lunes, 20 de enero de 2014

Agua la boca


 
Meu bem você me dá Água na boca Hum! Hum!
Vestindo fantasias Tirando a roupa Molhada de suor
De tanto a gente se beijar 
De tanto imaginar Imaginar! Loucuras... 
A gente faz o amor Por telepatia No chão, no mar, na lua Na 
melodia Mania de você De tanto a gente se beijar 
De tanto imaginar Imaginar! Loucuras...

 Canción completa en http://www.youtube.com/watch?v=-anZ5HVKyRA  Interpretada por Rita Lee y Milton Nascimento


 

sábado, 18 de enero de 2014

Una Noche con él -





















Recuerdo que habíamos viajado largas horas, llegamos de noche y estábamos cansados.  Había emprendido este viaje acompañando a mi marido, Antonio, a seguir una famosa carrera automovilística que por primera vez se realizaba en Sudamérica.  Antonio había manejado varias horas y no estaba de buen humor pues su piloto preferido no había logrado colocarse en un lugar expectante hasta la fecha.
Llegamos al hotel que él había reservado con antelación, estacionamos el auto y nos dirigimos en silencio a nuestra habitación.  Al prender la luz tuve una sensación desagradable, era una habitación pequeña y las camas se veían muy juntas:
―No me gusta ―dije.
―Pues, esto es lo que hay ―me contestó Antonio levantando un poco la voz, sin mirarme dejó las maletas en el suelo y entró al baño– Me voy a duchar para salir a cenar.

Alisté su ropa e hice lo propio con la mía, él demoró un largo rato en la ducha y cuando salió me advirtió:

―Apúrate que se hace tarde ¡ahh y ya casi no queda agua caliente!

Tomé mi toalla, entré al baño en la seguridad de que para mí no quedaría agua caliente ¡y no me equivoqué!  Mientras me duchaba seguía pensando si era necesario continuar sintiéndome casi una esclava solo por seguir manteniendo una situación económica como la que había conseguido con este matrimonio, pero el agua fría no me dejó encontrar una respuesta.

