CONTIGO
Vine a verte, no pensé que este momento llegaría. Te miro,
pareces dormida y sé que te fuiste con la misma tranquilidad que tuviste en los
últimos años. Como muchas cosas en tu
vida esta también fue sorpresiva, no me enteré sino hasta que vi a Antonio
romper en llanto al responder la llamada de tu hija, asustada le pregunté qué
pasaba y sólo atinó a decirme: “Murió
ella” y sin decir una palabra más se encerró en la sala de estudio. ¿Murió ella?, ¿se refería a ti? ¿Pero cómo? ¿Qué
pasó? Sin perder la cabeza tomé el
teléfono y llamé a tu hija, quien en medio de lágrimas me certificó lo que
había pasado: un infarto, un infarto mientras dormías. Corté y traté de entender lo que yo sentía en
ese momento ¿Era tristeza? ¿Era yo capaz de sentir tristeza por tu partida? ¿O
era alivio? ¿Alivio porque finalmente ya
no estás? No lo sé, no puedo identificar esta sensación. Corrí hacia la puerta de la sala de
estudio, toqué con la esperanza de que Antonio se haya calmado, pero no, no fue
así, él seguía envuelto en llanto y no respondía a mis preguntas…sólo sollozos.
Me embargó otro sentimiento, volvió a mí esa sensación de no ser yo a quien él amaba,
maldita sensación que me ha acompañado tantos años y que hoy ante mis ojos se
volvía realidad: Eras tú a quien él siempre amó, a pesar de todo lo que hice, a
pesar de todo lo que él trataba de demostrar, habías permanecido tú en su
corazón. Decidí calmarme, manejar las
cosas con la cabeza fría como siempre lo he hecho, dejé a Antonio solo para que
también pudiera calmarse, llamé por teléfono a mi hija para tranquilizarme y decidí
esperar.
Dos horas más
tarde llamó tu hijo, como Antonio había tomado un fuerte tranquilizante estaba
dormido, contesté yo, me informó que te velarían cerca de tu casa y que el
entierro sería al día siguiente.
Nuevamente me asaltaron las dudas, sabía que Antonio iría, no en vano es
el padre de tus hijos ¿pero yo? ¿Debo ir yo? ¿Qué pensarán los amigos comunes?
¿Creerán que yo te guardo afecto? ¿Pensarán que ni en tu entierro te dejo en
paz? Era la primera vez en mi vida que
sentí que debía hacer caso al corazón y no a la razón pues será definitivamente
la última vez que pueda estar contigo.
¿Era esto cierto? ¿Será que el momento que tanto esperé había llegado? ¿Habrías
desaparecido definitivamente de mi vida?, me alegré y esta sensación me dio
fortaleza y decidí: Iré, iré a verte por última vez, iré a decirte nuevamente que
triunfé, que tú por fin dejaste que yo sea feliz sin sentir tu sombra acompañándome
en cada paso que he dado. Iré al entierro y te veré partir.
Antonio
despertó a las 8 de la noche, había dormido más de 6 horas y tenía un aspecto
deplorable, parecía haber envejecido diez años en un solo día. Me pidió café, traté de hablar con él, traté
de enfrentarlo pero era en vano, decidió no decir palabra alguna y yo también
pensé que lo más inteligente era dejarlo tranquilo. Me pidió el teléfono y llamó a sus hijos, se
disculpó por no acompañarlos en este momento de dolor, la disculpa era absurda,
pero ellos ya estaban acostumbrados, les
dijo que había tenido mucho trabajo y que estaba muy cansado. Se fue a la sala, se sirvió un whisky, se
sentó en el sillón principal y se quedó mudo, mudo mirando al vacío ¿Qué pasaba
por su cabeza? ¿Qué sentía? Opté por
irme a la habitación y aturdirme con el televisor, esperé hasta las dos de la
mañana pero él no vino, amaneció tal como lo había dejado la noche anterior.
Le preparé un
terno oscuro, no negro, ya que él no era el viudo, eso debía quedar muy claro,
era solamente el padre de tus hijos, así que no había razón alguna para mostrar
mucha tristeza. Le serví otro café, el
que tomó sin ningún deseo y se encerró nuevamente en la sala de estudio. Resolví no perder mi tiempo haciendo
conjeturas, yo había decidido ir y tenía que prepararme, prepararme
especialmente para que la concurrencia viera que yo había triunfado nuevamente,
que yo permanecía y que tú ya no eras parte de esta historia. Así que fui a mi habitación y busqué el mejor
atuendo que podría encontrar para la ocasión. Sorpresivamente volvió a mí una
sensación extraña ¿estaba yo triste?, me resultó muy difícil retomar la
tranquilidad y seguir preparándome para ir a verte por última vez.
Eran las
12.30, la misa estaba programada para la una, así que teníamos que partir, bajé
a la cochera y saqué el carro, esperé a que Antonio bajara y mientras tanto
pude ver que era un lindo día, el Sol brillaba y el cielo estaba claro, sentí
una brisa tibia. Yo podía respirar, ¡yo
podía respirar y tú ya no! Me sentí
satisfecha y decidí esperar a que él bajara, pensé que no había que
apresurarse, era mejor llegar cuando la misa hubiera empezado así sería más
fácil enfrentar este momento.
Al llegar al
Velatorio respiré y me repetí: ¡yo respiro y tú no! y entré con la cabeza
erguida, tomé el brazo de Antonio y nos dirigimos directamente hacia tu
familia, estaba tu esposo, te acompañaba, te miraba y creo que aún no entendía
lo que había pasado. Se le veía
tranquilo pero triste, a su lado estaban tus tres hijos sumamente tristes, pero
hasta en ese momento se notaba la unión que habías logrado en tu familia, ellos
cuatro eran uno sólo para cuidarte y cuidarse.
Nos acercamos, Antonio le dio un abrazo a tu esposo y al abrazar a tu
hija volvió a quebrarse, intenté no inmutarme, me acerqué a tu esposo y le dije
al oído: “¡Lo siento mucho!”, él me
agradeció y al verlo a los ojos, entendí porque te habías enamorado. Vi un hombre fuerte, un hombre que te da paz
y te envidié. No pude acercarme a tu
hija pues seguía abrazada de Antonio llorando, saludé a Joaquín el menor de tus
hijos, el que habías tenido en tu segundo matrimonio, hice lo mismo con
Santiago, el mayor y me quedé a su lado un rato tratando de esperar que el
abrazo entre padre e hija terminara. Me sentí
incómoda, todas las miradas estaban sobre mí, intenté calmarme y me acerqué a ti,
los recuerdos asaltaron mi cabeza y la tristeza, sí la tristeza, me invadió
hasta la profundidad de mi ser.
***
LA AMISTAD
Tomé a Antonio del brazo tratando de apartarlo de su
hija, pero no pude…permanecí callada a tu lado recordando….
Tendríamos 17
años, era la primera clase en la Universidad Privada. Había sido un día duro, me levanté temprano
para desayunar y dejar la ropa lavada.
