Mientras me arreglaba no dejaba de pensar en ese hombre desconocido.  Me había comprado un vestido color rojo muy corto y ceñido, con un precioso escote en V en la espalda que sobrepasaba mi cintura.  No podía llevar corpiño así que debajo solo pude colocarme un pequeño calzón negro “hilo dental” para que no marque mis glúteos dejándolos ver de forma natural.  Completaba mi atuendo con medias oscuras de nylon que terminaban en encaje de licra a medio muslo, esas que a los hombres les encantan y zapatos de charol negro de taco aguja muy alto.  Para cubrirme usé un abrigo negro que sólo dejaba ver mis pies, como complemento final un fino pero atrevido perfume que me hacía sentir perversa y esa sensación me gustaba. 

Llegó el taxi y nos dirigimos al hotel más lujoso de la ciudad, me recibió un hombre que me anunció a través del intercomunicador:

―Señor, ha llegado su visita. Colgó y mientras me miraba lascivamente, me dijo―: señora por ese ascensor hasta el décimo piso, habitación 1003, toque la puerta y el señor la recibirá.   

Me di vuelta para esperar el ascensor, sentía la mirada del recepcionista clavada en mi cuerpo, tratando de atravesar el abrigo.  Al entrar volteé a verlo y él nervioso bajó la mirada.  Llegué al piso 10, caminé por un largo y elegante pasillo, ubiqué la habitación 1003, mi respiración era rápida y mi corazón se aceleraba, la incógnita estaba por develarse, en unos segundos tendría a mi furtivo amante frente a mí.  Toqué y sentí una voz varonil que decía:

Entra que está abierto―, abrí y a media luz divisé un hombre alto, en buena forma, esperándome, vestido con elegancia. 

―Buenas noches ―respondí algo nerviosa. 

Se acercó, pude ver unos hermosos ojos azules, una cabellera canosa pero cuidada con pulcritud, me tomó de una mano y me llevó hacia un pequeño salón que había en la habitación diciendo en perfecto castellano:

―Sentémonos un rato acá para conversar y conocernos mejor. ―Respiré en forma profunda para retomar el control de lo que estaba por hacer.

Hace calor ¿puedo quitarme antes el abrigo?― Se acercó a mí, era muy alto y tenía unas manos grandes, blancas y fuertes con las que me ayudó a sacarlo.
 
Me gusta ―me dijo mirándome desde los pies hasta la cabeza, sus palabras y su mirada lograron entusiasmarme.

¡Me alegro! porque me he esmerado para usted. 

Mucha formalidad, llámame Michael ―dijo sonriendo, pensé en inventar un nombre ficticio para mí pero no me dejó hablar y continuó ―para mí, tú eres Rose, simplemente Rose ¿estás de acuerdo?―  Asentí con la cabeza y lo seguí con la mirada mientras él se dirigía hacia un florero repleto de rosas blancas, sacó una y me la alcanzó diciendo―: una rosa para Rose

Me sentí halagada y feliz pues en ese momento me di cuenta que estaba frente a un hombre que no me haría ningún daño y decidí disfrutar del momento.  Me acomodé en el sofá mientras él abría una botella de champagne y me alcanzaba una copa.

―Salud Rose, por este encuentro  y por los placeres que la vida nos prepara en esta ocasión. ―Alcé mi copa y bebí con lentitud para permitirme saborear la fina y delicada bebida.

Cuando ambos terminamos, dejó las copas sobre la mesa y se sentó a mi lado.

―¿Estás cómoda Rose? Ten por seguro que no te haré daño y espero que tú también quedes complacida con este encuentro.  Sé por mi contacto que eres divorciada y que hace mucho tiempo no has tenido alguien que te atienda… Acércate a mí y verás que ambos podremos llevarnos una buena impresión.

Instintivamente acomodé mi falda y me acerqué a él, tomó mis hombros y me besó con pasión el cuello mientras acariciaba mi espalda desnuda.  Era verdad, yo necesitaba alguien que me atienda y hacía un buen tiempo que no lo tenía.  Este hombre era algo mayor pero tenía todas las condiciones para que yo disfrutara del encuentro, entonces respondí besándolo con la misma pasión que él me demostraba.  De pronto noté que sus manos en mis hombros luchaban por despojarme del vestido, me acerque a su oído izquierdo y le di un pequeño mordisco, susurrándole ―deja que te ayude. 

Me levanté frente a él y moviendo las caderas cadenciosamente dejé que el vestido se deslizara por mis muslos hasta caer al suelo, permanecí un momento de pie permitiéndole contemplar, desde su sitio en el sofá, mis pechos desnudos y mi cuerpo cubierto solo con lencería y medias de nylon.  Iba a seguir desvistiéndome cuando me cogió por la cintura y me dijo ―tranquila Rose, soy de esa generación de hombres que les gusta tomar la iniciativa y manejar la situación.

