Recuerdo que habíamos viajado largas horas, llegamos de
noche y estábamos cansados. Había
emprendido este viaje acompañando a mi marido, Antonio, a seguir una famosa
carrera automovilística que por primera vez se realizaba en Sudamérica. Antonio había manejado varias horas y no
estaba de buen humor pues su piloto preferido no había logrado colocarse en un
lugar expectante hasta la fecha.
Llegamos al hotel que él había reservado con
antelación, estacionamos el auto y nos dirigimos en silencio a nuestra
habitación. Al prender la luz tuve una
sensación desagradable, era una habitación pequeña y las camas se veían muy
juntas:
―No
me gusta ―dije.
―Pues, esto es lo que hay ―me contestó Antonio levantando un poco la voz, sin
mirarme dejó las maletas en el suelo y entró al baño– Me voy a duchar para
salir a cenar.
Alisté su ropa e hice lo propio con la mía, él demoró un largo rato en
la ducha y cuando salió me advirtió:
―Apúrate que se hace tarde ¡ahh y ya casi no queda agua
caliente!
Tomé mi toalla, entré al baño en la seguridad de que para mí no
quedaría agua caliente ¡y no me equivoqué!
Mientras me duchaba seguía pensando si era necesario continuar
sintiéndome casi una esclava solo por seguir manteniendo una situación
económica como la que había conseguido con este matrimonio, pero el agua fría
no me dejó encontrar una respuesta.
Salí tiritando, me cubrí con la toalla, estaba
secándome el cabello cuando irrumpió furioso.
―¡No encuentro mi pijama
azul! ¡Espero que no lo hayas olvidado!
―No traje el azul, sino el verde que creo que es más
cómodo, disculpa debí preguntarte.
―¡Pues
hiciste mal! ¡Necesito el azul y ahora tendré que resignarme a un pijama que no
me dejará descansar como deseo!– Y salió del baño con un fuerte portazo.
Me vestí rápidamente, me puse un poco de rubor en la
cara, rímel y lápiz labial. Estaba
apurada pues sabía que si me demoraba acrecentaría su furia y no era
conveniente.
Al salir del baño, me llamó la atención encontrarlo tumbado
sobre la cama en pijama viendo televisión.
―Cariño ¿no íbamos a cenar? ―pregunté en tono conciliador
―No, ya no, con el enfado se me ha pasado el hambre.
Respiré profundamente, me senté en mi cama y al
sentirla tan dura, sin pensarlo, volví a reclamar.
―¡Qué cama tan dura! ¡Qué horrible lugar!
No había terminado de hablar cuando Antonio se levantó
bruscamente de la cama y furioso empezó a gritar:
―¡Me tienes cansado! ¡No
paras de quejarte!
―Cariño, no te enfades, es
que creo que pudiste haber reservado algo mejor.
―Pues si te disgusta tanto
¡vete a otra parte! –prosiguió gritando.
―Creo que no es forma de
tratarme Antonio, yo solo trato de buscar algo de comodidad para los dos.
―¡Me has hartado, no debí
traerte!
―Pues estoy acá y me hubiera gustado pasar una noche agradable en un lugar bonito
―le respondí indignada, lo
que lejos de calmarlo; lo exaltó más.
Se levantó abruptamente de la cama, tomó mi almohada y
algo de ropa que había sobre mi cama y gritó:
―¡Si
tanto te molesta esta habitación, vete a dormir al auto y déjame tranquilo! –Me
empujó hacia la puerta, tiró las llaves del auto en el pasillo y me dejó
afuera.
Me quedé aturdida, después de unos breves momentos
insistí en que me dejara entrar pero fue en vano no abrió y desde el interior gritó
furioso.
―¡Basta, vete de una vez!
Respiré profundamente, traté de calmarme pero en mi cabeza
retumbaban las preguntas «¿Por qué tanta
violencia? ¿Por qué si yo lo único que hago es desvivirme porque él sea feliz?».
No encontraba respuestas y a pesar de que generalmente yo sabía comprender sus
enfados en esta ocasión no sabía cómo actuar.
Sentí que los ojos se me humedecían, traté de calmarme e quise regresar
a la habitación pero sabía que sería una decisión equivocada.