Mi familia no era acomodada, mi madre hacía las labores de la casa, no
teníamos ayuda, así que mi hermana mayor y yo éramos quienes debíamos ocuparnos
de atender a los varones: Mi padre y mi hermano. Debí planchar mi ropa, la tenía lavada desde
hace días pues me había costado mucho encontrar algo aparente en una tienda de
ropa usada. Mi atuendo para ese primer
día de clases era sencillo pero no burdo, llevaba una blusa del color de moda:
rosado claro, unos jeans, a los que debí coserles un bolsillo que estaba roto
al comprarlo, pero los dejé sin rastro del problema. Los jeans habían sido lo más difícil de
encontrar pues tenían que estar de acuerdo con la moda del momento: con botones
en los tobillos. Con los zapatos no tuve
problema pues mi hermana se había comprado unos muy bonitos y cómodos hace unos
meses, ¡gracias a Dios éramos de la misma talla! Como en esta ciudad al atardecer siempre hace
frío había previsto una chompita blanca que hacía juego con los zapatos. Me peiné, me arreglé el cabello, delineé mis ojos con lápiz negro, pinté mi boca de un color rosado claro. Me miré al espejo y me sentí bien, nadie
notaría mi precaria economía y la aceptación vendría rápidamente. Tomé mi bolso y salí feliz rumbo a mi nueva
Universidad.
Mientras
caminaba sentí por única vez algo de remordimiento, había dejado el año anterior la universidad
pública, sólo fui una o dos clases y les
dije a mis padres que tardaría mucho en terminar la carrera debido a las
constantes huelgas, les pedí que me apoyaran, sabía que resultaría difícil pues
la economía del hogar no lo permitía holgadamente, pero accedieron. Sin embargo, la verdadera razón por la cual
decidí que no podía perder mi tiempo y mi juventud en una Universidad Pública
era porque ella no venía con mi proyecto de vida, ahí no conseguiría a nadie
que pudiera darme la vida que anhelaba, una vida cómoda donde yo no tuviera que
preocuparme ni por el dinero ni por los quehaceres de la casa. Deseaba un hombre que me protegiera y que me
pudiera dar lo que deseaba, yo sabría hacerlo feliz.
Al ingresar al
salón de clases, me confundí entre otros setenta alumnos, no había mucha gente
como la que pensé encontrar así que me senté a la mitad del costado izquierdo
de la clase. El profesor de turno, un
hombre grueso y de voz fuerte, nos dio la bienvenida, nos leyó rápidamente el
sílabus, dio una clase de introducción bastante escueta y nos pidió formar
grupos de estudio para la preparación del trabajo final, nos expresó que este
trabajo debía ser realizado desde ahora pues de él dependía el 70% de la nota
del curso… Me preguntaba ¿y ahora con
quién formo grupo si no conozco a nadie?, todos a mi alrededor eran varones y
yo aún no había aprendido algunas de mis argucias para relacionarme con
ellos. Yo venía de un colegio de monjas
y los hombres me parecían extraños en un salón de clases. En las filas delanteras pude notar a una
joven que hablaba sin temores con un muchacho sentado a su lado, se veía muy
segura, se veía muy tranquila, esa joven eras tú. Me dí cuenta que había un lugar cerca de ti y
decidí acercarme, en menos de 5 minutos ya teníamos grupo, éramos seis chicas y
un muchacho. Tú lo habías organizado todo de una manera que me sorprendió. Ahora reconozco que esa decisión, la decisión
de acercarme a ti marcó mi vida para siempre.
El resto del
día universitario pasó rápidamente, regresé a mi casa contenta, creo que había
hecho nuevas y buenas amistades, las cosas estaban empezando bien y eso era un
buen síntoma. Ahora tendría que
preocuparme por el atuendo de mañana, había pensado en una blusa blanca,
llevaría los mismos jeans hasta que pudiera arreglar el otro que había
comprado, este era más difícil, era un jean de marca pero que tenía una pequeña
mancha de lejía, seguro por eso lo habían desechado, no tenía idea de cómo
borrarla. ¿Pero qué haría con los zapatos? Ya no podía llevar los mismos que
hoy y si mi hermana se daba cuenta con seguridad tendría un problema. Llegué a la casa preocupada por los zapatos
sin darme cuenta que ahí tendría un contrariedad mayor: Mi hermano.
Mi hermano,
estudiaba mucho, pero también renegaba mucho.
Ya estaba en último año de Medicina y no le daba mucho tiempo para venir
a cenar a casa, por lo que debíamos tener todo listo para su llegada. Hoy entre mis cavilaciones futuras, me había
olvidado de dejársela servida. Llegué y
lo encontré furioso, me dijo que si estas cosas se repetían no volvería a la
Universidad pues las mujeres estábamos hechas para atender a los hombres y no
para andar pensando idioteces. Me dolió
en el alma, tenía que ser más cuidadosa, si no
mis planes no prosperarían. Así
que le serví rápidamente y me marché a mi habitación para pensar en los días
futuros.
Sentada en mi
cama, repasé todo lo acontecido y tengo que decirte que me habías impactado,
había algo en ti que sorprendía, ese algo que a mí me faltaba, en primer lugar
tu seguridad para hacer las cosas, pero lo que más me había impresionado es que
se te veía feliz, se veía que lo tenías todo.
Por tu ropa se notaba que no tenías problemas económicos, tampoco es que
te vistieras para llamar la atención, pero se veía tu ropa nueva y bien
planchada ¿también tendrías que levantarte temprano para plancharla? No lo
creo. Me impactó también que al salir de
la Universidad tu padre te estaba esperando en su carro. Subiste y lo saludaste con tanto cariño que
seguramente tendrás una familia unida. A
partir de mañana descubriría
quien eras y que hacías… pero hoy mejor pensar qué me pongo mañana, se me había
ocurrido pintar la mancha del jean con lapicero azul, hice una pequeña prueba
¡Y funcionó! Dormí feliz.
Me levanté
angustiada, ¡no había solucionado el tema de los zapatos!, ni modo busqué betún
y traté de disimular las imperfecciones de mis zapatos negros, felizmente creo
que todo salió bien, sin embargo, nuevamente llegué tarde a servir el desayuno
a mi hermano, él estaba furioso, pero mi madre afortunadamente había logrado
palear la situación. Cuando mi hermano
se fue, ella se sentó a mi lado y me dijo: “No
te apresures, toma las cosas con calma, sé lo que deseas y eso no llegará sino
hasta que tenga que llegar.” La
abracé, no es una cosa que yo hacía a menudo pero lo hice y me reconfortó.
Al llegar a la
Universidad, noté que tres de las muchachas con las que habíamos formado grupo
estaban sentadas juntas, entre ellas estabas tú, me miraste y me dijiste: “Ven que te hemos guardado sitio”. Me gustó tu actitud y me di cuenta que
seríamos amigas y así fue durante muchos años.
Nuestras vidas se habían cruzado y permanecerían unidas hasta hoy que
has partido.
El semestre
siguió su curso, tú y yo teníamos empatía y habíamos decidido estudiar juntas
unas horas cada día al terminar el horario universitario. Al llegar los exámenes parciales me sentía
segura, sabía que poniéndole un poco más de esfuerzo no me iría mal y así fue,
pero hubo algo que me incomodó: ¡en ningún curso pude sacar mejor nota que
tú¡ Esta situación lamentablemente se
repitió durante todo el tiempo que permanecí en la Universidad ¿qué hacías para
sacar mejor calificación?... no lo sé, pero me molestaba tremendamente. Luché por que la situación se revirtiera pero
no lo logré. Poco a poco empecé a sentir una gran rivalidad, por supuesto no
era algo que yo debía demostrar pero era un sentimiento que me estaba
carcomiendo y a veces no me dejaba dormir.
Intenté olvidar pero cada semestre, cada examen acrecentaba mi
cólera. A ti por el contrario parecía
que ni te interesaba, ni siquiera te dabas por aludida viendo que eras quizá la
mejor del salón, llegué a pensar que la Universidad no te interesaba, así que
un buen día te pregunté la razón por la que estabas acá, tu respuesta como
siempre me sorprendió, me dijiste simplemente “quiero ser dueña de mi propia vida, quiero mi propia economía”. Éramos completamente distintas en ese
aspecto, no entendía para qué deseabas ser autónoma si era más simple y cómodo
conseguir alguien que lo haga por ti y para ti, pero decidí, como muchas veces,
escucharte y callarme.
****
El PRIMER Amor
Repentinamente escucho: “Hazte más allá, deja a las verdaderas amigas estar acá”, era Carla,
tu amiga de la infancia, tu amiga del colegio. Me dio un ligero empujón y se
puso delante del vidrio que te cubría.
No quise demostrar mi incomodidad.
Antonio estaba conversando con tu esposo, estaba más tranquilo, por lo que
yo también podía estarlo. Decidí dar un paso hacia atrás y nuevamente los
recuerdos me asaltaron.
Estaba por empezar
el segundo semestre universitario, un día me llamaste y dijiste: “Sabes, habrá una fiesta en la casa de una
amiga, cada uno de los invitados puede
traer a alguien, ¿te animas a venir conmigo?”. Traté de no demostrar mi alegría y te dije
fríamente que sí. La fiesta era ese fin
de semana y yo tenía muy poco tiempo para agenciarme del atuendo, así que al
día siguiente volví, esta vez temerosa de que alguien me viera, a mi “tienda de
reciclaje” como me gustaba llamarla.
Encontré una linda falda a cuadros con tablones, además de marca, estaba
en muy buen estado, no lo pensé dos veces y la compré. Pasé el resto de la
semana planificando no sólo qué ponerme sino cómo comportarme.
Quedamos que
me recogerías a las 8 de la noche, estaba ansiosa, revisé mi atuendo mil y una
veces, estaba perfecto, me sentía realmente feliz, era una magnífica
oportunidad para mis fines. Llegamos
8.30 a la fiesta, nos llevó tu
papá. Bajamos y atravesamos un jardín
enorme muy bien cuidado, llegamos a la puerta principal entramos a un recibidor
donde un mozo guardó nuestros abrigos y seguimos de largo. Mientras caminábamos
pude observar lo hermosa que era la casa.
No era una casa moderna, todo lo contrario era una casa antigua pero muy
bien conservada, tenía unos salones de techo alto y unas escaleras largas de madera
pura. Tratando de no mostrar asombro, te
seguí en búsqueda de la anfitriona: Carla.
Me presentaste pero pude ver claramente que no le gusté, me miró de pies
a cabeza y me dijo: “¡linda tu faldita!,
mi madre me trajo una igual de Miami pero la boté, esos cuadros realmente
engordan” Deseé que la tierra se abriera y me tragara pero no podía dejar
que me humillen por lo que le contesté fríamente: “felizmente soy lo suficientemente delgada para ponérmela”. Trataste de manejar la incómoda situación y
me sacaste de ahí, fuimos al comedor que tenía una larga mesa repleta de comida. Te acercaste al mozo y pediste dos tragos
para nosotras. Nos unimos a otro grupo
de muchachas y empecé a sentirme extraña.
Debía olvidar el episodio, sino el resto de la noche sería terrible,
debía olvidarlo pero antes debía sacar una conclusión: Mi relación con la
tienda de reciclaje había terminado. No
correría el riesgo de que me descubran y menos que me vuelvan a humillar.
La música
empezó a sonar y se acercaron varios muchachos, noté que había uno que te
prestaba especial interés, Antonio. Me lo presentaste pero casi ni me miró, desde
que llegó no se alejó de ti ni un minuto. Pude ver tu preocupación por no dejarme
sola, pero decidí no molestarte. Fui al baño, me demoré un buen tiempo para
pasar el rato, esto estaba bastante aburrido para mí. Al regresar opté por dar
una vuelta por la mesa buscando algo que me apeteciera, estaba distraída cuando
una voz masculina me dijo: ¿tú también
estás sola? Era un muchacho alto y delgado que me miraba sonriente. Su ropa
era fina y a diferencia de la mayoría de chicos, no llevaba jeanes. Me pidió bailar, un poco temerosa acepté, él bailaba
realmente bien con lo que empecé a sentirme cómoda. Bailamos y conversamos el
resto de la noche, se llamaba Gonzalo, me contó que era de Lima, que había
venido de vacaciones, este año era el último de la Universidad y después de
graduarse se marcharía a Estados Unidos a hacer una Maestría. Estábamos conversando amenamente cuando
apareciste tú con Antonio, saludaste como si lo conocieras desde hace mucho
tiempo y me dijiste: “es el primo de
Carla” ¿Primo de Carla? No, no podía
ser que alguien tan simpático sea justamente el primo de Carla. No sé si para bien o para mal nos avisaron
que tu hermano había llegado a recogernos.
Me despedí de él con un beso en la mejilla y deseé volver a verlo, pero
era imposible, mañana se marcharía.
Nos despedimos
de la anfitriona que esta vez sólo me miró displicente y Antonio nos acompañó
hasta el auto. Estuve callada durante
el trayecto, al llegar a mi casa estaba muy cansada para hacer una evaluación
de lo vivido, así que me acosté y preferí dormir pensando en la simpática
sonrisa que había conocido esa noche.
****
El Deseo
Se me acerca Maya, una amiga común de la universidad
y me dice: “ven, vamos a rezar”. Mientras me alejo hacia las sillas siento la
imperiosa necesidad de volver a tu lado, pero me controlo y accedo. Antonio me
mira pero prefiere quedarse con sus hijos, estoy muy distraída para
enojarme. Empieza el rezo y no puedo
concentrarme, veo a Maya y viajo al pasado.
Era cumpleaños
de Maya y nos invitó a su casa, estábamos las seis amigas que nos habíamos
vuelto inseparables en esas épocas universitarias. Después de cantar el infaltable “Cumpleaños
Feliz”, Maya sacó una botella de vino de la cosecha de su padre y nos dijo: “juguemos Trivial, la que pierde, toma”. Nos pareció divertido jugar a responder las
preguntas que plantea el juego y nos lanzamos a jugar, no sé cuantas preguntas
acertaste pero estoy segura que yo no hice honor a mi primer puesto escolar: Me
equivoqué en muchas respuestas por lo que mucho también fue el vino que
tomé. Nuestro estado era preocupante por
lo que decidiste llamar a tu hermano para que nos recogiera. La verdad ninguna
de las seis estaba bien, todas habíamos tomado de más pero al parecer yo era la
peor.
De camino a mi
casa, tu hermano tomó la precaución de comprarnos algo para el dolor de cabeza
que probablemente tendríamos un unas cuantas horas. Estacionó el carro y bajó, mientras se alejaba a la farmacia por primera
vez lo miré con atención. Tenía unos
cuatro años más que nosotras, no era muy alto pero sí lo suficiente para ser
atractivo, tenía hombros fuertes, al
igual que tú sus ojos eran grandes y negros.
Vestía muy bien, olía mucho mejor y demostraba la misma seguridad que
tú. Al verlo regresar una extraña corriente
corrió por mi cuerpo, cerré los ojos y respiré.
Me sentía muy rara pero tenía que controlarme y lo mejor era estar
callada, permanecí así hasta que llegué a mi casa.
Bajé del auto
con un poco de dificultad, me despedí de ti, te dije “cuídate esa tos” – no habías parado de toser en todo el camino. Él,
como todo un caballero, bajó a acompañarme hasta la puerta de mi casa, me
preguntó “¿estás bien?”, asentí y le
agradecí haberme traído. Se acercó a mí
y me dio un beso de despedida en la mejilla, cerré los ojos, sentí su colonia, era fina y varonil, la
corriente volvió a recorrer mi cuerpo, entré a mi casa apresurada, subí a mi
cuarto sin ni siquiera saludar. Ingresé
a mi habitación, prendí la lámpara, estaba sola felizmente, mi hermana estaba
de novia y salía con frecuencia. Al
quitarme la ropa casualmente rocé mi vientre desnudo con mi mano, sentí algo
extraño, pero me atraía de esta nueva sensación. Me saqué la blusa y sentí mis pezones duros,
me asusté y me puse rápidamente el pijama, pero la corriente seguía a flor de
piel. Traté de evitar la sensación
pensando en otra cosa, noté que me dolía
la cabeza, tenía sed, me puse las pantuflas bajé lentamente a la cocina, en el
camino encontré a mis padres viendo
televisión, los saludé evitando que me vieran y rápidamente tomé una jarra de
agua y la subí a mi habitación.
Sentí frío, me metí a la cama y decidí dormir. Apagué la lámpara pero en la oscuridad la
escena de tu hermano apareció, mi mente volaba, imaginé su figura sin camisa, tenía
un pecho fuerte, la corriente volvió a mi cuerpo y asustada me levanté, miré
por la ventana, tomé agua y respiré. Algo andaba mal conmigo, esta sensación no
la conocía, todo era nuevo para mí y me asustaba, percibí que estaba caliente, quizá
tenía fiebre, quizá me había resfriado y el vino me había chocado. Me
tranquilicé.
Me recosté
nuevamente pero no podía dormir, mi cabeza era un torbellino, la figura de tu
hermano aparecía nuevamente podía sentir su colonia tan varonil. Toqué mi
vientre y mi atención volvió a fijarse en mis pezones, estaban duros y
erguidos, nunca antes había tenido una sensación así. Dí varias vueltas en la cama sin resultados.
Me di por vencida y decidí abandonarme a mis instintos. Acaricié mis senos, me
detuve en los pezones y tuve una grata sensación, tu hermano aparecía una y
otra vez en mi pensamiento, imaginé su dorso desnudo, su espalda fuerte. Deslicé mi mano por mis muslos yo era un
cúmulo de electricidad en ese momento, me estremecía. Hurgué entre mis piernas, sentí como mi mano
se mojaba con el líquido que brotaba de mis entrañas, desbordaba de placer… tu
hermano volvía a mí y me abrazaba….
Mientras mi mano izquierda acariciaba mis senos, la derecha hacía su
trabajo entre mis piernas, cada fibra de mi piel vibraba al explorarme. Sin
pensarlo descubrí un pequeño punto que me hizo estremecer desde la punta del
cabello hasta la punta de los pies, ¡qué delicia!. Volvía tu hermano, sentía su
olor, lo imaginaba besándome y mordiendo
mis pezones una y otra vez, su olor… mi instinto me pedía acelerar el
movimiento de mi mano hasta volverse constante y frenético, impulsivamente apreté
mis piernas y de un golpe una poderosa sensación cubrió todo mi cuerpo,
descargué cientos, miles, millones de cargas eléctricas al unísono y quedé exhausta,
jadeante, sudorosa tendida en mi cama y por fin me dormí.
Desperté
temprano ¿qué había pasado esa noche?, en mi cabeza sonaba la voz de la Hermana
Sofía diciendo: “mis niñas, el cuerpo es sagrado, tocarse es
pecado mortal. Si lo hacen, se irán al
infierno”. Pobre Hermana, su niña
había pecado y estaba dispuesta a irse al infierno sin ningún remordimiento. Lo único que me inquietaba era pensar cómo
sería volver a ver a tu hermano, habíamos tenido una relación sexual y él ni lo
imaginaba ¿o quizá si? No importa, yo lo
había disfrutado y había descubierto que los hombres pueden servir aún cuando
sólo estén en el pensamiento. Pasé un
buen rato en mi cama repasando mentalmente cada uno de los momentos vividos la
noche anterior. Algo había cambiado definitivamente en mí.
Tomé
conciencia de la existencia de mi hermana, la busqué con la mirada y me fijé en
que dormía profundamente. Me acordé de ti, miré el reloj, decidí llamarte, me
contestó tu mamá, estabas dormida porque habías pasado una noche pésima, al
parecer eras alérgica y los bronquios se te habían cerrado, tuvieron que
llevarte a la clínica y te nebulizaron. Mientras
oía la voz de tu madre, me dí cuenta que yo estaba sonriendo, indudablemente algo
de satisfacción había en saber que mientras tú padecías, yo disfrutaba como
nunca antes en mi vida. Brindé con lo
que encontré a mano, un vaso agua y me dije: “Esto se tendrá que repetir. ¡Si me iré al infierno por pecadora,
pecaré mil veces más!”
****
El Matrimonio de mi
hermana.
El rezo había terminado, deseé acercarme a ti pero
no era prudente, había mucha gente esperando verte. Me quedé con Maya y las amigas
universitarias, de pronto llamó mi atención una conversación que se
desarrollaba a mi espalda. Un grupo de
amigos tuyos conversaban con el menor de
tus hijos, resulta que habías pedido hace uno buen tiempo que si morías te enterraran con tu perro y
así lo habían hecho. ¡Caprichosa hasta
para morir! Sabía de tu afición por los
gatos pero eso de los perros había nacido mucho después.
Cuando te
conocí “Ludwig” era un gato adulto, mimado y dormilón. Era muy ñato y con inmensos ojos verdes,
blanco como la nieve, su pelaje era largo, sedoso y tú te esmerabas en cuidarlo diariamente. Gato como el tuyo no había otro en todo el
país, era el único con “full pedigrí” y tenía hasta certificado de propiedad.
Dadas sus características, varias personas te llamaban para pedírtelo como
novio de sus gatitas pero te negabas rotundamente pues considerabas que no
cualquier plebeya era digna de él; sin embargo, en esa oportunidad habías
cedido. La mamá de Gonzalo te lo había solicitado para preñar a su “Bebita” que
estaba en celo. Gonzalo viajó hasta acá
trayendo a la “Bebita” en sus mejores días de amores. Como tú estabas enferma, me pediste acompañar
a Ludwig para que se hiciera una inseminación artificial. Te aterraba que una gata pudiera dañarlo así
que dejaste en manos de su veterinario este procedimiento que prefiero no
describir.
Mientras
Gonzalo y yo esperábamos en la veterinaria aprovechamos el momento para
continuar con la charla que había quedado trunca en la fiesta en la que nos
conocimos. Me contó que pensaba
especializarse en Comercio Internacional y que estaba muy entusiasmado con
seguir sus estudios en el extranjero, inclusive ya se había contactado con una
Universidad en Utah que le podía abrir las puertas a un deportista destacado
como él. Yo no lo sabía pero él era un gran
ajedrecista. Además me enteré que había
estudiado en un colegio jesuita de primer nivel, hablaba tres idiomas y era muy
católico igual que toda su familia.
Salió el
veterinario y nos informó que podíamos irnos, Gonzalo pagó la cuenta y
regresamos a tu casa. En cuanto llegamos,
saliste a recibir a “Ludwig”, me agradeciste y mientras lo acariciabas y
besabas, te observaba. Tenías fiebre y
no se te veía bien, así que preferí retirarme.