Tomé su cabeza entre mis manos y acaricié su pelo, mis uñas rojas se mezclaban con su pelo gris, mientras él besaba mi ombligo.  Era raro, pero por la forma como mi piel se erizaba con cada roce de sus manos y de su lengua descubrí que no necesitaba recurrir a ningún sentimiento afectivo como el amor para disfrutar del momento.  En ese punto, yo había logrado despojarlo de su camisa para acariciar sus hombros y besar su pecho desnudo cuando de pronto me alzó con suavidad y me llevó con un apasionado beso hasta la zona del dormitorio. Era un hombre estupendo y con un solo movimiento de sus manos mi cuerpo respondía de la forma que él deseaba, me acomodó boca abajo, arrodillada sobre las sábanas de seda de la cama y se colocó detrás de mí acariciando y besando mis nalgas, el espejo que estaba en frente me permitía ser también espectadora de lo que sucedía en aquella habitación, excitándome aún más.

En un momento, se separó un poco de mí, abrió su pantalón y dejó escapar su endurecida virilidad paseándola por el interior de mis muslos y mis nalgas sin llegar a introducirla dentro de mí, era una sensación muy placentera.  Al cabo de unos segundos, con un movimiento ligero que más parecía una caricia me despojó de mi diminuto “hilo dental” y separó mis piernas con cuidado haciéndome creer que el momento que tanto esperaba había llegado; pero sin prisa y en movimientos constantes acarició el punto más sensible de mi cuerpo a la vez que introducía algunos de sus dedos dentro de mí, el placer era intenso, yo luchaba entre seguir disfrutando de sus caricias y mi deseo por ser poseída por su sexo, parecía darse cuenta de mi estado por lo que decidió alargar mi agonía volviendo a besar mi espalda, acariciar mis nalgas y muslos sin dejar de disfrutar de mis reacciones a través del espejo.  Cuando sintió que era suficiente, me tomó por el pelo sin lastimarme, buscó mi mirada en el espejo y con una sonrisa llena de lujuria me penetró con fuerza una y otra vez haciendo que mi cuerpo estalle en mil pedazos de placer en más de una vez.

Quedé tendida, exhausta acariciando las sábanas de seda, cuando Michael me pidió que volviéramos al sofá, iba a vestirme pero él no lo permitió pues deseaba verme solo con  medias de nylon y tacones.

No solo eres hermosa Rose, sino que eres fantástica a la hora de amar ¡salud por ti y espero que puedas volver! ―sonreí en señal de aceptación mientras que él sacaba de su billetera cuatro billetes de cien dólares que recibí avergonzada. ―No te sientas mal, Rose, tómalo como un presente de mi parte ¡tú mereces eso y mucho más!

Sirvió dos nuevas copas de champagne que bebí sin apresuramiento mientras él paseaba sus dedos con sutileza por mi cuerpo desnudo sin dejar de mirarme.  Era tarde, debía marcharme, me vestí frente a él, lo hice lenta y sugerentemente disfrutando de sentirme deseada por un hombre, que a pesar de sus años, no había perdido su varonil hermosura.  Cuando estuve lista, me ayudó a colocarme el abrigo le di un beso en la mejilla y salí de aquella habitación sin mirarlo y en silencio.

Tomé el ascensor y mientras descendía pude disfrutar de la tranquilidad que mi cuerpo satisfecho me ofrecía.  Al llegar al primer piso, el recepcionista seguía ahí. 

―Adiós― le dije en forma seca, mirándolo con desprecio.

―Hasta pronto señora, espero que haya pasado un grato momento en nuestras instalaciones. ―Me reí ¡claro que había sido un grato momento!

El chofer del taxi que me esperaba, abrió la puerta del vehículo, me invitó a subir y no me dirigió ni una palabra durante el trayecto dejándome disfrutar de la dulce sensación que experimentaba “¡qué relajante puede ser un buen momento de sexo!” ―pensé. 

Al llegar a mi casa, besé en la frente a mis hijos dormidos, guardé el dinero en la gaveta de mi cómoda, tomé un breve baño y dormí pensando en que yo no necesitaba cobrar para pasar momentos agradables con un hombre, en especial con uno que sepa dónde y cómo tocar a una mujer, pero el dinero que había obtenido no me venía mal. Reconozco haber vuelto a sentir algo de vergüenza pero al repasar mentalmente cada una de las escenas que había observado en aquel espejo perdí cualquier resto de pudor y me dije ¡desde ahora no me negaré a aceptar ninguna oportunidad de prodigarme tanto placer! y así decidí que el discreto papel de “Rose” era perfecto para mí.


***

lunes, 20 de enero de 2014

Agua la boca


 
Meu bem você me dá Água na boca Hum! Hum!
Vestindo fantasias Tirando a roupa Molhada de suor
De tanto a gente se beijar 
De tanto imaginar Imaginar! Loucuras... 
A gente faz o amor Por telepatia No chão, no mar, na lua Na 
melodia Mania de você De tanto a gente se beijar 
De tanto imaginar Imaginar! Loucuras...

 Canción completa en http://www.youtube.com/watch?v=-anZ5HVKyRA  Interpretada por Rita Lee y Milton Nascimento


 

sábado, 18 de enero de 2014

Una Noche con él -





















Recuerdo que habíamos viajado largas horas, llegamos de noche y estábamos cansados.  Había emprendido este viaje acompañando a mi marido, Antonio, a seguir una famosa carrera automovilística que por primera vez se realizaba en Sudamérica.  Antonio había manejado varias horas y no estaba de buen humor pues su piloto preferido no había logrado colocarse en un lugar expectante hasta la fecha.
Llegamos al hotel que él había reservado con antelación, estacionamos el auto y nos dirigimos en silencio a nuestra habitación.  Al prender la luz tuve una sensación desagradable, era una habitación pequeña y las camas se veían muy juntas:
―No me gusta ―dije.
―Pues, esto es lo que hay ―me contestó Antonio levantando un poco la voz, sin mirarme dejó las maletas en el suelo y entró al baño– Me voy a duchar para salir a cenar.

Alisté su ropa e hice lo propio con la mía, él demoró un largo rato en la ducha y cuando salió me advirtió:

―Apúrate que se hace tarde ¡ahh y ya casi no queda agua caliente!

Tomé mi toalla, entré al baño en la seguridad de que para mí no quedaría agua caliente ¡y no me equivoqué!  Mientras me duchaba seguía pensando si era necesario continuar sintiéndome casi una esclava solo por seguir manteniendo una situación económica como la que había conseguido con este matrimonio, pero el agua fría no me dejó encontrar una respuesta.

