A
|
l finalizar el verano del año 1975 yo
era un muchacho de doce años que se debatía entre la nostalgia de dejar atrás
la niñez y las complicaciones de la adolescencia. Era tiempo también de regresar al colegio y
con ello descubrir que esa sensación tan extraña no era ajena a mis amigos ya
que Alex, Pablo, Jaime, Carlos y Sebastián también demostraban inquietudes algo
distintas a las que habíamos disfrutado juntos tan sólo un año atrás pues los
partidos de fútbol, que antes gozábamos simplemente corriendo de un lado a otro
sin más preocupación que no perder de vista aquella pelota, se habían
transformado en un juego bullicioso que tenía como principal fin el lograr que
aquel grupo de chicas, a las que tanto habíamos odiado y tanto se habían
esforzado en ridiculizarnos, nos miraran.
Los cambios al parecer no sólo se
presentaban en nuestras almas, cuerpos y voces, sino también en nuestro entorno,
nuestro colegio pueblerino había tomado la decisión que para lograr un mejor
desempeño de sus alumnos en las universidades de la ciudad era de imperiosa
necesidad el aprendizaje de inglés.
Es así que después de la formación del
lunes todos los alumnos, como era costumbre, pasábamos a ocupar nuestros
salones de clases. No habíamos terminado de acomodarnos en nuestros nuevos y
relucientes pupitres cuando la Sra.
Amanda, la directora del colegio, entró y con voz ceremoniosa nos dijo:
―Distinguidos
alumnos, este año tenemos una novedad que estoy segura será de su agrado. A
partir del presente mes cada uno de ustedes se verá beneficiado con el
aprendizaje de la lengua universal: el inglés. ―Tomó aire y con una sonrisa amplia continuó ―: Para ello queridos alumnos, nuestro colegio ha
realizado grandes esfuerzos para que ustedes puedan contar, a partir de la
fecha, con la participación de Miss Pamela Smith, profesora graduada en una de
las más prestigiosas universidades de los Estados Unidos, para quien pido un
fuerte aplauso.
Boquiabiertos vimos como aquella joven
mujer entraba al salón llenando todo con su belleza. No era muy alta pero tenía
los ojos más lindos que se hayan visto por ese lugar, azules como el cielo y
una larga cabellera rubia y ensortijada que sujetaba hacia atrás. Venía vestida de vaqueros y sandalias que
dejaban ver sus preciosos pies adornados de uñas rojas. Cuando entró dijo en un
castellano mal pronunciado:
―Hola…
soy Miss Pam.
Poco a poco, todo el alumnado masculino
de aquel colegio estuvo pendiente de Miss Pam.
Alex y yo habíamos ideado una manera de tenerla cerca y sobre todo, una
manera de poder admirar mejor su belleza pues mientras ella dictaba su clase de
inglés nosotros constantemente la interrumpíamos levantando la mano para que se
acerque a nuestro pupitre y, revisara si alguna palabra que se plasmaba en
nuestro cuaderno estaba bien escrita y por supuesto, ella se agachaba mostrándonos,
sin querer, aquel escote donde se iniciaban sus dos redondeados, voluminosos y
rosados pechos que nos hacían soñar. Lo
hicimos tan evidente que una vez en el recreo Pablo, que a pesar de ser el
menor era el más alto y sabido de todos
nosotros, nos dijo:
―Par
de pendejos, ¿no? ¿Creen que no nos hemos dado cuenta de cómo le miran las
tetas a la gringa?
Todos los demás soltaron una estupenda
carcajada en señal de aprobación, pero yo no me sentí alagado por el contrario
sentí vergüenza de haber sido descubierto. Sin embargo, lo que más me extrañaba era que a
pesar de mis esfuerzos cada noche me era imposible dormir sin pensar en la
sonrisa y en el cuerpo de aquella hermosa mujer.
Pasaron varios meses y con ellos el frío
del invierno costero también apareció, haciendo que Miss Pam se abrigara más,
dificultando mucho nuestras argucias para mirar aquella zona que tanto nos gustaba;
pero en compensación lucía apretados jersey que nos mostraban su sugerente
figura.
Una mañana de sábado mi madre decidió
que tan pronto termináramos de almorzar partamos junto a mi abuela a visitar a
una vecina anciana y enferma. La idea no
me resultó atractiva; pero contrariamente a lo que mi madre pensaba, yo aquel
día me sentía mal. Me dolía muy fuerte
la cabeza y no tenía ánimos ni para comer.