Salí tiritando, me cubrí con la toalla, estaba secándome el cabello cuando irrumpió furioso.
―¡No encuentro mi pijama azul! ¡Espero que no lo hayas olvidado!
―No traje el azul, sino el verde que creo que es más cómodo, disculpa debí preguntarte.
―¡Pues hiciste mal! ¡Necesito el azul y ahora tendré que resignarme a un pijama que no me dejará descansar como deseo!– Y salió del baño con un fuerte portazo.
Me vestí rápidamente, me puse un poco de rubor en la cara, rímel y lápiz labial.  Estaba apurada pues sabía que si me demoraba acrecentaría su furia y no era conveniente.
Al salir del baño, me llamó la atención encontrarlo tumbado sobre la cama en pijama viendo televisión.
―Cariño ¿no íbamos a cenar? ―pregunté en tono conciliador
―No, ya no, con el enfado se me ha pasado el hambre.
Respiré profundamente, me senté en mi cama y al sentirla tan dura, sin pensarlo, volví a reclamar.
¡Qué cama tan dura! ¡Qué horrible lugar!
No había terminado de hablar cuando Antonio se levantó bruscamente de la cama y furioso empezó a gritar:
―¡Me tienes cansado! ¡No paras de quejarte!
―Cariño, no te enfades, es que creo que pudiste haber reservado algo mejor.
―Pues si te disgusta tanto ¡vete a otra parte! –prosiguió gritando.
―Creo que no es forma de tratarme Antonio, yo solo trato de buscar algo de comodidad para los dos. 
―¡Me has hartado, no debí traerte!
―Pues estoy acá y me hubiera gustado pasar una noche agradable en un lugar bonito ―le respondí indignada, lo que lejos de calmarlo; lo exaltó más.
Se levantó abruptamente de la cama, tomó mi almohada y algo de ropa que había sobre mi cama y gritó:
―¡Si tanto te molesta esta habitación, vete a dormir al auto y déjame tranquilo! –Me empujó hacia la puerta, tiró las llaves del auto en el pasillo y me dejó afuera.
Me quedé aturdida, después de unos breves momentos insistí en que me dejara entrar pero fue en vano no abrió y desde el interior gritó furioso.
―¡Basta, vete de una vez!
Respiré profundamente, traté de calmarme pero en mi cabeza retumbaban las preguntas «¿Por qué tanta violencia? ¿Por qué si yo lo único que hago es desvivirme porque él sea feliz?». No encontraba respuestas y a pesar de que generalmente yo sabía comprender sus enfados en esta ocasión no sabía cómo actuar.  Sentí que los ojos se me humedecían, traté de calmarme e quise regresar a la habitación pero sabía que sería una decisión equivocada.    
Caminé abrazada de mis cosas por el pasillo, entré al ascensor y bajé hasta la cochera, no recordaba dónde habíamos dejado el auto y con las lágrimas contenidas no me era fácil buscarlo.  Deambulé algunos minutos hasta que por fin lo encontré,  abrí la puerta, me senté en el asiento del piloto, me abracé del timón y por fin pude llorar.  No sé cuánto tiempo había pasado cuando suaves golpes en el vidrio de la puerta llamaron mi atención.
―Señora ¿la puedo ayudar?
Abrí la ventana y reconocí el rostro del guardián de la cochera que me miraba con ojos de preocupasión.
―No, no gracias, no es nada, deseo estar un rato sola, disculpe ¡no lo molestaré!
―Está bien, daré unas vueltas alrededor y volveré para ver si se le ofrece algo.
Le agradecí y volví a cerrar la ventana.  Traté de tranquilizarme pero era difícil, las lágrimas me caían por el rostro sin ningún control, me sentía desamparada, comprendí que estaba sola, condenada a pasar la noche en el asiento del automóvil y que mi marido no se apiadaría de mí.  Como tantas otras veces traté de reconfortarme recordando los momentos que mi matrimonio con Antonio me habían hecho tan feliz; los momentos en los que disfruté de maravillosos viajes; las veces que concurrí de su brazo a hermosas fiestas pero no lo logré y la tristeza me sobrepasó ¡no podía dejar de llorar! Incliné el espaldar del asiento para darme comodidad y me cubrí con un brazo la cara para tratar infructuosamente de dormir.  De pronto sentí pasos que se acercaban, me incorporé para ver mejor y pude ver la figura de aquel hombre, el guardián, que se acercaba al auto.
―Señora, realmente quisiera ayudarla.  No debe usted quedarse sola acá.
Abrí la ventana, traté de evitar su ofrecimiento pero no pude y por el contrario lloré sin poder parar.
―No sé qué le ha sucedido pero créame que con seguridad mañana se sentirá mejor.  Ahora por favor vuelva usted a su habitación –me dijo con voz suave.
―No puedo, mi marido no me quiere allá y será mejor que duerma aquí –respondí entre sollozos.
Guardó silencio por unos minutos, se apoyó en el borde de la ventana y me dijo con dulzura:
―Sé que soy tan solo un guardián de estacionamiento pero puedo escucharla si eso alivia sus penas.
Era tal mi desamparo que al sentir su ofrecimiento no me negué y le conté lo ocurrido.  Cuando terminé, tomó mi mentón y levantando mi cara me dijo:
―¡Usted no merece estar así! ¡Usted no merece pasar una noche sola en un automóvil! ¡Usted no merece sufrir de esta manera!
―¿Pero qué puedo hacer? ¿Dónde puedo ir? Estoy en un país que no es el mío, traigo poco dinero y dependo de mi marido para volver ¡qué infeliz soy!
Abrió lentamente la puerta del auto, se acercó a mí y me levantó con sus brazos sacándome de allí.  Era extraño pero no sentí ningún temor por el contrario sentía que ese hombre, a quien yo no conocía, trataba de protegerme inclusive de mí.
―No estará sola, yo la cuidaré y le prometo que no sucederá nada que usted no desee. Confíe en mí. –Puse mis manos alrededor de su cuello y dejé descansar mi cabeza en su pecho mientras que él caminaba conmigo alzada entre sus brazos. Era extraño pero me sentía sumamente cómoda con él.
Abrió una puerta tras la que se encontraba una pequeña pero limpísima habitación, me colocó suavemente sobre su cama, acarició mi pelo y me dijo:
―Duerma acá, no se preocupe yo velaré su sueño y mañana se repondrá. –Tomó una suave frazada y me arropó. «¡Hace cuánto que nadie me trata así!» pensé mientras que él se alejaba  y tomaba una nueva posición sentado en un sofá desde donde me miraba con una mezcla de ternura y lástima.
Traté de dormir infructuosamente, mi mente no paraba de cuestionarme si estaba bien que yo estuviera sola con un hombre en su habitación.  Deseaba creer que Antonio se apiadaría de mí y me buscaría pero sabía que eso era improbable y yo estaba lejos de mi hogar, lejos de mis amigos y  de mi familia, lejos y sola con aquel hombre desconocido que me cobijaba, busqué entre la penumbra su mirada protectora y le dije:
―Échate a mi lado– tomé una de sus manos y lo atraje hacia mí. Lentamente se levantó, se quitó la casaca y se tumbó a mi lado, abrazándome de tal manera que yo me sentía muy pequeña pero muy segura en sus brazos. Ambos permanecimos inmóviles pero cómodos, esperaba que fuera él quien tomara la iniciativa pero no fue así y pensé «espera que lo haga yo», entonces junté mi cuerpo mucho más al suyo y él acercando su cara a la mía preguntó:
―¿Estás segura de que deseas esto? –asentí sin hablar y él me besó ya no con ternura ni lástima sino con pasión.
Cuando se apartó de mi boca prosiguió besando suavemente mi cuello haciéndome estremecer ¡hacía tanto tiempo que nadie me recorría con esa dulce pasión!, siguió su camino por mi pecho abriendo suavemente cada uno de los botones de mi blusa hasta dejar mis senos desnudos esperando sus caricias.  Mientras mordía despacio uno a uno mis pezones, enredé mis dedos entre su pelo cano y acerqué mi nariz aspirando profundamente «¡qué olor tan varonil!» pensé excitándome aún más y empujé suavemente su cabeza invitándolo a seguir explorando con sus labios mi cuerpo que esperaba fervoroso por alguien como él.
Se detuvo en mi vientre sin dejar de tocar mis senos mientras que yo disfrutaba del placer que sus caricias me procuraban, de pronto se incorporó, abrió con suavidad mis piernas, separó lentamente uno a uno los pliegues de mi intimidad y la empezó a besar posando su lengua en mi punto más sensible haciéndome estremecer, cerré los ojos y me dejé llevar por la sensación hasta explotar. Cuando recobré la conciencia lo miré y le dije:
―¡Es tu turno! Déjame hacer lo mismo por ti –. Abrí su cremallera y dejé salir su masculinidad endurecida, la tomé entre mis manos y la recorrí con la punta de mi lengua varias veces hasta que la puse entre mis labios para darle placer sintiendo como se endurecía aún más.
En el momento que sentí oportuno me separé de su cuerpo y me acomodé sobre la cama diciéndole:
―¡Hazme tuya, por favor!