Salí tiritando, me cubrí con la toalla, estaba secándome el cabello cuando irrumpió furioso.
―¡No encuentro mi pijama azul! ¡Espero que no lo hayas olvidado!
―No traje el azul, sino el verde que creo que es más cómodo, disculpa debí preguntarte.
―¡Pues hiciste mal! ¡Necesito el azul y ahora tendré que resignarme a un pijama que no me dejará descansar como deseo!– Y salió del baño con un fuerte portazo.
Me vestí rápidamente, me puse un poco de rubor en la cara, rímel y lápiz labial.  Estaba apurada pues sabía que si me demoraba acrecentaría su furia y no era conveniente.
Al salir del baño, me llamó la atención encontrarlo tumbado sobre la cama en pijama viendo televisión.
―Cariño ¿no íbamos a cenar? ―pregunté en tono conciliador
―No, ya no, con el enfado se me ha pasado el hambre.
Respiré profundamente, me senté en mi cama y al sentirla tan dura, sin pensarlo, volví a reclamar.
¡Qué cama tan dura! ¡Qué horrible lugar!
No había terminado de hablar cuando Antonio se levantó bruscamente de la cama y furioso empezó a gritar:
―¡Me tienes cansado! ¡No paras de quejarte!
―Cariño, no te enfades, es que creo que pudiste haber reservado algo mejor.
―Pues si te disgusta tanto ¡vete a otra parte! –prosiguió gritando.
―Creo que no es forma de tratarme Antonio, yo solo trato de buscar algo de comodidad para los dos. 
―¡Me has hartado, no debí traerte!
―Pues estoy acá y me hubiera gustado pasar una noche agradable en un lugar bonito ―le respondí indignada, lo que lejos de calmarlo; lo exaltó más.
Se levantó abruptamente de la cama, tomó mi almohada y algo de ropa que había sobre mi cama y gritó:
―¡Si tanto te molesta esta habitación, vete a dormir al auto y déjame tranquilo! –Me empujó hacia la puerta, tiró las llaves del auto en el pasillo y me dejó afuera.
Me quedé aturdida, después de unos breves momentos insistí en que me dejara entrar pero fue en vano no abrió y desde el interior gritó furioso.
―¡Basta, vete de una vez!
Respiré profundamente, traté de calmarme pero en mi cabeza retumbaban las preguntas «¿Por qué tanta violencia? ¿Por qué si yo lo único que hago es desvivirme porque él sea feliz?». No encontraba respuestas y a pesar de que generalmente yo sabía comprender sus enfados en esta ocasión no sabía cómo actuar.  Sentí que los ojos se me humedecían, traté de calmarme e quise regresar a la habitación pero sabía que sería una decisión equivocada.    
Caminé abrazada de mis cosas por el pasillo, entré al ascensor y bajé hasta la cochera, no recordaba dónde habíamos dejado el auto y con las lágrimas contenidas no me era fácil buscarlo.  Deambulé algunos minutos hasta que por fin lo encontré,  abrí la puerta, me senté en el asiento del piloto, me abracé del timón y por fin pude llorar.  No sé cuánto tiempo había pasado cuando suaves golpes en el vidrio de la puerta llamaron mi atención.
―Señora ¿la puedo ayudar?
Abrí la ventana y reconocí el rostro del guardián de la cochera que me miraba con ojos de preocupasión.
―No, no gracias, no es nada, deseo estar un rato sola, disculpe ¡no lo molestaré!
―Está bien, daré unas vueltas alrededor y volveré para ver si se le ofrece algo.
Le agradecí y volví a cerrar la ventana.  Traté de tranquilizarme pero era difícil, las lágrimas me caían por el rostro sin ningún control, me sentía desamparada, comprendí que estaba sola, condenada a pasar la noche en el asiento del automóvil y que mi marido no se apiadaría de mí.  Como tantas otras veces traté de reconfortarme recordando los momentos que mi matrimonio con Antonio me habían hecho tan feliz; los momentos en los que disfruté de maravillosos viajes; las veces que concurrí de su brazo a hermosas fiestas pero no lo logré y la tristeza me sobrepasó ¡no podía dejar de llorar! Incliné el espaldar del asiento para darme comodidad y me cubrí con un brazo la cara para tratar infructuosamente de dormir.  De pronto sentí pasos que se acercaban, me incorporé para ver mejor y pude ver la figura de aquel hombre, el guardián, que se acercaba al auto.
―Señora, realmente quisiera ayudarla.  No debe usted quedarse sola acá.
Abrí la ventana, traté de evitar su ofrecimiento pero no pude y por el contrario lloré sin poder parar.
―No sé qué le ha sucedido pero créame que con seguridad mañana se sentirá mejor.  Ahora por favor vuelva usted a su habitación –me dijo con voz suave.
―No puedo, mi marido no me quiere allá y será mejor que duerma aquí –respondí entre sollozos.
Guardó silencio por unos minutos, se apoyó en el borde de la ventana y me dijo con dulzura:
―Sé que soy tan solo un guardián de estacionamiento pero puedo escucharla si eso alivia sus penas.
Era tal mi desamparo que al sentir su ofrecimiento no me negué y le conté lo ocurrido.  Cuando terminé, tomó mi mentón y levantando mi cara me dijo:
―¡Usted no merece estar así! ¡Usted no merece pasar una noche sola en un automóvil! ¡Usted no merece sufrir de esta manera!
―¿Pero qué puedo hacer? ¿Dónde puedo ir? Estoy en un país que no es el mío, traigo poco dinero y dependo de mi marido para volver ¡qué infeliz soy!
Abrió lentamente la puerta del auto, se acercó a mí y me levantó con sus brazos sacándome de allí.  Era extraño pero no sentí ningún temor por el contrario sentía que ese hombre, a quien yo no conocía, trataba de protegerme inclusive de mí.
―No estará sola, yo la cuidaré y le prometo que no sucederá nada que usted no desee. Confíe en mí. –Puse mis manos alrededor de su cuello y dejé descansar mi cabeza en su pecho mientras que él caminaba conmigo alzada entre sus brazos. Era extraño pero me sentía sumamente cómoda con él.
Abrió una puerta tras la que se encontraba una pequeña pero limpísima habitación, me colocó suavemente sobre su cama, acarició mi pelo y me dijo:
―Duerma acá, no se preocupe yo velaré su sueño y mañana se repondrá. –Tomó una suave frazada y me arropó. «¡Hace cuánto que nadie me trata así!» pensé mientras que él se alejaba  y tomaba una nueva posición sentado en un sofá desde donde me miraba con una mezcla de ternura y lástima.
Traté de dormir infructuosamente, mi mente no paraba de cuestionarme si estaba bien que yo estuviera sola con un hombre en su habitación.  Deseaba creer que Antonio se apiadaría de mí y me buscaría pero sabía que eso era improbable y yo estaba lejos de mi hogar, lejos de mis amigos y  de mi familia, lejos y sola con aquel hombre desconocido que me cobijaba, busqué entre la penumbra su mirada protectora y le dije:
―Échate a mi lado– tomé una de sus manos y lo atraje hacia mí. Lentamente se levantó, se quitó la casaca y se tumbó a mi lado, abrazándome de tal manera que yo me sentía muy pequeña pero muy segura en sus brazos. Ambos permanecimos inmóviles pero cómodos, esperaba que fuera él quien tomara la iniciativa pero no fue así y pensé «espera que lo haga yo», entonces junté mi cuerpo mucho más al suyo y él acercando su cara a la mía preguntó:
―¿Estás segura de que deseas esto? –asentí sin hablar y él me besó ya no con ternura ni lástima sino con pasión.
Cuando se apartó de mi boca prosiguió besando suavemente mi cuello haciéndome estremecer ¡hacía tanto tiempo que nadie me recorría con esa dulce pasión!, siguió su camino por mi pecho abriendo suavemente cada uno de los botones de mi blusa hasta dejar mis senos desnudos esperando sus caricias.  Mientras mordía despacio uno a uno mis pezones, enredé mis dedos entre su pelo cano y acerqué mi nariz aspirando profundamente «¡qué olor tan varonil!» pensé excitándome aún más y empujé suavemente su cabeza invitándolo a seguir explorando con sus labios mi cuerpo que esperaba fervoroso por alguien como él.
Se detuvo en mi vientre sin dejar de tocar mis senos mientras que yo disfrutaba del placer que sus caricias me procuraban, de pronto se incorporó, abrió con suavidad mis piernas, separó lentamente uno a uno los pliegues de mi intimidad y la empezó a besar posando su lengua en mi punto más sensible haciéndome estremecer, cerré los ojos y me dejé llevar por la sensación hasta explotar. Cuando recobré la conciencia lo miré y le dije:
―¡Es tu turno! Déjame hacer lo mismo por ti –. Abrí su cremallera y dejé salir su masculinidad endurecida, la tomé entre mis manos y la recorrí con la punta de mi lengua varias veces hasta que la puse entre mis labios para darle placer sintiendo como se endurecía aún más.
En el momento que sentí oportuno me separé de su cuerpo y me acomodé sobre la cama diciéndole:
―¡Hazme tuya, por favor!