Caminé abrazada de mis cosas por el pasillo, entré al
ascensor y bajé hasta la cochera, no recordaba dónde habíamos dejado el auto y
con las lágrimas contenidas no me era fácil buscarlo. Deambulé algunos minutos hasta que por fin lo
encontré, abrí la puerta, me senté en el
asiento del piloto, me abracé del timón y por fin pude llorar. No sé cuánto tiempo había pasado cuando
suaves golpes en el vidrio de la puerta llamaron mi atención.
―Señora
¿la puedo ayudar?
Abrí la ventana y reconocí el rostro del
guardián de la cochera que me miraba con ojos de preocupasión.
―No, no gracias, no es nada, deseo estar un rato sola,
disculpe ¡no lo molestaré!
―Está bien, daré unas
vueltas alrededor y volveré para ver si se le ofrece algo.
Le agradecí y volví a cerrar la ventana. Traté de tranquilizarme pero era difícil, las
lágrimas me caían por el rostro sin ningún control, me sentía desamparada,
comprendí que estaba sola, condenada a pasar la noche en el asiento del automóvil
y que mi marido no se apiadaría de mí. Como tantas otras veces traté de reconfortarme
recordando los momentos que mi matrimonio con Antonio me habían hecho tan
feliz; los momentos en los que disfruté de maravillosos viajes; las veces que
concurrí de su brazo a hermosas fiestas pero no lo logré y la tristeza me
sobrepasó ¡no podía dejar de llorar! Incliné el espaldar del asiento para darme
comodidad y me cubrí con un brazo la cara para tratar infructuosamente de
dormir. De pronto sentí pasos que se
acercaban, me incorporé para ver mejor y pude ver la figura de aquel hombre, el
guardián, que se acercaba al auto.
―Señora, realmente quisiera ayudarla. No debe usted quedarse sola acá.
Abrí la ventana, traté de evitar su ofrecimiento pero
no pude y por el contrario lloré sin poder parar.
―No sé qué le ha sucedido pero créame que con seguridad
mañana se sentirá mejor. Ahora por favor
vuelva usted a su habitación –me dijo con voz suave.
―No puedo, mi marido no me quiere allá y será mejor que
duerma aquí –respondí entre sollozos.
Guardó silencio por unos minutos, se apoyó en el borde
de la ventana y me dijo con dulzura:
―Sé que soy tan solo un guardián de estacionamiento
pero puedo escucharla si eso alivia sus penas.
Era tal mi desamparo que al sentir su ofrecimiento no
me negué y le conté lo ocurrido. Cuando
terminé, tomó mi mentón y levantando mi cara me dijo:
―¡Usted no merece estar así! ¡Usted no merece pasar una
noche sola en un automóvil! ¡Usted no merece sufrir de esta manera!
―¿Pero qué puedo hacer? ¿Dónde puedo ir? Estoy en un
país que no es el mío, traigo poco dinero y dependo de mi marido para volver
¡qué infeliz soy!
Abrió lentamente la puerta del auto, se acercó a mí y
me levantó con sus brazos sacándome de allí.
Era extraño pero no sentí ningún temor por el contrario sentía que ese
hombre, a quien yo no conocía, trataba de protegerme inclusive de mí.
―No
estará sola, yo la cuidaré y le prometo que no sucederá nada que usted no desee.
Confíe en mí. –Puse mis manos alrededor de su cuello y dejé descansar mi cabeza
en su pecho mientras que él caminaba conmigo alzada entre sus brazos. Era
extraño pero me sentía sumamente cómoda con él.
Abrió una puerta tras la que se encontraba una pequeña
pero limpísima habitación, me colocó suavemente sobre su cama, acarició mi pelo
y me dijo:
―Duerma
acá, no se preocupe yo velaré su sueño y mañana se repondrá. –Tomó una suave
frazada y me arropó. «¡Hace cuánto que
nadie me trata así!» pensé mientras que él se alejaba y tomaba una nueva posición sentado en un
sofá desde donde me miraba con una mezcla de ternura y lástima.