Él sin dejar de mirarme fijamente, se colocó rápidamente protección y acomodando su cuerpo con suavidad sobre el mío sentí como poco a poco llenaba la profundidad de mi ser y con movimientos suaves pero constantes logró llevarme hasta el más agradable éxtasis que una mujer puede tener a la vez que él también se perdía embriagado en mí.

Aún jadeante y totalmente complacida me quedé dormida abrazada de él hasta que, horas después, dulces besos sobre mis ojos me despertaron con ternura.

―Amanece princesa, debes marcharte ya.

Deseé nunca tener que apartarme de su lado y abrazándolo fuertemente volví a dejarme amar por aquel hombre desconocido que me hacía tan feliz. Cuando no había forma de robarle más tiempo al día, me duché rápidamente mientras que él me contemplaba sonriente desde la puerta del baño. Me vestí  y volví a abrazarme a él tratando de impregnarme de su olor y llevármelo para siempre. 

―¡Gracias! Me has devuelto la autoestima, ahora sé que soy digna de ser amada. –Me acerqué a besarlo tiernamente.   Llegada la hora de separarnos, abrí la puerta pero súbitamente me asaltó una duda y le pregunté:

¿Cómo percibiste que podía suceder algo así?
―Con solo mirar tus bellas manos y tus sugestivas uñas rojas, supe que eras una mujer ávida de pasión. Ahora ¡vete princesa y no dejes que nadie te vuelva a maltratar!
Sonreí coquetamente, cerré la puerta detrás de mí, respiré profundamente y me dije con total seguridad «Desde ahora, así será»
                                                                 ***


Buenas y protectoras noches para todos ustedes...