Gonzalo me dijo: “si me acompañas
a dejar a “Bebita”, te llevo a tu casa”. Asentí y salimos.
Llegamos a la
casa de su prima, donde él se alojaba, atendimos a la gata y mientras
conversábamos amenamente, apareció Carla, venía del gimnasio, saludó a Gonzalo
efusivamente y volteó a verme diciendo: “ah,
eres tú, la de la faldita…”, miró a su primo y le dijo: “Darling, si sigues mezclándote con chicas de
barrio con seguridad terminarás oliendo a ruda igual que sus casas”, le dio
un beso y se marchó sin mirarme. La
odié. Pobre Gonzalo, no sabía qué hacer,
se disculpó avergonzado, guardó a la gata rápidamente en su caja y salimos
rumbo a mi casa. Durante el trayecto estuvimos
callados, mientras en silencio me preguntaba ¿mi casa huele a ruda?, es cierto
que mi madre todos los días pone ruda detrás de la puerta, ¿pero de allí a que
oliera a ruda?, no lo sé pero me quedé intrigada. Conteniendo mi indignación, cambié
abruptamente de pensamiento, ese fin de semana mi hermana se casaba y me
gustaba la idea de estar ahí con Gonzalo, el muchacho era realmente divertido y
calzaba perfectamente en el perfil de hombre que a mí me interesaba. Así que insistí en invitarlo.
El día había
llegado, mi hermana estaba radiante, feliz, su vestido era hermoso, largo y con
un escote profundo. Mi madre se había
asegurado de planificar todos los detalles para hacernos parecer una familia
acomodada. Horas antes, mientras mi
hermana hacía su maleta, me abrazó y me dijo: “cuando encuentres al indicado sólo dile a mamá, ella sabrá qué hacer
para que tú también seas feliz”. No presté
atención a sus palabras, yo estaba contenta pensando que en a partir de ese
momento la habitación sería totalmente mía y podría experimentar nuevas
sensaciones sin miedo a que alguien irrumpiese.
Los ajetreos
empezaron temprano, las flores de la iglesia, los bocaditos, el grupo musical,
todos llegaban y me perturbaban. Mi
hermano era el designado para dirigir a los mozos que habíamos contratado, ese
día las mujeres de la casa nos habíamos dedicado a acicalarnos. Yo estaba muy entusiasmada con mi vestido
nuevo, era el primer vestido que compraba con mi propio dinero y sobre todo
totalmente de estreno. Desde el
incidente con Carla yo había empezado a hornear secretamente galletas y las
vendía en los supermercados con lo que podía agenciarme de dinero para mis
gastos. Miré mi vestido nuevamente y
disfruté que hubiera llegado el momento de ponérmelo ¡Era tan lindo! Cuando
terminé de vestirme, me miré al espejo y noté cuanto este ceñido vestido rojo destacaba
mi delgada cintura. Cuando me puse los tacones sentí que era una verdadera diva. Una diva que estaba lista para recibir a su
galán.
Sonó el
timbre, era Gonzalo, estaba realmente guapo vestido con un terno marrón que
hacía juego con sus ojos. Olía delicioso. Pedí al mozo un whisky para él y noté
que me miraba con interés, charlábamos de banalidades y a los pocos minutos
llegaste tú acompañada de Antonio. Todos
estábamos elegantes, glamorosos, no me fijé mucho en Antonio pero tú tenías un vestido turquesa que te quedaba muy
bien y yo me preguntaba ¿cómo diablos puede quedarle bien un color así a una
morena?, no lo sé pero siempre las cosas te salían bien. En esta oportunidad quise olvidar mis
resentimientos y disfrutar que todos éramos dignos de una fotografía en las
mejores páginas de sociales.
Terminada la
ceremonia religiosa, mis padres habían organizado una fiesta para mi hermana y
su esposo en un local cercano a mi casa. Los cuatro lo estábamos disfrutando, estábamos
roncos de tanto cantar a viva voz todas las canciones del momento, bailamos
tanto que tú y yo decidimos quitarnos los tacones y seguir descalzas, pese a
que la concurrencia nos mirara asombrada por esa actitud.
Todo había
sido perfecto, pero amanecía y deseaba escuchar de Gonzalo una señal de interés,
estaba pensando que no llegaría cuando John Lenon empezó a sonar. Entonces, me tomó dulcemente entre sus brazos
y me dijo al oído: “¿quieres ser mi
enamorada?”. Yo había ensayado miles
de veces la respuesta pero, cuando lo escuché, me sobrecogí. Me controlé y sin perder la cabeza, me hice
la difícil, le dije que no sabía como manejar una relación a la distancia y
juró escribirme una carta todos los días hasta que volviera. Lo cumplió durante veinte meses y 10 días que
duró, salvo aquellos periodos en que pudimos vernos, su ausencia.
****
los primeros
pecadillos.
Esta ciudad sí que es pequeña, entre la multitud
identifiqué a Juanjo un amigo Médico de mi hermano. Me sorprendí de encontrarlo en tu velorio ¿lo
conocías? ¿Hace cuánto? ¿Dónde lo habrías conocido? ¿Sabría que tú y yo
habíamos sido amigas y te había comentado algo de lo ocurrido? En fin ahora
todo era cosa del pasado, pasado que hoy volvía a mi mente sin dejarme
descansar.
En ese tiempo
mi hermana ya estaba casada y no vivía en casa, por lo que yo además de servir
la comida a mi hermano, tenía que asear su habitación. Un día arreglando sus libros universitarios
hallé unas revistas con pornografía. No
pude contenerme y las revisé una a una con una voracidad que desconocía. Decidí que a partir de ese momento mi
quehacer más importante era limpiar esa habitación. Miré tanto y tantas veces esas revistas que logré aprender cada una de
las escenas prácticamente de memoria. Cada
vez estaba más excitada y deseaba poner en práctica las cosas aprendidas en mis
horas de lectura pero el problema es que no tenía con quien. Gonzalo, además de estar lejos, era muy
católico, discrepaba con el aborto, la eutanasia y estaba totalmente convencido
de que las mujeres debíamos permanecer vírgenes hasta el matrimonio. Por mi parte, tras algún tiempo de tener mis “encuentros
íntimos”, estaba aburrida y deseaba conocer a un hombre de verdad. En su última visita, traté de provocarlo
sutilmente en diversas ocasiones pero era imposible, a pesar de mis besos
apasionados, Gonzalo se mantenía firme en sus convicciones y me daba temor
insistir.
Así que una
noche, sola en mi cuarto, ideé la manera de que ambos estuviéramos satisfechos
con nuestros deseos y necesidades. Tomé
la decisión de complacerme y buscar a alguien para ello. Hice un recuento de
mis amistades masculinas, Jaime, Rodrigo, etc… no ninguno, quizá Pablo o
Ramiro, tampoco, todos son peligrosos, además los hombres no son confiables y
podían mencionar algo a Gonzalo o deslizar malos comentarios en grupo con lo
que mi reputación se vería afectada y mis planes futuros se vendrían abajo. Ni
hablar, debía buscar a alguien que sea totalmente ajeno a los grupos que yo
frecuentaba y que pudiera guardar la discreción. ¿Quizá un vecino casado? ¿Y si
tiento al cartero?, ajj, muy viejo….no sé, lo pensaré tranquilamente.
Una tarde de
sábado, sonó el timbre de mi casa, abrí la puerta y apareció frente a mí un
muchacho moreno pero guapo, algo robusto para mi gusto pero aceptable. A pesar de su vestimenta futbolera se le veía
atractivo. Me miró y me dijo: “Hola, soy Juanjo y vengo a buscar a tu
hermano para una pichanguita.”. Así
descubrí quien sería el elegido para saciar mis curiosidades. Al siguiente sábado me arreglé
provocativamente, me puse un pequeño short y un apretado polo que estaba
desgastado, me recogí el pelo descuidadamente y cuando le abrí la puerta le
dije: “disculpa, estaba limpiando, por
eso me encuentras en estas fachas”. Pude ver su mirada libidinosa y me
alegré. Yo tenía tiempo por delante pues
Gonzalo no vendría sino hasta el verano y para eso faltaban varios meses aún,
no debía apurarme si quería que las cosas salgan bien.
Tenía un plan
cuidadosamente elaborado pero uno de esos sábados, sucedió algo inesperado, mi
hermano no iría a la pichanguita sabatina, tenía otros planes y me pidió que se
lo informara a Juanjo cuando viniera. Yo
casi no podía contener mi excitación.
Mi madre como todos los sábados había ido a visitar a una tía enferma y
mi padre salía con sus amigos, así que tenía la casa para mí y mis
intenciones. Llegó Juanjo, le informé lo
sucedido y lo invité a pasar para tomar un refresco, accedió mientras me miraba
con ojos pecaminosos. A propósito, había cambiado mi short de todos los sábados
por una pequeña falda de algodón, además había omitido deliberadamente ponerme brassier
y mis pezones se veían sugestivamente a través del polo que de por sí era
bastante escotado. Tenía que asegurarme de obtener lo que buscaba y no quería
perder más tiempo. Al entrar a la casa, Juanjo
se frotó los ojos, cosa que me causó gracia. Como lo había planificado momentos
antes, lo ubiqué en un sillón de la sala que miraba a la puerta de la cocina,
lo miré fijamente y le dije: “siéntate
que ya vengo”. Dí vuelta rápidamente con lo que el vuelo de mi falta dejó
ver mis muslos desnudos y al ir hacia la
cocina me agaché frente a él para recoger un arete que “casualmente” se me
había caído, imaginé su cara, sonreí y seguí sin voltear hacia la cocina. Preparé rápidamente un refresco, se lo traje
y me senté a su lado. Conversamos
algunas trivialidades, me solté el pelo en forma sugerente y tomé la iniciativa diciéndole: ¿sabes qué quiero, no? se acercó a mí,
me besó en la boca y siguió con mi cuello, me encantó esa sensación y le pedí
más. Levantó mi polo, acarició mi
espalda y me tocó los senos mientras que yo jugaba con mi lengua en su oído,
sentí que se estremecía pero cuando las cosas se ponían más interesantes
escuché que la puerta principal se abría, era mi padre que había decidido
regresar a casa. Acomodé mi ropa
rápidamente y me senté en el sillón del frente, Juanjo hizo lo propio pero
había algo en su pantalón deportivo que lo delataba, le aventé un cojín para
que se lo pusiera encima y disimular. Mi
padre nos saludó al pasar por la sala, me dijo secamente, “ve a vestirte más decentemente”.
Nos quedamos
un momento más para bajar la temperatura, decidí aplicar mi plan original, y le dije ¿Juanjo,
vamos el lunes al cine?, perfecto pasaría por mí a las 3 de la tarde justo
antes de la matinée. No iría ese día a
la Universidad pero eso importaba muy poco en este momento. Lo importante era
que en mis planes el cine debía tener palcos, así podíamos estar más cómodos y
a solas, me hubiera gustado una película romántica pero tuve que resignarme con
“La Profecía II”, no me importó mucho pues mi intención estaba muy lejos de dedicarme
a ver esa película.
Lo esperé
bastante excitada pues pasé todo el domingo y el lunes en la mañana en compañía
de “mis” revistas. Busqué un atuendo
propicio que sea rápido de sacar y poner y que a la vez sea sexy pero no
descarado. Cuando llegó, me dijo al oído:
“Estás buenísima”. Sus palabras me
excitaron más, pero tenía que estar ecuánime, no podía perder la cabeza y arruinar
mi futuro con Gonzalo, así que tenía que ser cauta.
Llegamos al
cine, estaba ansiosa, él se había perfumado y acicalado, lo encontré más atractivo
que en anteriores oportunidades. La luz
se apagó y la película empezó, transcurrió un rato largo, sorprendentemente
Juanjo no daba señales de querer tener algo conmigo. Lo poco que pude ver de la película era
realmente aterrador, pero el miedo me excitó mucho más. Volteé y le dije: “qué calor”, me miró y aproveché para abrir un botón más de mi
blusa y me levanté el pelo con una mano y con la otra acaricié mi cuello. Pasó
su brazo por mi hombro y me acercó a él, el ruido de la película era
ensordecedor lo que nos alejaba de ser percibidos por algún otro espectador. Era un palco para cuatro, Juanjo había comprado todos los asientos así
que era improbable que alguien nos interrumpiera. Nos besamos apasionadamente y cuando decidí
que debíamos avanzar empujé sutilmente su cara sobre mi pecho, los botones de
mi blusa estaban suficientemente abiertos para que él pudiera hacer su
trabajo. Pasó su lengua suavemente entre
mis senos y con sus manos abrió totalmente mi blusa. Levanté su camisa y le acaricié la espalda,
clavé mis uñas bruscamente en sus músculos fuertes y noté que le gustaba, me
quitó la blusa y me dejó desnuda, mientras me besaba el pecho sentí su mano
debajo de mi falda, me estremecí. Las
sillas nos incomodaban así que entre besos y caricias ocupamos un rincón en el
suelo. Le abrí el pantalón, estaba
nerviosa, era la primera vez que vería un pene de verdad, que lo podría tocar,
me excité más y dejé que Juanjo me recorriera con su boca. Más rápido de lo que
esperaba había llegado el momento de contenerme, no podía dejar que las cosas
vayan a más y le dije: “soy virgen”,
no me hizo caso y siguió besándome, él estaba en aquel punto que para los
hombres ya no hay regreso, actuaba como su instinto le permitía. Respiré profundamente buscando la ecuanimidad,
no podía dejar que me penetrara, así que apliqué algo de lo que había visto en
las revistas, tomé su pene entre mis manos, lo acaricié y acerqué mi lengua a
él. Lo besé, jugué con él dentro de mi boca, no paré hasta
que él hubiera terminado. Juanjo se quedó tendido en el suelo y me dijo. “eres
fantástica”. Sentí satisfacción pero
también desazón, yo no había podido disfrutar hasta el final así que me vestí y
salí rumbo al baño, cerré la puerta y dí rienda suelta a mi mano mientras
imaginaba una y otra vez la deliciosa sensación que había tenido hacía unos
instantes. La electricidad no tardó
mucho en estallar tan fuerte que tuve que esperar un buen rato para calmar mi
jadeo y mis temblores. Me sentí
complacida con esa tarde de placer y lo mejor era que mi virginidad seguía intacta, esperando por
Gonzalo. Salí del baño, me lavé las manos, me arreglé la blusa y el pelo y antes
de regresar al palco compré dos chocolates. Juanjo me esperaba totalmente
vestido, me senté a su lado, me abrazó y me quedé quieta absorta en lo que
había pasado.
Al llegar a mi
casa, me sentí insegura, me acordé de la Universidad y te llamé por teléfono, me pusiste al día
con nuestras obligaciones para la semana, y mencionaste que habías estado
preocupada por mí. No quise darte mayor
explicación así que te pregunté por tu fin de semana, habías ido a montar
caballo junto a tu hermano. Antonio los
había acompañado. Te escuché por un
momento más y me despedí. Conversar
contigo me dio la seguridad que necesitaba para tomar medidas en mi vida,
decidí que hoy había jugado un juego peligroso que no debía repetir, no estaba
segura de mi fortaleza para poner freno en el momento indicado y no quería
arriesgar mi futuro mucho menos con alguien como Juanjo que no tenía nada de lo
que yo buscaba, para ofrecerme.
Subí a mi
habitación y encontré la carta diaria de Gonzalo, la abrí sin muchas ganas y leí
que me extrañaba, contaba los días para volver a verme. Era la primera vez que yo no contestaría esa
carta a tiempo. Sin pensar en más me quedé dormida vestida sobre mi cama.
****
LAS Decisiones
Drásticas
Estoy bastante incómoda, noto que Antonio se acerca
a verte y no contiene las lágrimas, llora en silencio, pero llora. Tu hijo se aproxima a él y lo abraza. Molesta me acerco y le digo al oído que está
haciendo el ridículo en público. Le tomo
la mano y salimos al jardín del Velatorio.
Nos quedamos callados. Se acerca tu yerno, ¡es tan joven! Hacía poco que
tu hija se había casado. Los recuerdos
me asaltan nuevamente.
En las
vacaciones de medio año, Gonzalo no vino a verme debido a que había participado
en un campeonato sudamericano de ajedrez en Brasil. Se había preparado bastante bien, pues su
ingreso a la Universidad de Utah dependía del éxito que alcanzara. Me contó que
no le fue fácil, tuvo que jugar varias partidas pero lo logró y obtuvo el
Campeonato Sudamericano. Le hice saber
mi alegría pero definitivamente esto arruinaba mis planes, así que tuve que
pensar rápidamente en lo que debía hacer para cumplirlos.
Lo mejor sería
embarazarme, pero con las convicciones de Gonzalo era imposible, dí muchas
vueltas, pensé en muchas cosas, algunas hasta absurdas. Pasé varios meses pensando y pensado,
mientras que él en sus cartas cada vez mostraba más interés con el viaje que
haría el próximo año. Llegó diciembre,
el semestre estaba por terminar y quizá sería el último verano que vería a
Gonzalo antes de que partiera más lejos aún, a Estados Unidos, donde
seguramente se olvidaría de mí y perdería mi gran oportunidad.
Un día
arreglando la ropa de mi armario, repentinamente recordé las palabras de mi
hermana: “cuando encuentres al indicado
sólo dile a mamá…”, había encontrado al hombre indicado, guapo, de buena
familia, responsable y sobre todo con dinero suficiente para mantenerme ¿qué
más podía yo pedir? ¡Era tiempo de hablar con mi madre! Bajé rápidamente las gradas y la encontré en
la cocina, cuando le pedí su ayuda, apagó la hornilla, me abrazó y me invitó a
sentarme con ella alrededor de la mesa de diario. Me miró con dulzura y me preguntó
calmadamente ¿estás segura de lo que me
estás pidiendo?, me parecía innecesario, pero le comenté lo que deseaba
para mi futuro, le hablé de Gonzalo, a quien ella ya conocía. Suspiró y me
dijo: “está bien, haré una cita”. Quise que me dijera más, pero se negó y
terminó la conversación diciendo “todo a
su tiempo, pequeña. Todo a su tiempo”.
Al día
siguiente, mientras servíamos el desayuno, me dijo, “iremos a las dos de la tarde”.
¿A dónde iríamos?, bueno, no
importaba, lo interesante era que me ayudaría.
Salimos puntualmente, tomamos un bus hacia las afueras de la ciudad, después
de bajarnos en el paradero aún debimos caminar varias cuadras para llegar a
nuestro destino. El sitio no me gustó,
era una zona precaria de la ciudad, puedo decir que hasta sentí un poco de
miedo de andar por allí.
Mi madre no
era de acá, ella era inmigrante de la selva del país. Había venido muy pequeña con sus padres y sus
siete hermanos a buscar un mejor futuro en la ciudad, lo que encontró fue a mi
padre, un nieto de ingleses, que poco le gustaba hablar. Mi madre siempre me dijo que su presente era
mejor que el que hubiera tenido si se quedaba en su pueblo natal. Nunca he querido escuchar su historia pero constantemente
la oía decir, a mi hermana y a mí, que debíamos buscar mejores condiciones que
la que ella y papá nos habían brindado.
Mi hermana lo había logrado y yo estaba a punto de superarla.
Tocamos la
puerta, salió un niño mugriento, nos miró y nos preguntó bruscamente “¿a quien busca?”. “A Inchipilla”, contestó mi madre. Esperamos unos minutos y salió una mujer
menuda, delgada, de cara redonda y nariz achatada, miró a mi madre y dijo: “¿esta es tu ñaña?”, nos invitó a
pasar. Mi madre prefirió esperar afuera, la miré sorprendida y me sonrió. Entré
a una salita pequeña y desaseada. Inchipilla
me dijo que mi madre le había explicado que debía hacer “un trabajito” para que
un muchacho no se me vaya y que para eso era infalible darle “agüita de poto”. No
podía contener mi cara de asombro, mientas que aquella mujer me pedía que le
trajera una truza roja, que hubiera usado por lo menos dos días seguidos, si
era “en mis días de cuidado mejor”.
Además me pedía unos cuantos vellos púbicos “de lo más cerca de tu cuevita”.
Por supuesto que hice lo que me pidió. Tuve que volver varias veces,
siempre sola, hasta que por fin me entregó un frasco con un líquido transparente. ¿Qué
hago con esto?, le dije y me explicó.
“está concentraíto, ñañita, tienes
que mezclarlo con harta gaseosita para que él no sienta el saborcito, tres días
seguidos le das y verás. Nunca te dejará,
ñañita”. Me dio asco, pero al
parecer es cierto que en el amor y en la guerra todo vale. Le pagué, me acompañó hasta la puerta, me
detuve y un poco dudosa le dije: “Inchipilla,
necesito algo más”. Le expliqué mi
situación, necesitaba algo “más fuerte”, algo que hiciera sucumbir las ideas de
Gonzalo de no tocarme. Se rió y me dijo
“ñañita, ¡como no dijiste antes! Eso es facilito, tengo unas yerbitas de la
selva poderosas que lo pondrán como un salvaje gato montés. Vente mañana, pero trae platita porque este
costará un poquito más”. Al día siguiente
me dio otro frasquito oscuro con otro líquido y me dijo: “tres días seguidos le das, pero no juntes los dos, puede sentir el
saborcito”
Faltaba poco
para que Gonzalo volviera así que guardé muy bien mis frascos en una caja
dentro de mi armario y esperé, pero las cosas empezaron a malograrse. Recibí una carta en la que me decía que no
era posible que viniera, tenía que dar unos exámenes de inglés para su Maestría
y que como eran de un alto nivel, tenía mucho que estudiar. Me pedía que sea yo la que fuera ¿pero cómo?
¿Dónde iría? Me acordé de ti y de la
casa de tu abuelo en una playa cercana de Lima. Tenía que ver la forma de que este verano me
invitaras a ir y así fue ¡era tan fácil manipularte!
Era febrero y
viajé contigo a la casa de playa donde tú pasabas los veranos. La casa era de tu abuelo, un alemán que a
esta altura de su vida estaba postrado en una silla de ruedas, pero totalmente lúcido. La casa era linda, tenía grandes ventanales
que miraban a la playa, yo estaba en la “zona de los huéspedes”, como la
llamaba tu madre. Eran dos habitaciones,
cada una con dos camas y un baño en el centro que servía a ambas. Habías invitado también a Gonzalo pero él no
podría ir sino sólo una semana hacia el fin de mes, así que pasé varios días
inmersa en tu familia. Tu padre era un
reconocido profesional del medio, profesor universitario que pasaba mucho
tiempo viajando dando conferencias. Tu
madre era una mujer no muy alta, delgada, una mezcla de alemán y latina, con
una nariz preciosa, una nariz que no la he visto ni en muchas reinas de
belleza. Tu hermano ese verano no pudo
acompañarlos pues ya estaba siguiendo los pasos de tu padre, asistiendo a
cursos en el extranjero. El abuelo si
era todo un personaje, calvo con unos ojos celestes chiquitos, que seguro en su
juventud, habían sido la admiración de
más de una. Lo cuidaba la “Nani Alicia”,
como la llamaban, una mujer robusta que había estado con ustedes durante toda
tu vida, a la que querían mucho y trataban como un miembro más de la familia. Por supuesto estaba el infaltable “Ludwig”
que retozaba en los sillones de la sala muerto de calor.
Me gustó ser
parte de tu familia, todo funcionaba con mucha calma y yo deseaba eso para
mí. Sólo hubo un incidente que me
inquietó. Un día tú estabas en la
cocina, habíamos terminado de cenar y casualmente me acerqué a la puerta que te
separaba del comedor y escuché que la Nani Alicia te decía “señorita esa amiga suya no me gusta, ni
siquiera sabe manejar los cubiertos bien”- “¡ay Nani, te pareces a mi mamá y sus cosas de antaño!” –
contestaste. Ella siguió “no es sólo eso señorita, lo que pasa es que
¿ha notado que nunca la mira de frente?, tiene mirada de serpiente. Cuídese por
favor.”. Le diste un beso cariñoso y terminaste la conversación diciendo “Nani, Nani, no te hagas malas ideas, es una
buena chica y yo estaré bien”.
Regresé rápidamente a mi silla y cuando entraste te miré fijamente a los
ojos y sonreí.
El resto de
días fueron de intranquilidad, días en los que yo no dejaba de pensar en Gonzalo
y en nuestro futuro que dependía de este viaje. Así llegó el tan ansiado
viernes. Viernes que llegaba Gonzalo, me acompañaste al pueblo a recogerlo y
los tres fuimos a tomar helados. Antonio
andaba de viaje con sus padres, así que tú estabas sin pareja. Te miraba mientras conversábamos y pensaba
¿cómo diablos me desharé de tu presencia? ¿cómo hago para que nos dejes solos?,
tuve que tranquilizarme pues lo menos que podíamos hacer en estas
circunstancias era compartir contigo un rato.
Antes de que
Gonzalo llegara, yo cuidadosamente, había puesto en los cajones del armario de
su cuarto un par de revistas triple X que llevé expresamente para la
ocasión. Seguro que él pensaría que eran
de tu hermano o de algún otro huésped que las habría olvidado, ¿pero las
revisaría?, ¡no creo que haya hombre que se resistiera! Para seguir con mi plan debía darle los
brebajes, para ello había comprado una
gaseosa personal roja, bastante dulce. Tomé
más de la mitad y le coloqué el tercio del líquido del frasco oscuro. Fui a la sala de estar y esperé a Gonzalo,
cuando apareció hice el ademán de estar tomando la gaseosa y sonriente le dije “¿quieres?”, me agradeció y la tomó sin
sentir ningún sabor. ¡Qué bueno, sólo
faltan dos días y tendré a mi salvaje gato montés!, pensé con malicia.
Transcurrieron
los tres días, cada uno de ellos fui muy cuidadosa para que no se diera cuenta
de que tomaba algo extraño. Desde el
primer día dejé la puerta de mi cuarto sin seguro. Esperaba cada noche que él apareciera, había
ensayado mucho mis reacciones. Pero ni
la primera, ni la segunda y lo peor ni la tercera noche apareció. Estaba
preocupada ¿sería que los brebajes de Inchipilla no funcionaban?, no lo creía.
Había visto como Carlos, el entonces enamorado de mi hermana, repentinamente
cambió su poco interés por un amor que lo llevó a casarse casi de inmediato
¿quizá sólo funcionaba el “aguita de poto”?.
No lo sabía. De todas maneras sólo quedaba esperar y yo siempre fui una
persona de mucha paciencia.
Al cuarto día,
noté que Gonzalo no fue a desayunar a la hora de costumbre. Decidí entrar a ducharme mientras lo
esperaba, no había apuro pues tú habías ido al pueblo con la Nani a comprar ni
sé que cosas para tu abuelo. Me duché
con agua fría para que se me pase la calentura de los pensamientos de los
últimos días, salí de la ducha y puse una toalla en mi pelo. Estaba colocándome la parte inferior de mi
pequeñísimo bikini amarillo y de repente la puerta del baño se abrió. Era Gonzalo que clavó sus ojos en mis pechos
totalmente desnudos y aún mojados. ¡No supe como reaccionar, en mis planes no estaba
esta sorpresa!. Cerró la puerta,
quedándose fuera, con un tembloroso “perdón,
perdón”. Me sentía excitada, deseaba
salir y buscarlo, pedirle que me besara, que me abrazara, pero respiré y retomé
mi condición de “niña buena”. Una vez más tranquila, me puse el corpiño y salí,
aún a medio secar. Toqué a su puerta y
le dije con dulzura “disculpa, fue mi
culpa, debí cerrar bien”. Me hizo pasar.
Noté las revistas en su velador ¡por supuesto que las había estado
viendo! Miré disimuladamente su pantalón
de pijama, era evidente que algo ahí abajo había crecido. ¡Era mi
oportunidad!. Le dí un beso y él me
abrazó, poco a poco la pasión se encendió y una cosa fue llevando a la otra
hasta que me encontré tendida de espaldas en la cama. ¡Debo comportarme como una niña inocente! –
pensé.
Gonzalo a
pesar de su excitación, fue tierno, sus caricias eran suaves, me besó el cuello
y me quitó el diminuto corpiño. Mis
senos estaban ahí esperándolo, los besó con dulzura y prosiguió por mi vientre,
hasta que llegado el momento colocó su erguido miembro entre mis piernas y me
dijo: “trataré de que no te duela” y
empujó. Gemí de dolor y después el
placer... ¡Quería gritar! ¡Quería pedirle más! pero no debía, me mordí los
labios como la niña decente que debía ser y dejé mi cuerpo a su merced. ¡Grandiosa
Inchipilla!- pensé.
Los siguientes
días en la playa fueron maravillosos, dormimos abrazados cada noche. Esperábamos hasta muy tarde para que nadie se
diera cuenta y cuando las luces de la casa se apagaban, Gonzalo venía a meterse
en mi cama, eran noches de mucho amor y pasión. A pesar de mi felicidad mi
cabeza fría no había olvidado el otro frasquito, cuyo líquido le dí cada noche religiosamente
sin que él percibiera su sabor. ¡Todo había salido a la perfección! Ahora sólo
faltaba esperar.
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