domingo, 23 de marzo de 2014

Lorena

Había transcurrido dos años desde que mi mujer me dejó y yo había logrado superar mi soledad perdiéndome entre mi trabajo y miles de libros que durante años había postergado leer.
En aquellos tiempos era profesor en una academia que se dedicaba a formar enfermeras técnicas, tenía varios cursos a mi cargo, entre ellos Anatomía II en el último semestre de la carrera. Mi vida era tranquila y nada me hacía pensar que podría sucumbir a las tentaciones de Lorena.
Recuerdo el día que entré, como en cualquier ocasión, a mi clase con los exámenes parciales corregidos. Una a una iba llamando a las alumnas y entregándoles el examen pero cuando le tocó su turno, Lorena se acercó a mí lentamente y en vez de tomar su examen posó su mano sobre la mía por un instante. La miré sorprendido pero ella, lejos de avergonzarse fijó sus ojos en una forma que me sobresaltó, no de miedo, no de indignación sino de deseo.
Durante los siguientes días, traté de olvidar aquella mirada, traté de culpar a mi imaginación por estar suponiendo cosas, pero fue difícil, ansiaba que llegara el martes para volverla a ver.
Así me sorprendí acicalándome más de la cuenta, «estás loco» pensé y me coloqué el traje para dirigirme al instituto. En cuanto entré al salón, la vi, estaba sentada en primera fila, vestida de pantalones muy apretados y un par de botas negras taco aguja que resultaron muy sensuales. La fuerza de su mirada era impactante y no me daba tregua para zafarme de ella, de pronto nuestros ojos de cruzaron y me regaló un disimulado guiño de ojo, traté de fingir y continuar mi clase con normalidad pero cuando pensé que lo había superado instintivamente volví a mirarla y noté como mojaba sus labios rojos insinuantemente con la punta su lengua. Traté de controlar mi nerviosismo pero fue en vano, por lo que preferí terminar la clase con prontitud. Salí del salón sin mirarla, entré a la Sala de Profesores y tomando un vaso de agua pensé «¡tantos años enseñando y nunca me había pasado algo así!», con el transcurrir de los minutos y en aquella soledad de la habitación pude, con dificultad, recobrar la tranquilidad.
La siguiente clase fui más preparado, respiré profundamente y entré al salón, traté de no buscarla entre las alumnas pero se había sentado justamente frente a mi pupitre, puse mis libros sobre él y al levantar la vista la sorprendí mirándome fijamente, esquivé su mirada e inicié el dictado de mi clase en forma bastante normal. De pronto me sorprendió el sonido de la caída de un libro, instintivamente me agaché para recogerlo y mientras me levantaba pude ver sus perfectos pies en tacones aguja, sus hermosas pantorrillas envueltas en medias de seda negra y sus provocativos muslos que apenas se cubrían con una corta y ceñida falda. Nervioso coloqué el libro sobre su carpeta y ella sonriéndome pícaramente me dijo:
—Muchas gracias, profe. —Me ruboricé y evadiendo su intención traté de continuar con mi clase; sin embargo, las demás alumnas algo debieron notar pues pude escuchar murmullos y risillas inquietas alrededor.
Transcurrieron dos semanas y cada clase Lorena se encargaba de hacerme perder el hilo de mis pensamientos con sus gestos insinuantes, sus miradas provocativas y la forma como acariciaba o frotaba sus piernas mientras yo hablaba. Era común que saliera perturbado de aquel salón y en muchas oportunidades, en que no tenía clases con ella, me sorprendía buscándola por los pasillos y patios del instituto naciendo en mi interior una ansiedad incontrolable por volverla a ver.
Un día llegué a clases, miré su carpeta y no la encontré, me sobresalté y la busqué con la mirada por todo el salón « ¡no está!, ¡no ha venido!» pensé tratando de guardar la calma pues la atracción que sentía por ella era cada vez más intensa. Dicté una clase sin coherencia, no podía concentrarme en lo que estaba haciendo y mi mente se distraía repitiendo una y otra vez las actitudes de Lorena que ese día me hacían tanta falta. Cuando logré concluir la clase, me alejé presuroso de aquel lugar que me recordaba a ella y me sumergí en la soledad de la Sala de Profesores, tratando de controlar mis emociones.