SILLARY BLANK en "Uñas Rojas"

martes, 14 de enero de 2014

Cardo o Ceniza - Chabuca Granda


CARDO O CENIZA

Chabuca Granda



Cómo será mi piel junto a tu piel
cómo será mi piel junto a tu piel
cardo o ceniza
cómo será…

Si he de fundir mi espacio junto al tuyo
cómo será tu cuerpo al recorrerme
y como mi corazón si estoy de muerte…
mi corazón si estoy de muerte

Cómo será el gemido
y cómo el grito
al escapar mi vida entre la tuya
y cómo el letargo al que me entregue
cuando adormezca el sueño entre tus sueños

Han de ser breves mis siestas
mis esteros despiertan con tus ríos
Pero… Pero...

Se quebrará mi voz cuando se apague
de no poderte hablar en el oído
y quemará mi boca salivada
de la sed que me queme si me besas
de la sed que me queme si me besas

Pero…
Pero cómo serán mis despertares
Pero cómo serán mis despertares
Pero cómo serán mis despertares
Cada vez que despierte avergonzada…
cada vez que despierte avergonzada…

Tanto amor, y avergonzada…
tanto amor, y avergonzada.

domingo, 12 de enero de 2014

Abigail II - Por Sillary Blank


Abigail – Parte II

Mientras transitábamos aquella solitaria carretera nos mantuvimos en silencio, yo estaba absorto en mis pensamientos llenos de deseo por volver a recorrer aquel cuerpo que parecía tan frágil pero tan urgido de placer a la vez. Después de casi una hora de conducir, llegamos a un pequeño restaurant, apagué el motor de la camioneta y le dije:

Tenemos que comer lo necesitaremos para enfrentar esta noche ¡Espero que estés a la  altura de las circunstancias!.  No respondió, pero todo me lo dijo su mirada.  Me acerqué al mostrador y pedí dos sopas muy calientes que nos ayuden a matar el frío intenso de aquel lugar.  Comimos en silencio y cuando retomamos el viaje la dejé dormir, de rato en rato la miraba y me preguntaba cómo hacía aquella mujer que parecía tan delicada para transformarse en una terrible loba en celo en medio de una noche de luna llena, traté de no buscar respuestas y esbozando una sonrisa me dije «¡Esto recién empieza!»

Llegamos a nuestro destino, un pequeño pueblo enclavado en los andes donde el cielo es azul y el frío es intenso, buscamos un hotel para pasar la noche, pedí dos habitaciones separadas, ella me miró sorprendida, sin hacerle mayor caso le dije:

―Antes de que anochezca iré a la obra, tú mejor descansa y acercándome mucho a su oído continué ―: pero eso sí ¡espérame bañadita!

 ―Está bien Ingeniero, vaya a trabajar que yo estaré aquí esperándolo para verificar si todo lo que se dice de usted es cierto, respondió mirándome lujuriosamente, le devolví una sonrisa cómplice y me fui.

El trabajo me tomó un poco más de lo que había calculado, regresé impaciente al hotel, estaba ansioso por volver  a tener entre mis brazos a Abigail, de pronto Pilar, mi esposa, apareció en mi mente, sentí algo de culpabilidad pero la ignoré pues mi deseo por volver a vivir la aventura que Abigail me ofrecía fue mayor y buscando tranquilizarme pensé «¡no se enterará!, además ella tiene mucho de culpa por tenerme abandonado».  Llegué al hotel, tomé una rápida pero reparadora ducha y salí en busca del placer.

Toqué su puerta, abrió y en cuanto me miró sentí que me deseaba, la tomé de los hombros y le pregunté:

¿Has dormido? lo negó con un ademán.  Me acerqué al velador, coloqué una bebida energizante  y continué ―: te dejo esta bebida acá, estoy seguro que más tarde la necesitarás, ella se apartó y ansiosa respondió:

Hmm… ¡espero que así sea!―. Puso sus manos alrededor de mi cuello, acercó su boca a mi oído e increpó―: ¡muéstrame lo que sabes hacer!