Traté de dormir infructuosamente, mi mente no paraba
de cuestionarme si estaba bien que yo estuviera sola con un hombre en su
habitación. Deseaba creer que Antonio se
apiadaría de mí y me buscaría pero sabía que eso era improbable y yo estaba
lejos de mi hogar, lejos de mis amigos y de mi familia, lejos y sola con aquel hombre desconocido
que me cobijaba, busqué entre la penumbra su mirada protectora y le dije:
―Échate
a mi lado– tomé una de sus manos y lo atraje hacia mí. Lentamente se
levantó, se quitó la casaca y se tumbó a mi lado, abrazándome de tal manera que
yo me sentía muy pequeña pero muy segura en sus brazos. Ambos permanecimos inmóviles
pero cómodos, esperaba que fuera él quien tomara la iniciativa pero no fue así
y pensé «espera que lo
haga yo»,
entonces junté mi cuerpo mucho más al suyo y él acercando su cara a la mía
preguntó:
―¿Estás
segura de que deseas esto? –asentí sin hablar y él me besó ya no con ternura ni
lástima sino con pasión.
Cuando se apartó de mi boca prosiguió besando
suavemente mi cuello haciéndome estremecer ¡hacía tanto tiempo que nadie me
recorría con esa dulce pasión!, siguió su camino por mi pecho abriendo
suavemente cada uno de los botones de mi blusa hasta dejar mis senos desnudos
esperando sus caricias. Mientras mordía
despacio uno a uno mis pezones, enredé mis dedos entre su pelo cano y acerqué
mi nariz aspirando profundamente «¡qué
olor tan varonil!» pensé excitándome aún más y empujé suavemente su cabeza invitándolo
a seguir explorando con sus labios mi cuerpo que esperaba fervoroso por alguien
como él.
Se detuvo en mi vientre sin dejar de tocar mis senos mientras
que yo disfrutaba del placer que sus caricias me procuraban, de pronto se
incorporó, abrió con suavidad mis piernas, separó lentamente uno a uno los
pliegues de mi intimidad y la empezó a besar posando su lengua en mi punto más
sensible haciéndome estremecer, cerré los ojos y me dejé llevar por la
sensación hasta explotar. Cuando recobré la conciencia lo miré y le dije:
―¡Es tu turno! Déjame hacer lo mismo por ti –. Abrí su
cremallera y dejé salir su masculinidad endurecida, la tomé entre mis manos y
la recorrí con la punta de mi lengua varias veces hasta que la puse entre mis
labios para darle placer sintiendo como se endurecía aún más.
En el momento que sentí oportuno me separé de su
cuerpo y me acomodé sobre la cama diciéndole:
―¡Hazme tuya, por favor!
Él sin
dejar de mirarme fijamente, se colocó rápidamente protección y acomodando su
cuerpo con suavidad sobre el mío sentí como poco a poco llenaba la profundidad
de mi ser y con movimientos suaves pero constantes logró llevarme hasta el más
agradable éxtasis que una mujer puede tener a la vez que él también se perdía embriagado
en mí.
Aún
jadeante y totalmente complacida me quedé dormida abrazada de él hasta que, horas después, dulces besos sobre mis ojos me despertaron con ternura.
―Amanece princesa, debes marcharte ya.
Deseé
nunca tener que apartarme de su lado y abrazándolo fuertemente volví a dejarme
amar por aquel hombre desconocido que me hacía tan feliz. Cuando no había forma
de robarle más tiempo al día, me duché rápidamente mientras que él me
contemplaba sonriente desde la puerta del baño. Me vestí y volví a abrazarme a él tratando de impregnarme
de su olor y llevármelo para siempre.
―¡Gracias! Me has devuelto la autoestima, ahora sé que
soy digna de ser amada. –Me acerqué a besarlo tiernamente. Llegada la hora de separarnos, abrí la
puerta pero súbitamente me asaltó una duda y le pregunté:
―¿Cómo percibiste que podía suceder
algo así?
―Con solo mirar tus bellas manos y tus sugestivas uñas rojas,
supe que eras una mujer ávida de pasión. Ahora ¡vete princesa y no dejes que
nadie te vuelva a maltratar!
Sonreí coquetamente, cerré la puerta detrás de mí,
respiré profundamente y me dije con total seguridad «Desde ahora, así será»
***
Buenas y protectoras noches para todos ustedes...
SILLARY BLANK en "Uñas Rojas"