Hacía calor, puse mi saco en el perchero, me senté frente a la mesa y abrí un libro tratando de concentrarme en su lectura. Había recuperado la calma cuando sentí que tocaban la puerta, levanté los ojos y ahí estaba Lorena mirándome lascivamente, no esperó a que la invitara a pasar, dio dos pasos adelante y me dijo sugestivamente:
—Profe, disculpe usted mi inasistencia el día de hoy pero creo que después de estas semanas convendría que me diera la sesión de hoy en forma personalizada.
—¿Personalizada? –pregunté titubeando.
Caminó lentamente hasta colocarse detrás de mí, puso sus manos sobre mis hombros y acariciándolos sutilmente continuó:
—Sí, profe. Yo no he logrado buenas calificaciones con la teoría y pienso que sería mejor que me enseñe usted en forma práctica alguna de sus interesantes clases de anatomía.
Pude ver sus delicadas manos, ataviadas de largas uñas rojas, deslizándose suavemente por mi pecho, al mismo tiempo que acercaba su boca a mi oído para susurrar:
—Enséñeme profe… hm… aproveche que hoy no traigo ropa interior.
Mientras yo trataba de ordenar mis pensamientos, ella se apartó de mí, abrió la puerta del baño y entró invitándome a seguirla. La adrenalina brotó con desmesura, entré a aquel baño y la tomé entre mis brazos mientras que ella me besaba apasionadamente. Acaricié su pelo ensortijado, me enardecía la forma como mis dedos se enredaban en él al mismo tiempo que ella recorría con sus labios mi cuello y mi pecho. La aparté un poco de mí, abrí los botones de su blusa, quité con pericia su corpiño, acaricié sus senos desnudos y mordí sus pezones mientras que ella liberaba mi virilidad que se endurecía aún más con el contacto de sus manos.
Aprisioné su pecho desnudo junto al mío y sin dejar de besarla hurgué debajo de su falda comprobando que no me había mentido ¡no traía ropa interior!, me excité aún más. La tomé por la cintura haciéndola girar para besar su nuca y recorrer con mis labios su espalda en tanto mis manos transitaban por su vientre hasta explorar su sexo humedecido. Su respiración era rápida, jadeaba pidiéndome más. Levanté su pequeña falda, palpé con fuerza sus redondeadas nalgas apenas cubiertas con un delicado portaligas negro, separé suavemente sus preciosas piernas vestidas de seda diciéndole:
—Prepárese señorita, porque estoy seguro que la clase de hoy ¡nunca la olvidará!– Y arremetí con fuerza dentro de ella que gemía de placer en tanto que yo me estremecía hasta perderme totalmente en su joven y maravilloso cuerpo.
Cuando todo terminó, ella con total naturalidad se colocó el corpiño, cerró uno a uno los botones de su blusa, se acomodó la falda, se miró al espejo pintándose los labios de rojo carmesí, arregló su magnífica cabellera y se acercó a mí diciéndome:
—Es usted un grandioso profesor ¡espero poder repetir esta clase en algún otro lugar! –Me guiñó un ojo, abrió la puerta y se marchó.
Yo me quedé absorto ¡no salía de mi sorpresa por lo que había pasado minutos antes!, tomé mi ropa y me vestí rápidamente. Al salir del baño encontré a Alicia, la profesora de Biología que sorprendida dijo:
—Hace un momento me topé con una alumna ¿Qué hacía ella aquí?
Posó sus ojos en mí, puso cara de desagrado y sin esperar mi respuesta tomó sus cosas, dio media vuelta y se marchó.
Cuando llegué a mi casa esa noche, me sentía desorientado, pensaba que todo había sucedido en mi imaginación como una respuesta a la inquietud que había sentido por no ver a Lorena en clase. Traté de tranquilizarme, me serví un trago, prendí el televisor y al quitarme la camisa grande fue mi sorpresa al observar que tenía manchas de colorete en el cuello. Entendí entonces la mirada de Alicia y sonreí comprobando que aquella tarde en brazos de Lorena ¡había sido realidad!

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