―¿No te bastó con lo anterior?,  ¡verás como ahora te derrites de placer!le dije mientras la alzaba entre mis brazos para dejarla caer suavemente sobre la cama, de sus ojos salían cuchillos que se clavaban en mi piel.

Con voraz desesperación nos despojamos de la ropa que nos cubría, mientras yo acariciaba con dureza sus senos ella me quitaba la camisa hundiendo sus uñas rojas en mi espalda haciéndome estremecer. Nuestros besos eran desesperados como si nuestra ausencia hubiera durado años. Cuando me satisfice de su boca, recorrí lentamente con mi lengua su cuerpo, su cuello, sus senos, su vientre plano me detuvo haciendo una pausa en su ombligo, jugando un rato con él, haciendo que ella se desespere y me pida seguir hacia el sur, continué por el pubis totalmente depilado y me deleité con la suavidad de su piel y abriendo sus piernas introduje mi cara entre ellas moviendo mi lengua frenéticamente sobre el punto más sensible de su cuerpo, ella tiraba de mi pelo, respiraba con fuerza y gemía a la vez arqueaba el cuerpo hacia atrás en señal de que recibía todas las descargas eléctricas que un cuerpo puede soportar. 

No le di tregua para recuperarse, coloqué mis dedos en su boca, dejé que los besara por un corto momento para después acariciar con ellos su entrepierna, buscando introducirlos dentro de ella, era tan cálida, tan húmeda que me invitaba a poseerla; pero, ella lo impidió diciendo:

Debo corresponder a tanto placer―. Acomodó su cuerpo sobre el mío y tomando mi endurecida hombría entre sus manos se la llevó al pecho frotándosela con avidez, cerró los ojos y continuó―: Esto es lo que cualquier mujer desea entre sus piernas ¡es maravilloso! Pero ahora, Adriano disfruta que quiero ser yo quien haga que mueras de placer.

Jugueteaba con mis testículos con sus dedos, mientras que su suave lengua recorría mi virilidad desde la base hasta posar sus carnosos labios en la punta e introducirla hasta casi rozar su garganta. La forma como me lamía, succionaba y frotaba hacía difícil que yo pudiera contener mi excitación y dejé que el éxtasis llegara sin compasión.

Lamiéndose los labios, se acercó a mí, me dio un dulce beso, me pidió:

Quédate esta noche conmigo, Adriano ¡verás que no te arrepentirás!

Acaricié su cabello y dejé que se acomode entre mis brazos y así desnudos dormimos un rato, pues la noche fue eterna, pero en cuanto trataba de encontrar el sueño, algo de culpabilidad aparecía en mi mente y pensaba «¡Pilar!»

***

Buenas y eternas noches para todos ustedes.

