Abigail – Parte II
Mientras transitábamos aquella solitaria carretera nos mantuvimos en silencio, yo estaba absorto en
mis pensamientos llenos de deseo por volver a recorrer aquel cuerpo que parecía
tan frágil pero tan urgido de placer a la vez. Después de casi una hora de conducir, llegamos a un pequeño restaurant, apagué el motor de la camioneta y le
dije:
―Tenemos que comer lo necesitaremos para enfrentar esta noche ¡Espero que
estés a la altura de las circunstancias!―.
No respondió, pero todo me lo dijo su mirada. Me acerqué al mostrador y pedí dos sopas muy
calientes que nos ayuden a matar el frío intenso de aquel lugar. Comimos en silencio y cuando retomamos el
viaje la dejé dormir, de rato en rato la miraba y me preguntaba cómo hacía aquella mujer que parecía
tan delicada para transformarse en una terrible loba en celo en medio de
una noche de luna llena, traté de no buscar respuestas y esbozando una sonrisa
me dije «¡Esto recién empieza!»
Llegamos a nuestro destino, un
pequeño pueblo enclavado en los andes donde el cielo es azul y el frío es
intenso, buscamos un hotel para pasar la noche, pedí dos habitaciones separadas,
ella me miró sorprendida, sin hacerle mayor caso le dije:
―Antes de que anochezca iré a la obra, tú
mejor descansa― y acercándome mucho a su
oído continué ―: pero eso sí ¡espérame
bañadita!
―Está
bien Ingeniero, vaya a trabajar que yo estaré aquí esperándolo para verificar
si todo lo que se dice de usted es cierto―,
respondió mirándome lujuriosamente, le devolví una sonrisa cómplice y me fui.
El trabajo me tomó un poco más de
lo que había calculado, regresé impaciente al hotel, estaba ansioso por
volver a tener entre mis brazos a Abigail,
de pronto Pilar, mi esposa, apareció en mi mente, sentí algo de culpabilidad
pero la ignoré pues mi deseo por volver a vivir la aventura que Abigail me
ofrecía fue mayor y buscando tranquilizarme pensé «¡no se enterará!, además ella
tiene mucho de culpa por tenerme abandonado».
Llegué al hotel, tomé una rápida pero reparadora ducha y salí en busca
del placer.
Toqué su puerta, abrió y en
cuanto me miró sentí que me deseaba, la tomé de los hombros y le pregunté:
―¿Has dormido? ―lo
negó con un ademán. Me acerqué al
velador, coloqué una bebida energizante y
continué ―:
te dejo esta bebida acá, estoy
seguro que más tarde la necesitarás―,
ella se apartó y ansiosa respondió:
―Hmm… ¡espero que así sea!―. Puso sus manos alrededor de mi cuello,
acercó su boca a mi oído e increpó―: ¡muéstrame
lo que sabes hacer!
―¿No te bastó con lo anterior?, ¡verás como ahora te derrites de placer!―le dije mientras la alzaba entre
mis brazos para dejarla caer suavemente sobre la cama, de sus ojos salían
cuchillos que se clavaban en mi piel.
Con voraz desesperación nos
despojamos de la ropa que nos cubría, mientras yo acariciaba con dureza sus
senos ella me quitaba la camisa hundiendo sus uñas rojas en mi espalda
haciéndome estremecer. Nuestros besos eran desesperados como si nuestra ausencia
hubiera durado años. Cuando me satisfice de su boca, recorrí lentamente con mi
lengua su cuerpo, su cuello, sus senos, su vientre plano me detuvo haciendo una
pausa en su ombligo, jugando un rato con él, haciendo que ella se desespere y
me pida seguir hacia el sur, continué por el pubis totalmente depilado y me
deleité con la suavidad de su piel y abriendo sus piernas introduje mi cara
entre ellas moviendo mi lengua frenéticamente sobre el punto más sensible de su
cuerpo, ella tiraba de mi pelo, respiraba con fuerza y gemía a la vez arqueaba
el cuerpo hacia atrás en señal de que recibía todas las descargas eléctricas
que un cuerpo puede soportar.
No le di tregua para recuperarse,
coloqué mis dedos en su boca, dejé que los besara por un corto momento para
después acariciar con ellos su entrepierna, buscando introducirlos dentro de
ella, era tan cálida, tan húmeda que me invitaba a poseerla; pero, ella lo
impidió diciendo:
―Debo corresponder a tanto placer―. Acomodó su cuerpo sobre el mío y
tomando mi endurecida hombría entre sus manos se la llevó al pecho frotándosela
con avidez, cerró los ojos y continuó―: Esto
es lo que cualquier mujer desea entre sus piernas ¡es maravilloso! Pero ahora,
Adriano disfruta que quiero ser yo quien haga que mueras de placer.
Jugueteaba con mis testículos con
sus dedos, mientras que su suave lengua recorría mi virilidad desde la base
hasta posar sus carnosos labios en la punta e introducirla hasta casi rozar su
garganta. La forma como me lamía, succionaba y frotaba hacía difícil que yo
pudiera contener mi excitación y dejé que el éxtasis llegara sin compasión.
Lamiéndose los labios, se acercó
a mí, me dio un dulce beso, me pidió:
―Quédate esta noche conmigo, Adriano ¡verás
que no te arrepentirás!
Acaricié su cabello y dejé que se
acomode entre mis brazos y así desnudos dormimos un rato, pues la noche fue
eterna, pero en cuanto trataba de encontrar el sueño, algo de culpabilidad
aparecía en mi mente y pensaba «¡Pilar!»
***
Buenas y eternas noches para todos ustedes.
SILLARY BLANK
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