Él sin dejar de mirarme fijamente, se colocó rápidamente protección y acomodando su cuerpo con suavidad sobre el mío sentí como poco a poco llenaba la profundidad de mi ser y con movimientos suaves pero constantes logró llevarme hasta el más agradable éxtasis que una mujer puede tener a la vez que él también se perdía embriagado en mí.

Aún jadeante y totalmente complacida me quedé dormida abrazada de él hasta que, horas después, dulces besos sobre mis ojos me despertaron con ternura.

―Amanece princesa, debes marcharte ya.

Deseé nunca tener que apartarme de su lado y abrazándolo fuertemente volví a dejarme amar por aquel hombre desconocido que me hacía tan feliz. Cuando no había forma de robarle más tiempo al día, me duché rápidamente mientras que él me contemplaba sonriente desde la puerta del baño. Me vestí  y volví a abrazarme a él tratando de impregnarme de su olor y llevármelo para siempre. 

―¡Gracias! Me has devuelto la autoestima, ahora sé que soy digna de ser amada. –Me acerqué a besarlo tiernamente.   Llegada la hora de separarnos, abrí la puerta pero súbitamente me asaltó una duda y le pregunté:

¿Cómo percibiste que podía suceder algo así?
―Con solo mirar tus bellas manos y tus sugestivas uñas rojas, supe que eras una mujer ávida de pasión. Ahora ¡vete princesa y no dejes que nadie te vuelva a maltratar!
Sonreí coquetamente, cerré la puerta detrás de mí, respiré profundamente y me dije con total seguridad «Desde ahora, así será»
                                                                 ***


Buenas y protectoras noches para todos ustedes...

SILLARY BLANK en "Uñas Rojas"

martes, 14 de enero de 2014

Cardo o Ceniza - Chabuca Granda


CARDO O CENIZA

Chabuca Granda



Cómo será mi piel junto a tu piel
cómo será mi piel junto a tu piel
cardo o ceniza
cómo será…

Si he de fundir mi espacio junto al tuyo
cómo será tu cuerpo al recorrerme
y como mi corazón si estoy de muerte…
mi corazón si estoy de muerte

Cómo será el gemido
y cómo el grito
al escapar mi vida entre la tuya
y cómo el letargo al que me entregue
cuando adormezca el sueño entre tus sueños

Han de ser breves mis siestas
mis esteros despiertan con tus ríos
Pero… Pero...

Se quebrará mi voz cuando se apague
de no poderte hablar en el oído
y quemará mi boca salivada
de la sed que me queme si me besas
de la sed que me queme si me besas

Pero…
Pero cómo serán mis despertares
Pero cómo serán mis despertares
Pero cómo serán mis despertares
Cada vez que despierte avergonzada…
cada vez que despierte avergonzada…

Tanto amor, y avergonzada…
tanto amor, y avergonzada.

domingo, 12 de enero de 2014

Abigail II - Por Sillary Blank


Abigail – Parte II

Mientras transitábamos aquella solitaria carretera nos mantuvimos en silencio, yo estaba absorto en mis pensamientos llenos de deseo por volver a recorrer aquel cuerpo que parecía tan frágil pero tan urgido de placer a la vez. Después de casi una hora de conducir, llegamos a un pequeño restaurant, apagué el motor de la camioneta y le dije:

Tenemos que comer lo necesitaremos para enfrentar esta noche ¡Espero que estés a la  altura de las circunstancias!.  No respondió, pero todo me lo dijo su mirada.  Me acerqué al mostrador y pedí dos sopas muy calientes que nos ayuden a matar el frío intenso de aquel lugar.  Comimos en silencio y cuando retomamos el viaje la dejé dormir, de rato en rato la miraba y me preguntaba cómo hacía aquella mujer que parecía tan delicada para transformarse en una terrible loba en celo en medio de una noche de luna llena, traté de no buscar respuestas y esbozando una sonrisa me dije «¡Esto recién empieza!»

Llegamos a nuestro destino, un pequeño pueblo enclavado en los andes donde el cielo es azul y el frío es intenso, buscamos un hotel para pasar la noche, pedí dos habitaciones separadas, ella me miró sorprendida, sin hacerle mayor caso le dije:

―Antes de que anochezca iré a la obra, tú mejor descansa y acercándome mucho a su oído continué ―: pero eso sí ¡espérame bañadita!

 ―Está bien Ingeniero, vaya a trabajar que yo estaré aquí esperándolo para verificar si todo lo que se dice de usted es cierto, respondió mirándome lujuriosamente, le devolví una sonrisa cómplice y me fui.

El trabajo me tomó un poco más de lo que había calculado, regresé impaciente al hotel, estaba ansioso por volver  a tener entre mis brazos a Abigail, de pronto Pilar, mi esposa, apareció en mi mente, sentí algo de culpabilidad pero la ignoré pues mi deseo por volver a vivir la aventura que Abigail me ofrecía fue mayor y buscando tranquilizarme pensé «¡no se enterará!, además ella tiene mucho de culpa por tenerme abandonado».  Llegué al hotel, tomé una rápida pero reparadora ducha y salí en busca del placer.

Toqué su puerta, abrió y en cuanto me miró sentí que me deseaba, la tomé de los hombros y le pregunté:

¿Has dormido? lo negó con un ademán.  Me acerqué al velador, coloqué una bebida energizante  y continué ―: te dejo esta bebida acá, estoy seguro que más tarde la necesitarás, ella se apartó y ansiosa respondió:

Hmm… ¡espero que así sea!―. Puso sus manos alrededor de mi cuello, acercó su boca a mi oído e increpó―: ¡muéstrame lo que sabes hacer!

―¿No te bastó con lo anterior?,  ¡verás como ahora te derrites de placer!le dije mientras la alzaba entre mis brazos para dejarla caer suavemente sobre la cama, de sus ojos salían cuchillos que se clavaban en mi piel.

Con voraz desesperación nos despojamos de la ropa que nos cubría, mientras yo acariciaba con dureza sus senos ella me quitaba la camisa hundiendo sus uñas rojas en mi espalda haciéndome estremecer. Nuestros besos eran desesperados como si nuestra ausencia hubiera durado años. Cuando me satisfice de su boca, recorrí lentamente con mi lengua su cuerpo, su cuello, sus senos, su vientre plano me detuvo haciendo una pausa en su ombligo, jugando un rato con él, haciendo que ella se desespere y me pida seguir hacia el sur, continué por el pubis totalmente depilado y me deleité con la suavidad de su piel y abriendo sus piernas introduje mi cara entre ellas moviendo mi lengua frenéticamente sobre el punto más sensible de su cuerpo, ella tiraba de mi pelo, respiraba con fuerza y gemía a la vez arqueaba el cuerpo hacia atrás en señal de que recibía todas las descargas eléctricas que un cuerpo puede soportar. 

No le di tregua para recuperarse, coloqué mis dedos en su boca, dejé que los besara por un corto momento para después acariciar con ellos su entrepierna, buscando introducirlos dentro de ella, era tan cálida, tan húmeda que me invitaba a poseerla; pero, ella lo impidió diciendo:

Debo corresponder a tanto placer―. Acomodó su cuerpo sobre el mío y tomando mi endurecida hombría entre sus manos se la llevó al pecho frotándosela con avidez, cerró los ojos y continuó―: Esto es lo que cualquier mujer desea entre sus piernas ¡es maravilloso! Pero ahora, Adriano disfruta que quiero ser yo quien haga que mueras de placer.

Jugueteaba con mis testículos con sus dedos, mientras que su suave lengua recorría mi virilidad desde la base hasta posar sus carnosos labios en la punta e introducirla hasta casi rozar su garganta. La forma como me lamía, succionaba y frotaba hacía difícil que yo pudiera contener mi excitación y dejé que el éxtasis llegara sin compasión.

Lamiéndose los labios, se acercó a mí, me dio un dulce beso, me pidió:

Quédate esta noche conmigo, Adriano ¡verás que no te arrepentirás!

Acaricié su cabello y dejé que se acomode entre mis brazos y así desnudos dormimos un rato, pues la noche fue eterna, pero en cuanto trataba de encontrar el sueño, algo de culpabilidad aparecía en mi mente y pensaba «¡Pilar!»

***

Buenas y eternas noches para todos ustedes.

SILLARY BLANK

sábado, 4 de enero de 2014

Abigail - Por Sillary Blank


Abigail
Al igual que cada domingo, salí temprano a comprar el diario para revisar las ofertas de empleo, en tanto caminaba de regreso a casa trataba de dominar mi angustia pues era probable que, al igual que en otras tantas oportunidades, no hubieran opciones para mí  «¡el problema es mi edad!», me dije.  Eran tiempos difíciles y generalmente los puestos de trabajo señalaban límite de edad: No mayores de 35 años. 
Durante este año de desempleado, había tratado de realizar toda clase de cosas para agenciarme de dinero, pero yo, al igual que mucha gente en el país, necesitaba un sueldo fijo que me procure a fin de mes el sustento para la familia.  Mi esposa, para bien de nuestra familia pero para acrecentar mi frustración, sí lo tenía, trabajaba de enfermera en un hospital.  Lastimosamente nuestro matrimonio pasaba por una época de crisis, cuanto yo más trataba de acercarme a Pilar, mayor era su rechazo ¡llevaba más de un mes de no tocarla!, la sentía cada vez más ausente, más lejana, mientras que yo estaba cada día más ardiente y más necesitado de su amor.
Llegué a mi casa, preparé un café y abrí aquel periódico, leí algunas noticias y con mucho desgano me dirigí a la sección denominada «Ofertas Laborales», de repente mis ojos se posaron en un anuncio, ¡un anuncio perfecto para mí!  Mi corazón dio un vuelco, llamé a mi mujer y le dije:
―Terminó Pilar, terminó esta angustia, ¡yo sé que este trabajo es para mí!
 Ella, que en ese momento estaba mirando televisión, me miró con disgusto y respondió:
―¡Ojalá, porque me estoy cansando de ser yo la que tenga que pagar las cuentas en este hogar!
Traté de no perder el buen humor y me serví otra taza de café. No me equivoqué, tras un periodo de varias semanas de evaluaciones y entrevistas, un día me vi entrando por aquella puerta como el «Ingeniero Cáceres», aquel que se haría cargo de una obra que la empresa había ganado en una licitación. Llegué temprano, me dirigí a la oficina de la Dirección de Proyectos y, junto a mi jefa, enrumbé a mi presentación formal ante el Gerente, los responsables de otras jefaturas, el personal y finalmente ante mi nueva compañera de oficina, una mujer llamada Abigail.   Debo confesar que de primera intención no me llamó la atención, sentada detrás de su mesa de dibujante, parecía ser una mujer delgada y menuda que seguramente tenía unos diez años menos que yo, pero bastó que clavara los ojos en mí para darme cuenta que tras ellos había una mujer desbordante de lujuria.
Con el transcurrir de los días ella, a pesar de ser una mujer casada, dejó de vestirse como la clásica oficinista enfundada en pantalones, para convertirse en una muchacha extremadamente sexy, ataviada con ajustadas y cortas faldas, que de cualquier forma intentaba desconcentrarme de mis tareas laborales.  Se sentaba frente a mí en su banco de dibujante, cuya altura era adecuada para que mis ojos pudieran apreciar como su apretada falda quedaba lo suficientemente alta para mostrarme sus tentadores muslos y me dedicaba un sensual cruce de sus contorneadas piernas que ensalzaba con una sugestiva caricia en sus pantorrillas con sus manos de uñas color carmesí.
Durante varios días traté de permanecer incólume, hasta aquella vez que se levantó de su banco, se sirvió un café y contoneando sus caderas se me acercó diciendo:
Adriano, ¿quisieras probar un poco de mi… y levantando una ceja sugerenemente continuó ―…café?.
Logró ponerme nervioso y solo pude agradecerle titubeandoAl llegar a mi casa no podía dejar de pensar en Abigail, pero deseaba mantenerme fiel a Pilar, esperé a que llegara la noche y la busqué entre las sábanas, traté de besarla pero fue en vano, apartándome, respondió:
―Déjame dormir por favor, estoy cansada y mañana tengo que trabajar. El resto de la noche no pude conciliar el sueño, la posibilidad de tocar aquellas otras piernas en medias de seda me estaban volviendo loco y algo tenía que hacer. 
Al día siguiente, al llegar a la oficina, estaba nervioso, en cuanto la vi la deseé incontrolablemente. Inventé la necesidad de un viaje de trabajo y le dije:
―Mañana salgo a visitar la obra por unos días ¿quieres venir? puedo llevar una ayudante ¿te animas?.  Noté el brillo de sus ojos mientras me respondía:
―Sí, estaré encantada de disfrutar de tu compañía
Y así, al día siguiente, antes de las seis de la mañana yo estaba, en la camioneta 4x4 de la empresa, recogiéndola para partir.
Durante varias horas manejé callado, imaginándola desnuda, ideando la forma de acecharla, de poseerla.  Ella a pesar de haberse preparado para enfrentar el frío de la cordillera se había agenciado para estimularme con aquel apretado pantalón que dejaba ver su  voluptuoso trasero que era motivo de las más libidinosas conversaciones masculinas en el trabajo.  De pronto vi que colocaba ambas manos entre sus piernas, estaba seguro que intentaba provocarme pero aún no era el momento yo tenía planeado algo diferente así que le dije:
―Subiré la calefacción para que no te petrifiques de frío. Ella sonrió coquetamente y llevando una de sus manos hacia mi cara respondió:
Adriano, pues  mira qué necesitada de calor estoy. Tuve ganas de frenar bruscamente y lanzarme sobre ella, pero aún no era el momento, necesitaba mayor intimidad, aún debía manejar un rato más para encontrar el desvío que nos llevaría a la laguna.
Preferí mantenerme callado y absorto en mis pensamientos llenos de lujuria no me di cuenta que el desvío a la laguna estaba cerca. Repentinamente di un giro brusco que la sacó de su adormecimiento, la noté asustada, tratándola de calmar le dije:
―No te asustes, chiquilla, estamos tomando un atajo, te aseguro que te gustará─ y tras un breve trecho detuve la camioneta en aquel lugar estratégico que me permitiría tener la seguridad de que nada ni nadie pudiera interrumpir.
La dejé un breve momento observar aquel paraje, entonces tomándola por la cintura la acerqué a mí.  Al no mostrar impedimento, clavé mi mano debajo de su casaca, y desprendiendo su blusa, acaricié suavemente su espalda, noté como se sobrecogía.  En respuesta ella rodeó con sus brazos mi cuello y acercó su boca a mi oído para susurrarme sensualmente:
Vamos atrás―.  Sonreí con picardía.
A pesar del frío del exterior, dentro de la camioneta la calefacción volvía el ambiente propicio para la pasión.  Pasé mi brazo alrededor de su cuerpo y la besé, ella me respondió con gran ardor, soltó mis labios y pasó su lengua por mi cuello haciéndome estremecer, puso las manos por debajo de mi camisa para acariciar mi espalda mientras yo ideaba la manera más satisfactoria de obtener lo que deseaba.  Abrí su casaca y le pregunté:
―¿Tendrás frío si te despojo de esto?―,  ella mirándome fijamente a los ojos respondió:
―Hazlo, no tengo frío. ¡Mi cuerpo está ardiendo de deseo!
La aparté un poco, abrí los botones de su blusa y levanté su corpiño, sus senos eran pequeños pero perfectamente formados, los toqué suavemente y ellos se tensaron provocándome estrujarlos entre mis manos.  Abigail, acercó nuevamente su cara a mi oído, lo acarició con la punta de su lengua y jadeante advirtió:
―Quiero más Adriano, quiero llegar a derretirme de placer.   
La despojé completamente de la blusa y la recorrí con mis besos,  su cuello, sus hombros, su pecho mientras que ella se mostraba más ansiosa y jadeante.  Sin dejar de besarla bajé mi mano por su vientre, abrí su cremallera, la deslicé por su pubis descubriendo que carecía de vellosidad y me entretuve pensando «Zorra, ¡se ha preparado bien para mí!», pero la forma en que abrió las piernas invitándome a tocarla me devolvió a la realidad e introduje mis dedos dentro de ella profundamente, pudiendo sentir su humedad. Jugué un momento entre sus labios y sentí que se excitaba aún más, cuando iba a sacar mi mano de aquella tibia zona, cerró fuertemente las piernas atrapando mi mano a la vez que jadeante exclamó:
―¡Tú sí sabes cómo tocar a una mujer!, sigue, sigue un poco más…
Por la forma en la que se mordía el labio pensé que pronto estallaría de placer pero en un momento abrió los ojos y mirándome fijamente me dijo:
―¡Uhmm… con esos dedos tan efectivos ¡me imagino qué habrá por aquí!―. Abrió mi cremallera y  hurgó dentro de mi bóxer hasta descubrir mi virilidad y dejarla en libertad.  Noté su asombro y le dije:
―No te asustes,  no te dañarépero ella con una sonrisa complacida y sin el menor temor se acomodó sobre mis piernas, cerró los ojos y moviéndose acompasadamente la introdujo dentro de su cuerpo con tanta naturalidad como si lo hubiera hecho antes muchas veces más. Cuando se sintió plena, tomó mi cara para mirarme, sus ojos se tornaron brillantes y mordiéndose los labios me pidió:
 ―Demuéstrame Adriano, demuéstrame que eres fuego igual que yo.
 La sujeté fuertemente por la cintura, empecé a moverme cautelosamente, aún con temor de poderla dañar, pero ella me besaba frenéticamente demostrándome que estaba hecha a mi medida por lo que di rienda suelta a mis instintos, frotando sus senos, pellizcando sus pezones, recorriendo su espalda, hasta que ella moviéndose cada vez más rápido soltó un grito de placer.  Me quedé callado, observando sus ojos cerrados, su cuerpo rígido y su boca entreabierta.
Cuando recobró la conciencia y sin separar su cuerpo del mío me miró con picardía y preguntó:
No has terminado ¿no?―. Respondí con un gesto y aprisioné sus caderas a mi cuerpo para que pudiera sentir mi erección.  Así, ella con una facilidad que yo no había visto jamás, recuperó el ímpetu besándome el cuello, mordiéndome el lóbulo de la oreja, dejándome sentir su entrecortada respiración.  Entonces fui yo quien marcó el compás de nuestros movimientos, busqué sus codiciadas nalgas y estallé de placer al mismo tiempo que ella volvía a perderse en un segundo y larguísimo orgasmo. Nos quedamos abrazados, jadeantes, empapados en sudor.  Ella pasó un dedo por el vidrio totalmente empeñado y me dijo sonriente:
―Has estado a la altura de mis expectativas Adriano, yo acariciando su cuello le respondí:
―Sabía que ese cuerpo estaba hecho a mi medida. Ahora tendrás que demostrarme si puedes seguir el ritmo de mis exigencias―.Tomó mi mano, se la llevó a la boca y se introdujo mi dedo medio succionándolo sin dejar de mirarme desafiándome a volver a empezar. Tuve que contenerme y proseguí: ―No me tientes chiquilla, ahora tengo que conducir, debemos llegar a trabajar ¡pero más tarde me lo demostrarás!

¡Ay, Ingeniero! Ya le he dicho ¡yo soy fuego en la cama! Y  realmente lo que deseo es que usted me demuestre hasta dónde se puede llegar, pero tiene razón esta batalla continuará…

                                                       * * *

Buenas noches y buenas batallas...

SILLARY BLANK