SILLARY BLANK

sábado, 4 de enero de 2014

Abigail - Por Sillary Blank


Abigail
Al igual que cada domingo, salí temprano a comprar el diario para revisar las ofertas de empleo, en tanto caminaba de regreso a casa trataba de dominar mi angustia pues era probable que, al igual que en otras tantas oportunidades, no hubieran opciones para mí  «¡el problema es mi edad!», me dije.  Eran tiempos difíciles y generalmente los puestos de trabajo señalaban límite de edad: No mayores de 35 años. 
Durante este año de desempleado, había tratado de realizar toda clase de cosas para agenciarme de dinero, pero yo, al igual que mucha gente en el país, necesitaba un sueldo fijo que me procure a fin de mes el sustento para la familia.  Mi esposa, para bien de nuestra familia pero para acrecentar mi frustración, sí lo tenía, trabajaba de enfermera en un hospital.  Lastimosamente nuestro matrimonio pasaba por una época de crisis, cuanto yo más trataba de acercarme a Pilar, mayor era su rechazo ¡llevaba más de un mes de no tocarla!, la sentía cada vez más ausente, más lejana, mientras que yo estaba cada día más ardiente y más necesitado de su amor.
Llegué a mi casa, preparé un café y abrí aquel periódico, leí algunas noticias y con mucho desgano me dirigí a la sección denominada «Ofertas Laborales», de repente mis ojos se posaron en un anuncio, ¡un anuncio perfecto para mí!  Mi corazón dio un vuelco, llamé a mi mujer y le dije:
―Terminó Pilar, terminó esta angustia, ¡yo sé que este trabajo es para mí!
 Ella, que en ese momento estaba mirando televisión, me miró con disgusto y respondió:
―¡Ojalá, porque me estoy cansando de ser yo la que tenga que pagar las cuentas en este hogar!
Traté de no perder el buen humor y me serví otra taza de café. No me equivoqué, tras un periodo de varias semanas de evaluaciones y entrevistas, un día me vi entrando por aquella puerta como el «Ingeniero Cáceres», aquel que se haría cargo de una obra que la empresa había ganado en una licitación. Llegué temprano, me dirigí a la oficina de la Dirección de Proyectos y, junto a mi jefa, enrumbé a mi presentación formal ante el Gerente, los responsables de otras jefaturas, el personal y finalmente ante mi nueva compañera de oficina, una mujer llamada Abigail.   Debo confesar que de primera intención no me llamó la atención, sentada detrás de su mesa de dibujante, parecía ser una mujer delgada y menuda que seguramente tenía unos diez años menos que yo, pero bastó que clavara los ojos en mí para darme cuenta que tras ellos había una mujer desbordante de lujuria.
Con el transcurrir de los días ella, a pesar de ser una mujer casada, dejó de vestirse como la clásica oficinista enfundada en pantalones, para convertirse en una muchacha extremadamente sexy, ataviada con ajustadas y cortas faldas, que de cualquier forma intentaba desconcentrarme de mis tareas laborales.  Se sentaba frente a mí en su banco de dibujante, cuya altura era adecuada para que mis ojos pudieran apreciar como su apretada falda quedaba lo suficientemente alta para mostrarme sus tentadores muslos y me dedicaba un sensual cruce de sus contorneadas piernas que ensalzaba con una sugestiva caricia en sus pantorrillas con sus manos de uñas color carmesí.
Durante varios días traté de permanecer incólume, hasta aquella vez que se levantó de su banco, se sirvió un café y contoneando sus caderas se me acercó diciendo:
Adriano, ¿quisieras probar un poco de mi… y levantando una ceja sugerenemente continuó ―…café?.
Logró ponerme nervioso y solo pude agradecerle titubeandoAl llegar a mi casa no podía dejar de pensar en Abigail, pero deseaba mantenerme fiel a Pilar, esperé a que llegara la noche y la busqué entre las sábanas, traté de besarla pero fue en vano, apartándome, respondió:
―Déjame dormir por favor, estoy cansada y mañana tengo que trabajar. El resto de la noche no pude conciliar el sueño, la posibilidad de tocar aquellas otras piernas en medias de seda me estaban volviendo loco y algo tenía que hacer. 
Al día siguiente, al llegar a la oficina, estaba nervioso, en cuanto la vi la deseé incontrolablemente. Inventé la necesidad de un viaje de trabajo y le dije:
―Mañana salgo a visitar la obra por unos días ¿quieres venir? puedo llevar una ayudante ¿te animas?.  Noté el brillo de sus ojos mientras me respondía:
―Sí, estaré encantada de disfrutar de tu compañía
Y así, al día siguiente, antes de las seis de la mañana yo estaba, en la camioneta 4x4 de la empresa, recogiéndola para partir.
Durante varias horas manejé callado, imaginándola desnuda, ideando la forma de acecharla, de poseerla.  Ella a pesar de haberse preparado para enfrentar el frío de la cordillera se había agenciado para estimularme con aquel apretado pantalón que dejaba ver su  voluptuoso trasero que era motivo de las más libidinosas conversaciones masculinas en el trabajo.  De pronto vi que colocaba ambas manos entre sus piernas, estaba seguro que intentaba provocarme pero aún no era el momento yo tenía planeado algo diferente así que le dije:
―Subiré la calefacción para que no te petrifiques de frío. Ella sonrió coquetamente y llevando una de sus manos hacia mi cara respondió:
Adriano, pues  mira qué necesitada de calor estoy. Tuve ganas de frenar bruscamente y lanzarme sobre ella, pero aún no era el momento, necesitaba mayor intimidad, aún debía manejar un rato más para encontrar el desvío que nos llevaría a la laguna.
Preferí mantenerme callado y absorto en mis pensamientos llenos de lujuria no me di cuenta que el desvío a la laguna estaba cerca. Repentinamente di un giro brusco que la sacó de su adormecimiento, la noté asustada, tratándola de calmar le dije:
―No te asustes, chiquilla, estamos tomando un atajo, te aseguro que te gustará─ y tras un breve trecho detuve la camioneta en aquel lugar estratégico que me permitiría tener la seguridad de que nada ni nadie pudiera interrumpir.
La dejé un breve momento observar aquel paraje, entonces tomándola por la cintura la acerqué a mí.  Al no mostrar impedimento, clavé mi mano debajo de su casaca, y desprendiendo su blusa, acaricié suavemente su espalda, noté como se sobrecogía.  En respuesta ella rodeó con sus brazos mi cuello y acercó su boca a mi oído para susurrarme sensualmente:
Vamos atrás―.  Sonreí con picardía.
A pesar del frío del exterior, dentro de la camioneta la calefacción volvía el ambiente propicio para la pasión.  Pasé mi brazo alrededor de su cuerpo y la besé, ella me respondió con gran ardor, soltó mis labios y pasó su lengua por mi cuello haciéndome estremecer, puso las manos por debajo de mi camisa para acariciar mi espalda mientras yo ideaba la manera más satisfactoria de obtener lo que deseaba.  Abrí su casaca y le pregunté:
―¿Tendrás frío si te despojo de esto?―,  ella mirándome fijamente a los ojos respondió:
―Hazlo, no tengo frío. ¡Mi cuerpo está ardiendo de deseo!
La aparté un poco, abrí los botones de su blusa y levanté su corpiño, sus senos eran pequeños pero perfectamente formados, los toqué suavemente y ellos se tensaron provocándome estrujarlos entre mis manos.  Abigail, acercó nuevamente su cara a mi oído, lo acarició con la punta de su lengua y jadeante advirtió:
―Quiero más Adriano, quiero llegar a derretirme de placer.   
La despojé completamente de la blusa y la recorrí con mis besos,  su cuello, sus hombros, su pecho mientras que ella se mostraba más ansiosa y jadeante.  Sin dejar de besarla bajé mi mano por su vientre, abrí su cremallera, la deslicé por su pubis descubriendo que carecía de vellosidad y me entretuve pensando «Zorra, ¡se ha preparado bien para mí!», pero la forma en que abrió las piernas invitándome a tocarla me devolvió a la realidad e introduje mis dedos dentro de ella profundamente, pudiendo sentir su humedad. Jugué un momento entre sus labios y sentí que se excitaba aún más, cuando iba a sacar mi mano de aquella tibia zona, cerró fuertemente las piernas atrapando mi mano a la vez que jadeante exclamó:
―¡Tú sí sabes cómo tocar a una mujer!, sigue, sigue un poco más…
Por la forma en la que se mordía el labio pensé que pronto estallaría de placer pero en un momento abrió los ojos y mirándome fijamente me dijo:
―¡Uhmm… con esos dedos tan efectivos ¡me imagino qué habrá por aquí!―. Abrió mi cremallera y  hurgó dentro de mi bóxer hasta descubrir mi virilidad y dejarla en libertad.  Noté su asombro y le dije:
―No te asustes,  no te dañarépero ella con una sonrisa complacida y sin el menor temor se acomodó sobre mis piernas, cerró los ojos y moviéndose acompasadamente la introdujo dentro de su cuerpo con tanta naturalidad como si lo hubiera hecho antes muchas veces más. Cuando se sintió plena, tomó mi cara para mirarme, sus ojos se tornaron brillantes y mordiéndose los labios me pidió:
 ―Demuéstrame Adriano, demuéstrame que eres fuego igual que yo.
 La sujeté fuertemente por la cintura, empecé a moverme cautelosamente, aún con temor de poderla dañar, pero ella me besaba frenéticamente demostrándome que estaba hecha a mi medida por lo que di rienda suelta a mis instintos, frotando sus senos, pellizcando sus pezones, recorriendo su espalda, hasta que ella moviéndose cada vez más rápido soltó un grito de placer.  Me quedé callado, observando sus ojos cerrados, su cuerpo rígido y su boca entreabierta.
Cuando recobró la conciencia y sin separar su cuerpo del mío me miró con picardía y preguntó:
No has terminado ¿no?―. Respondí con un gesto y aprisioné sus caderas a mi cuerpo para que pudiera sentir mi erección.  Así, ella con una facilidad que yo no había visto jamás, recuperó el ímpetu besándome el cuello, mordiéndome el lóbulo de la oreja, dejándome sentir su entrecortada respiración.  Entonces fui yo quien marcó el compás de nuestros movimientos, busqué sus codiciadas nalgas y estallé de placer al mismo tiempo que ella volvía a perderse en un segundo y larguísimo orgasmo. Nos quedamos abrazados, jadeantes, empapados en sudor.  Ella pasó un dedo por el vidrio totalmente empeñado y me dijo sonriente:
―Has estado a la altura de mis expectativas Adriano, yo acariciando su cuello le respondí:
―Sabía que ese cuerpo estaba hecho a mi medida. Ahora tendrás que demostrarme si puedes seguir el ritmo de mis exigencias―.Tomó mi mano, se la llevó a la boca y se introdujo mi dedo medio succionándolo sin dejar de mirarme desafiándome a volver a empezar. Tuve que contenerme y proseguí: ―No me tientes chiquilla, ahora tengo que conducir, debemos llegar a trabajar ¡pero más tarde me lo demostrarás!

¡Ay, Ingeniero! Ya le he dicho ¡yo soy fuego en la cama! Y  realmente lo que deseo es que usted me demuestre hasta dónde se puede llegar, pero tiene razón esta batalla continuará…

                                                       * * *

Buenas noches y buenas batallas...

SILLARY BLANK

miércoles, 1 de enero de 2014

Cómo hacerte saber - Mario Benedetti




COMO HACERTE SABER - Mario Benedetti

Cómo hacerte saber que siempre hay tiempo... que uno solo tiene buscarlo y dárselo.
Que nadie establece normas salvo la vida, que la vida sin ciertas normas pierde forma.
Que la forma no se pierde con abrirnos; que abrirnos no es amar indiscriminadamente.
Que no está prohibido amar; que también se puede odiar.

Cómo hacerte saber que nadie establece normas, salvo la vida...


Que el odio y el amor son afectos.
Que la agresión porque sí, hiere mucho.  Que las heridas cierran. Que las puertas no deben cerrarse, que la mayor puerta es el afecto.  
Que los afectos nos definen, que definirse no es remar contra la corriente.
Que no cuanto más fuerte se hace el trazo más se dibuja.  Que buscar un equilibrio no implica ser tibio.
Que negar palabras implica abrir distancia. Que encontrarse es muy hermoso. Que el sexo forma parte de lo hermoso de la vida; que la vida parte del sexo.

Que el por qué de los niños tiene un porqué.  Que querer saber de alguien no solo es curiosidad. Que querer saber todo de todos es curiosidad malsana.
Que nunca está de más agradecer.  Que la autodeterminación no es hacer las cosas solo; que nadie quiere estar solo. Que para no estar solo hay que dar; que para dar debimos recibir antes; que para que nos den también hay que saber cómo pedir.  Que saber pedir no es regalarse; que regalarse es en definitiva no quererse.  Que para que nos quieran debemos mostrar quiénes somos.


Que para que alguien sea hay que ayudarlo; que ayudar es poder alentar y apoyar.  Que adular no es ayudar, que adular es tan pernicioso como dar vuelta la cara. Que las cosas cara a cara son honestas.  Que nadie es honesto porque no roba; que el que roba no es ladrón por placer.  Que cuando no hay placer en hacer las cosas, no se está viviendo.  Que para sentir la vida no hay que olvidarse que existe la muerte; que se puede estar muerto en vida.  Que se siente con el cuerpo y la mente.


Que con los oídos se escucha.  Que cuesta ser sensible y no herirse; que herirse no es desangrarse.  Que para no ser heridos levantamos muros; que quien siembra muros no recoge nada.  Que casi todos somos albañiles de muros.  Que sería mucho mejor construir puentes; que sobre ellos se va a la otra orilla y también se vuelve.  Que volver no implica retroceder; que retroceder puede ser también avanzar.  Que no por mucho avanzar se amanece cerca del sol.

Cómo hacerte saber, que nadie establece normas, salvo la vida...



Si deseas escuchar el poema recitado busca en https://www.youtube.com/watch?v=757DdYLaJQ4

Buenas tardes y un año lleno de vida...


Sillary Blank