Mi abuela me tomó de la mano y me llevó con dulzura a mi cama, puso su
mano sobre mi frente y dijo:
―Rosaura,
este muchacho está con fiebre ¡dejémoslo descansar!
Mi madre presurosa trajo el termómetro y
me lo puso en la boca, al cabo de un momento lo revisó y me dio un jarabe diciéndome
con ternura:
―Hijito,
lo siento, no podrás acompañarnos. Tendrás
que quedarte solo porque Fabio ha salido, pero no temas volveremos tan pronto
como podamos.
Fabio era mi hermano mayor, tenía la
suerte de haber terminado el colegio y de trabajar en la farmacia del pueblo,
lo que le daba la independencia necesaria para no tener que acompañar a mi
madre a cuanto sitio a ella le apetecía.
Cuando mi madre y mi abuela se
marcharon, me sentí tan mareado que me acurruqué en mi cama hasta quedarme dormido
pero una hora más tarde el sonido y las risas que se sentían en la sala de mi
casa me despertaron. Aún estaba mareado
y mi cuerpo estaba sudoroso pero mi curiosidad por saber lo que pasaba me hizo
levantarme de la cama y salir de mi habitación sin zapatos tratando de no hacer
ningún ruido.
Me acerqué tanto como pude a la puerta
de la sala que estaba entreabierta dejándome ver, sin ser descubierto, lo que
ahí sucedía. Miré sorprendido que Fabio
bailaba con Miss Pam ¡No sabía que se conocían!
La música era alegre y ella bailaba levantando los brazos y moviendo sus
caderas al compás a la vez que Fabio con torpeza seguía sus movimientos
esforzándose por no perder el ritmo. De
pronto él extendió sus brazos tratando de atrapar aquellas voluptuosas
caderas y Miss Pam riendo coqueta se
lanzó en una loca carrera por la sala simulando no querer dejarse atrapar.
Cuando la música se tornó más tranquila
Miss Pam se quedó quieta y con un lenguaje de miradas que yo no comprendía hizo
que Fabio se acercara a ella, la tomara por la cintura abrazándola muy fuerte,
mientras que ella rodeaba con sus manos su cuello y ambos acercaron sus bocas hasta fundirlas
en un beso interminable moviendo sus caderas muy juntas al compás de la música.
En forma súbita Fabio, sin dejar de
besarla, soltó su cintura e introdujo sus manos debajo del delgado polo que
ella llevaba acariciándole la espalda. A ella parecía gustarle porque lo
abrazaba y besaba aún con más fuerza; de pronto, se hizo hacia atrás y mirándolo
sonriente tomó su camisa desabrochando uno a uno los botones hasta despojarlo
de ella. Fabio, no lo dudó y en un movimiento rápido dejó descubiertos esos
redondos y carnosos pechos que yo tantas veces había imaginado y que él ahora
acariciaba y besaba con frenesí mientras ambos seguían moviéndose al ritmo de la música.
Miss Pam tomó a mi hermano de la mano y
sonriéndole lo llevó al sillón, se tumbó de espaldas con las piernas
sugerentemente abiertas, Fabio sumergió una mano debajo de aquella diminuta
falda, no alcanzaba a ver bien lo que hacía pero Miss Pam cerraba los ojos
disfrutando de sus caricias. Yo, escondido, sentía como mi respiración se
aceleraba, mi corazón latía con tanta fuerza que podía sentirlo en las sienes,
tenía miedo de ser descubierto pero al mismo tiempo deseaba seguir mirando.
En un momento, Fabio sin dejar de acariciarla
acomodó su cuerpo desnudo sobre ella haciendo movimientos ondulantes cada vez
más rápidos, ella reaccionó arqueando el cuerpo hacia atrás, su respiración se
tornó fuerte...rápida y la forma como sus blanquísimos pies de uñas rojas estrujaban
el cobertor del sillón dejaba ver que se retorcía de placer, gimiendo y
diciendo en forma entrecortada:
―Yes...
yes… yes...
No recuerdo como terminó todo, debo
haber vuelto semi-inconsciente a mi cama pues después de mucho rato, cuando ya
era de noche, me despertó mi abuela con su mano en mi frente diciendo:
―Estás
con fiebre.
No quería saber más, cerré los ojos pero
lo contemplado aquella tarde se repetía en mi cerebro por fragmentos, el beso
apasionado de ambos, los senos desnudos de Miss Pam, sus uñas rojas, los
movimientos ondulantes de mi hermano… y yo sólo quería que me dejen dormir.
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario